Viajes
Todos sabemos que es más fácil entrar en España si gobierna el PSOE
La realidad nunca se encuentra en la superficie. Resulta sorprendente que a estas alturas del guion todavía sea posible encontrar personas, no ya que piensen que podrán encontrarla con facilidad, sino que se molesten y pataleen con verdadero frenesí porque la realidad se encuentre semioculta. Sorprende porque la realidad jamás se encontró sin mancharse, rascar, husmear, nunca, jamás, desde antes de que existiesen los políticos hizo falta llevar a cabo minuciosas excavaciones hasta encontrarla, desde antes incluso de los poderosos romanos, desde tan atrás como los años que compartimos con el Neandertal. A lo largo de la corteza terrestre, millones de realidades palpitan escondidas, unas a cientos de metros bajo tierra, otras a pocos centímetros de la superficie; no es sino a lo largo de los siglos, gracias al esfuerzo de quien se permite dejar de patalear y se decide a rascar, que las realidades van saliendo a la luz, una a una con la paciencia que requiere desenterrarlas. Estos que se manchan los llamaremos los arqueólogos de la realidad. Siempre han existido.
La realidad no se encuentra leyendo en el sofá. Por supuesto que no se encuentra discutiendo con una rabia vergonzosa las ideas políticas que sostenga cada uno. La realidad, como es evidente, se encuentra pagando el precio que requiere, manchándose debajo de las uñas y empapándose sin miedo del horrible hedor de la falsedad.
No todo el mundo tiene la capacidad de ser un arqueólogo de la realidad, por supuesto. Deben cumplirse ciertos requisitos: ostentar trazas de rebeldía, perspicacia, humildad, capacidad de atención, inteligencia, interés. Un orgulloso jamás conseguirá encontrar la realidad porque vive aterrado por descubrir que sus ideas son mentira; aunque ser narcisista es de las cosas más aburridas posibles porque todos los pensamientos narcisistas empiezan en el ego y terminan también en el propio ego, de manera que pierden su libertad para volar y aspirar las flores, y terminan por ser pensamientos grises, apáticos, faltos de vigor. Ya habrá descubierto el lector perspicaz que descubrir la realidad no depende de profesiones ni estatus sociales, tampoco depende de cuánto dinero guardemos en la cuenta bancaria, por supuesto que no hace falta ser aceptado en los masones para encontrarla. Es mucho más sencillo. Como me decía mi madre de chiquito, basta con abrir bien los ojos y escuchar.
Dicho esto, creo que yo, como periodista de viajes, puedo encontrar en ocasiones pequeñas realidades semienterradas en el camino. Siempre he pensado que el periodista de viajes no debe limitarse a escribir los quince mejores chiringuitos del sitio de turno, las tres rutas que no te puedes perder en la montaña, este tipo de asuntos tan contemporáneos. El periodista de viajes vive con la oportunidad de encontrar ciertas realidades, rascarlas como digo, con una facilidad mayor que otras personas. Viajamos más, vemos más, conocemos a gente más variada, comemos peor, nos zambullimos en países y culturas de fantasía.
Así me encuentro hoy sorprendido al ver los titulares sobre la inmigración en Canarias. ¿A quién sorprende tanto? Una búsqueda rápida en Google me enseña un artículo muy crítico del 2004 que asegura la presencia de 853.000 inmigrantes irregulares en España al término del gobierno de José María Aznar. Otra búsqueda, no tan rápida, me muestra que se desconoce cuántos irregulares hay actualmente en nuestro país, nada más que encuentro piezas de ciertos medios alabando la gestión del Gobierno y criticando las críticas de la oposición. Páginas y ríos de tinta tratando el tema con una viveza, un entusiasmo que, sinceramente, me sorprende. Me sorprende que sorprenda, quiero decir. Porque excluyendo a los españoles, para el resto del mundo esta situación no es extraña en absoluto.
Viajar permite descubrir pedazos de realidad, más allá de los mejores chiringuitos. Realidades que son irrefutables e incluso aguantan las débiles estadísticas de los medios más prestigiosos, imposibles de relativizar, que se mantienen aunque terceros insistan en criticar y refutar y falsear. En esta ocasión bastó un viaje en taxi en Banjul (capital de Gambia) para ir al supermercado.
“¿De dónde es usted?”, preguntó el taxista con amabilidad. “De España”, contestó el periodista de viajes. “¡Ah, España!”, suspiró el taxista, “Yo he estado en España, ¿sabe usted? He estado allí en tres ocasiones. Una en Canarias y dos en Andalucía”. Le contesté que Andalucía es precioso, con sus sierras coloreadas de verde persistente, las llanuras amarilleadas por el sol, y que Canarias es hermosísima también, y le pregunté si le había gustado mi querido país. Pero el taxista no supo decirme. “En cada uno de mis viajes, estuve metido en un Centro de Internamiento de Extranjeros, dos semanas cada vez, y luego me mandaron de vuelta”. Echó a reír y yo me reí con él, nos carcajeamos a gusto porque, oiga, el hombre lo había intentado, no lo logró y ahora estaba conduciendo el taxi de su cuñado en Banjul.
Nos reíamos porque yo le comprendía a él (hace falta conocer África a fondo para comprenderle, otra vez, no leer sobre África en el sofá) y respetaba su pugna por buscar una vida que le habían vendido como mejor, él reía porque comprendía que las fronteras existen y si participas en el juego de saltarlas puedes perder. No guardo ningún rencor a los españoles, dijo, entiendo que protejáis vuestro país. No guardo rencor a los africanos, contesté, entiendo que quisieras buscar una vida mejor. Aunque no creo que sea en España donde vayas a encontrarla.
Pero el taxista estaba animado, de un humor excelente, parloteaba excitado conmigo sus planes de futuro. Era mayo de 2019 y ya rozábamos la época de lluvias, el sudor era pegajoso y resbalaba por su piel de ébano, haciéndola brillar. Al hundirnos en el tráfico, tocaba la bocina con una alegría contagiosa. “Ya te digo que antes de que pase un año conseguiré entrar”, comentaba, “ya lo verás. Ahora que es el PSOE quien gobierna, será mucho más fácil. Imagino que ustedes los españoles saben cómo funciona esto: cuando gobierna la derecha procuramos aguantar, y al llegar la izquierda que es más débil en sus políticas de inmigración, ¡zas!, cruzamos todos a mogollón. Imagino que ustedes en España saben esto”.
No quise decirle que la mitad larga de España ignoraba lo que él conocía con tanta precisión. No quise decirle que en España muy pocos se manchan para buscar la realidad si no les conviene. Ya ven.... Este que salta la valla, el mismo que graban con los teléfonos mientras arriba su patera junto al chiringuito, los inmigrantes ilegales vamos a decir, conocen España mejor que muchos españoles.
Es lo que tiene aguantar los coj*nes para llenarse de barro, o sal de mar, hasta encontrar una realidad.
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