Viajes

Sueños de Egipto

No puede haber mejor momento para visitar Egipto: el descenso del turismo permite entrar en absoluta soledad en cualquier pirámide

Templo de Edfu.
Templo de Edfu.Alfonso Masoliver Sagardoy

El vuelo nocturno desde Frankfurt ya sobrevoló Italia y Chipre, ya desciende hacia el suelo estrellado que conforma el delta del Nilo, y tras un breve aviso del capitán los cinturones son ajustados, chasquean al apretarse. “Que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”: recuerda el viajero los versos de Calderón de la Barca mientras observa las lucecitas, estas estrellas terrenales salteadas con granos de desierto que conforman las millones de vidas que, desde los años en que la jungla del Sáhara se secó, se alimentan en cualquier forma posible de las aguas caudalosas del Nilo. Espíritu y cuerpo se alimentan del valioso líquido que fluye desde las cataratas rugientes del lago Victoria hasta interrumpir su agonía en el Mediterráneo. Y el viajero sabe, a partir del momento exacto en que las luces entran en juego y confunden cielo y tierra, sus ojos y sus oídos, que se dispone a aterrizar en la tierra de la que están hechos los sueños de los vivos.

Éxtasis en El Cairo

Desde Ramsés II hasta Alejandro Magno, desde Julio César y Napoleón. Pero no se tratan de sueños de playas blancas y palmeras meciéndose al compás de una brisa suave. Nos referimos a las formas de fantasía, la psicodelia, los retornos eternos, la espiritualidad y los fantasmas del pasado. Aquí está Egipto bellamente alumbrado, por fin abierto para todos aquellos que nunca seremos grandes figuras en la Historia, únicamente para permitirnos rozar sus ingredientes encantadores con la punta de la lengua. En El Gran Cairo, conformado por las ciudades de Guiza, Cairo y la necrópolis de Menfis, una sombra muda rodea los estallidos luminosos de la ciudad; el caos salió del desierto para entrar en la ciudad y el desierto quedó en silencio. Precisamente fue así como los textos sagrados auguraron que terminaría el orden en Egipto, el maat.

Policía montada en camello junto a la pirámide de Keops.
Policía montada en camello junto a la pirámide de Keops.Alfonso Masoliver

Y dentro de este caos, las opciones no terminan: el viajero palpa, sufre claustrofobia, arrastra las rodillas mientras profana la tumba vacía de Keops; aúlla, salta, se tropieza al pasear por entre las salas del Museo Egipcio de El Cairo y sus 300.000 piezas expuestas, algunas de ellas con 4.000 años de edad; se pierde en cualquiera de sus bulliciosos bazares, sorteando con una maestría envidiable a los vendedores que no le interesan. Pega grandes brincos de un extremo a otro de la Historia, cuando dedica una mañana a desenterrar las zarpas de la gran esfinge en Guiza y una tarde a visitar la ciudadela de Saladino en el centro de la inmensa ciudad, todavía impregnada con los aromas de la pólvora y las traiciones centenarias.

Crucero por el Nilo

¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción”. Siguen los versos del maestro taladrando las ideas del viajero, cuando sube al tren nocturno que le llevará desde la capital hasta Luxor. La máquina se bambolea en los carriles, sigue su propia danza de hierros restringidos, y finalmente escupe al viajero (que resulta diminuto si lo comparamos con el amplio terreno que se ha atrevido a explorar) en la estación de Luxor. Donde le recogerán, o cogerá un taxi, para dejarse llevar hasta uno de los barcos que recorren este río sagrado, el Nilo. Serán cuatro días de crucero. Cuatro días que se prolongarán como hacen los sueños, hasta parecer semanas, meses, y le permitirán visitar el Templo de Luxor y el Templo de Karnak, el Templo de Edfu y el Templo de Philae, caminar por el Valle de los Reyes y buscar la frontera del desierto. Conseguirá, escuche lo que le digo, conseguirá plantar el pie en la frontera donde la húmeda vegetación permite su victoria al desierto, en ese punto exacto, en la línea finísima e inevitable que separa el mundo de lo vivo y de lo muerto. Sensaciones de este estilo, escuchando rumores de las viejas oraciones en honor a Amón, Anubis y Horus, fueron las que trajeron al viajero hasta aquí.

Barcas recorriendo el Nilo.
Barcas recorriendo el Nilo.Alfonso Masoliver

Aventuras desde Alejandría hasta el Oasis de Siwa

Sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”. Ya pasó el crucero en el Nilo y el viajero se lanza a visitar Alejandría, la ciudad que fundó el mayor emperador de todos, y lo hace todavía pensando en este monólogo dichoso de Segismundo. Allí visita la columna de Pompeyo, un cónsul cuyo brillante futuro terminó decapitado, y baja las escaleras hasta llegar al corazón de las catacumbas romanas de la ciudad. Pasea por la bahía de Alejandría con las manos echadas a la espalda, libre de preocupaciones pero empachado de pensamientos, y se atreve a conquistar las murallas del Castillo de Qaitbay, construidas con los restos del Faro de Alejandría. Hasta que los continuos salam aleikum y aleikum salam quecruza a modo de saludo con los desconocidos se vuelven frases de lo más natural. Incluso se adentra en la famosa Biblioteca para permitirse soñar entre sus estantes con capacidad para dos millones de libros.

Yo sueño que estoy aquí destas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi”. Son cinco horas de carretera por el desierto, desde la ciudad costera de El Alamein, para llegar al Oasis de Siwa. En este último trayecto uno se inyecta nuevas dosis del sueño y escucha la historia de cómo Horus perdió un ojo, un ojo muy valioso, en su combate divino contra Seth por el trono de Egipto. Y puede ser vida, o puede ser sueño, pero mientras el viajero la escucha le parece ver un parpadeo profundo que brilla en el desierto. En el Oasis le reciben 300.000 palmeras rodeando un lago inmenso y legendario, y, sobre todas ellas, se levanta construido con barro y sal el oráculo que vaticinó la gloria y la muerte de Alejandro Magno, además de tantos otros reyes ya olvidados.

Palmeral del Oasis de Siwa.
Palmeral del Oasis de Siwa.Alfonso Masoliver Sagardoy

Porque, al final, ya nos lo confió el maestro: “Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdichada fuerte!”. En el Oasis de Siwa, en Alejandría, en El Cairo, en Luxor, en Asuán, cientos de hombres soñaron que eran reyes, incluso después de haber exhalado su último suspiro. Pero hoy sueña el viajero liberado, endulzado por esta extraordinaria confusión entre vida y sueño.