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Marrakech desde La Mamounia

Una excelsa vegetación corteja la entrada de La Mamounia donde dos ujieres abren la puerta al pasajero. Al traspasar el umbral se entra en un universo único, el de La Mamounia

Marrakech
MarrakechManema Munar

Tras un tiempo en el que el mundo se paró, las puertas de La Mamounia volvieron a abrirse en octubre de 2021, bajo su aroma inconfundible a cedro, suave pero omnipresente para volver a descubrir al viajero un Marrakech muy diferente. Mientras se espera la llave de la habitación tomando un vaso de leche de almendras y azahar, da tiempo a reparar en aquel rincón con el cuadro de un artista local, esculturas, el árbol de la vida o el sonido del agua de las fuentes.

El pasillo donde se salpican las habitaciones es otra exaltación al lujo y la sensualidad que caracterizan a La Mamounia, donde unas antorchas férreas iluminan el corredor ambientado por fotografías en blanco y negro, cada piso de un fotógrafo marroquí que testimonia la vida del país en todas sus acepciones. Una vez dentro de la habitación la excelencia prima en cada detalle hasta en los jarrones con capullos de rosas que nunca llegan a abrirse pues se remplazan por otras en cuanto lo intentan. Las terrazas miran por la mañana el Atlas y a los jardines donde una hilera de olivos conduce a la pastelería Le Menzeh, muy cerca del huerto que adereza la gastronomía del hotel. De noche, la vista es un cielo con más estrellas que ninguno.

Los principios

Su origen viene de cuando el sultán alauita Sidi Mohammed Ben Abdellah, siguiendo la tradición, le regaló a su hijo, el príncipe Al Mamoun, los jardines que hoy ocupa el hotel y que pronto se hicieron famosos por las fiestas que el príncipe organizaba en tan exuberante espacio. Hasta que en 1925 los arquitectos Antoine Marchisio y Henri Prost recibieron el encargo de la sociedad ferroviaria Compagnie des Chemins de fer du Maroc de convertir el jardín en un hotel de lujo. Aquí entra Jacques Majorelle a quien contrataron los arquitectos y cuyo sello impertérrito permanece en el techo del bar Marjorelle, donde degustar un magnífico estofado de ternera a la antigua o, al anochecer, uno de los cócteles de Delphine Grossman, por ejemplo un gin tonic con romero y naranja. Y así empezó la historia de uno de los hoteles más mitológicos del mundo donde viajeros de la talla de Winston Churchill, Paul Bowles, Josephine Baker, Édith Piaf… pasaban allí temporadas e incluso hubo quien se llevó sus propios muebles.

El hotel pasó por diferentes renovaciones; en 2006 su autor fue Jaques García . Esta última, a cargo del director general del hotel, Pierre Jochem, con la colaboración del estudio parisino de Patrick Jouin y Sanjit Manku, les ha valido dos galardones en Mea Ahead Awards, un reconocimiento internacional de diseño que les ha premiado por el restaurante L´Asiatique de Jean–Georges y el bar Le Churchill. Sus cambios están dirigidos a la gastronomía introduciendo nuevas ideas que conllevan diferentes espacios gastronómicos y presentando al chef internacional Jean-Georges Vongerichten que se ocupa del L´Italien, una tratoría decorada con frescura, tonos verdes y rosas y azulejos que reflejan productos camperos y le dan un aire informal. Famosa es la pizza con trufa y huevo de la que dicen ser la mejor de Marruecos, o los ravioli con langosta, entre otras delicias. En pocos metros se cambia de continente y los sushis, currys y verduras crujientes salen a la mesa en el L´Asiatique de Jean-Georges, decorado con influencias chinas, japonesas y tailandesas donde se sirve comida del sudeste asiático hasta Japón. Quizás la gema de esta renovación sea el cóctel bar Le Churchill que reivindica los principios de La Mamounia con sus icónicos clientes y lo hace en forma de vagón de tren inglés, a lo Orient Express, con una barra de herradura adornada por cristales verde esmeralda y oferta de salmón ahumado y del caviar casero de La Mamounia, Kaviari. A su vera, un encantador cine para 21 personas donde una vez que se entra, difícil es salir. Tan cómodos son los asientos que la posibilidad de pasar allí la tarde con una bolsa de palomitas y un cóctel de Delphine viendo «El cielo protector» es una auténtica tentación.

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MarrakechManema Munar

No podía faltar la cocina marroquí y para ello está el «mil y una noches» Le Marocain donde degustar la especiada y sabrosa cocina, sus tés y terminar subiendo a la azotea reconvertida en un lounge con DJ.

Continúan las sorpresas

Otra novedad es el salón de thé de Pierre Hermé, al amparo de la fuente de mármol que preside una araña de cristal. El chef pastelero Hermé también provee el sweet corner de la piscina, cuya araña circular y gigante ha supuesto la última transformación del pabellón que emula a La Menara, de cara a la piscina climatizada, cuyo fondo está compuesto por cuadraditos de cristal de Murano. De Murano son las lámparas que anuncian el spa donde recibir un hamman irrepetible con jabón negro, envoltura de ghassoul y exfoliación con guante Kessa o un face lift que rejuvenece por lo menos diez años.

Cuando ya se piensa que no puede haber más sorpresas, L´Oenotheque se presenta como un espacio onírico bajo tierra, donde posan 2.000 botellas de vinos excepcionales para acompañar una experiencia gastronómica única, bajo el techo de una obra tejida in situ por mujeres bereberes durante dos meses.

Puertas afuera

La Mamounia lo tiene todo pensado para sus huéspedes, que pueden elegir como experiencia un recorrido en moto con sidecar por las intrincadas calles de La Medina, a pocos metros del hotel, o por El Palmeral donde se esconden lujosas villas. También se puede ver Marrakech por todo lo alto desde un ballon o disfrutar de un picnic de primera en los jardines del príncipe Mamoun. El lujo, indiscutiblemente, tiene mucho que ver con el tiempo y el glamour, ambos presentes en La Mamounia cuyos directivos cuentan cómo el hotel está volviendo a sus orígenes cuando la gente se alojaba dos, tres meses, sintiéndose en casa.