Viajes

Consejos para perderse en la Comarca de Sobrarbe

En tiempos de coronavirus, lo mejor que podemos hacer es refugiarnos en el Pirineo aragonés

Montañas de Aragón.
Montañas de Aragón.Alfonso Masoliver

El tramo de los Pirineos que conquista el norte de Aragón, sateado con bosques espesísimos de robledales y hayedos, ríos ladrones del azul caprichoso del cielo y montañas amasadas con roca gris, lleva siendo, desde los tiempos en que el semidiós Hércules enterró deshecho en lágrimas a la princesa Pyrene, el paraje más hermoso de nuestro país. Al menos para mí, sin dudarlo. Un fantasma con aromas a niebla de madrugada pulula entre las cumbres en las horas del mediodía, y al desplomarse la noche helada retorna a los valles de hierba glauca para reposar. Los pueblos diminutos, barajados con maestría envidiable entre la niebla, los hayedos, ríos y montañas, se encuentran en recovecos tan alejados del mundo ruidoso que muchos de ellos parecen vacíos. Estas localidades se asemejan a pequeñas gotas de rocío incrustadas en las grietas de las piedras. Gotas minúsculas que, por hallarse tan escondidas, hoy están abandonadas porque sus mismos constructores olvidaron donde las habían depositado.

La Comarca de Sobrarbe en Huesca cabalga silenciosa a lomos del paisaje pirenaico, ofreciendo un abanico de posibilidades al viajero que salga en busca de la belleza, al arqueólogo de la hermosura.

Recorre Jánovas abandonado

Jánovas.
Jánovas.Juanje 2712Creative Commons

El éxodo rural que sacudió el interior peninsular durante el siglo pasado arrancó al Sobrarbe amplias bocanadas de vida. Sus habitantes, que hasta entonces habían soportado estoicamente los cuchillazos gélidos del invierno, buscaron la tibieza huidiza del Pirineo bajando al sur, a las grandes ciudades y localidades donde las montañas se escuchan en las leyendas viejas, y nada más. Hoy la Comarca de Sobrarbe es un vaso de agua medio lleno, medio vacío, se trata de una de las regiones víctimas del auge de las ciudades de cemento y de cristal.

Así se nos muestra como el destino ideal para huir de estas mismas ciudades, precisamente. Y el baluarte de los pueblos abandonados en Sobrarbe lo levanta la localidad de Jánovas. Su historia es increíble, digna de una película de Steven Soderbergh. Resulta que Jánovas tuvo que ser abandonado por sus habitantes cuando Iberduero - hoy lo conocemos como Iberdrola - movió sus hilos para realizar un proyecto hidroeléctrico que amenazaba con inundar el pueblo. Tras sucederse los litigios y expropiaciones pertinentes, la energética consiguió vaciar el pueblo en 1984 pero, ironías de la vida, en 2001 se determinó que el ambicioso proyecto era inviable y se instó a sus pobladores a regresar. Hoy Jánovas cambia su piel como lo haría una serpiente, y un breve paseo entre sus callejas nos permite vislumbrar su renacimiento: unas casas se mantienen en ruinas, cada día se desprende una piedra nueva; dos pequeños tractores ayudan a reconstruir otro puñado de hogares, que pronto serán ocupados de nuevo tras 37 años de ausencia.

Pero este asunto de los abandonos y cambios bruscos no supone ninguna novedad para Jánovas, ya que basta con recorrer un pequeño desvío que sale a la derecha poco antes de llegar al pueblo, para encontrar un cerrito repleto de fósiles. Fósiles de minúsculas conchas y moluscos, de cuando todo esto era mar. Fue mar, fue montaña, fue campo, fue pueblo, fue ruina, será pueblo, será campo, será montaña, y, dentro de millones de años, quién sabe, quizá vuelva a ser mar.

Quema calorías en el castillo de Samitier

El mundo se diferencia en dos tipos de personas. Unos suben al castillo de Semitier y su ermita contigua en coche, derrapando por los finos surcos que abrieron las lluvias de otoño. Otros ascienden caminando, sintiendo el crujido de los guijarros aplastándose bajo sus pies. Mi recomendación es subir andando, sin duda alguna, para optimizar la sensación de triunfo que embarga al viajero cuando alcanza su objetivo. Esta pequeña ascensión de una hora, apta para todo tipo de paseantes, deja nuestro cuerpos en manos del viento fresco de Sobrarbe, que es un cocinero sin igual porque consigue mezclar los olores de nuestro sudor con las fragancias de la tierra. Es este viento quien consigue mimetizarnos ágilmente con el paisaje. Y una vez arriba, desde el mirador privilegiado del castillo, el horizonte se transforma.

Embalse de Mediano, visto desde el castillo de Samitier.
Embalse de Mediano, visto desde el castillo de Samitier.Alfonso Masoliver

Hacia el norte, cargado con agua del río Cinca, un enorme lago artificial llega desde los pies de nuestra montaña hasta las otras montañas que recortan las nubes, y en el centro de ese lago, la torre de una iglesia asoma del agua. Parpadeamos estupefactos. ¿Una torre de iglesia allí, en pleno lago? ¿Acaso hemos descubierto el Atlantis aragonés? Pero no. Es solo que zigzagueando por las carreteras saltamos a un mundo paralelo, podría ser, y bajo nosotros se desarrolla la escena que pudo haber ocurrido en Jánovas, de haber triunfado hasta el final Iberduero. Estamos viendo Mediano Viejo, uno de tantos pueblos abandonados de la comarca y que hoy se deshace lentamente bajo las aguas del Embalse de Mediano. La vista es magnífica. El mundo entero se reduce a nuestro alrededor. Al otro lado de la ladera, hacia el sur, a los laterales del estrecho del Entremón, es habitual vislumbrar diminutos puntitos blancos y ruidosos por los cencerros, que son las ovejas con su pastor masticando su rutina.

De arriba abajo encontramos en este recorrido fantástico el castillo construido por Sancho III para vigilar sus fronteras de la amenaza musulmán, la ermita románica de San Emeterio y San Celedonio construida a finales del siglo XI y conservada en excelente estado, y, más abajo en el camino, a mitad de subida, bellísima se agazapa entre los matorrales la Ermita de santa Waldesca, con el techo raso pintado de azul y esquirlas de estrellas. Alejada del escenario, ansiosa por participar en nuestra obra, la Dama del Lago asoma su rostro de piedra.

Cuatro rutas de naturaleza

Faltan dedos de las manos para señalar el sinnúmero de rutas que uno puede disfrutar en Sobrarbe, casi sin proponérselo. El Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido corresponde al entarimado perfecto para los amantes del senderismo, el montañismo y la naturaleza intacta, y lo mejor podría ser que existen caminos aptos para todos los niveles. Entrando en el plano personal para ejemplificar más fácilmente, quiero diferenciar a los excursionistas en dos bandos posibles: los de mi suegra, que colecciona tresmiles en los Pirineos como cromos cambiaba yo en el colegio; y los míos, que fumamos más pitillos de la cuenta y no estamos para muchos trotes en perpendicular.

Uno de los deslumbrantes paisajes del Pirineo aragonés.
Uno de los deslumbrantes paisajes del Pirineo aragonés.Alfonso Masoliver

En Sobrarbe hay opciones para ambos. También para familias con niños y aventureros de categoría media-alta. Aquí van cuatro recomendaciones para cada grupo.

Para mi suegra y su cuadrilla: Subida al Ibón de Cau, saliendo del puente de piedra de Sorripas sobre el río Barrosa. Son siete kilómetros que tardan cuatro horas en completarse (y otras cuatro para volver), con un desnivel de 1.284 metros y vistas magníficas desde Bielsa.

Para los aventureros de categoría media-alta: Ruta de Pineta a Añisclo, saliendo de la pradera de Pineta. Son 6.6 kilómetros en un tiempo estimado de cuatro horas y cuarto solo para la ida, con un desnivel de 1.225 metros y llegada gloriosa al collado de Añisclo.

Para los fumadores: Subida al Puerto de Trigoniero, saliendo desde la carretera que lleva de Bielsa a Francia, en la altura de la antigua aduana. Son 7,5 kilómetros que pueden completarse en tres horas (ida), con un desnivel de 1.195 metros y un bocado de romanticismo en el conocido refugio de Trigonier.

Para las familias con niños: Paseo desde el Hospital de Parzán hasta el Puerto de Barrosa, saliendo desde el mismo Hospital de Parzán. Son 3,4 kilómetros que se recorren sin dificultad en hora y veinte, con un ligero desnivel de 360 metros.