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Abiané: el poblado iraní de adobe rojo estancado en el tiempo
Polvoriento y con casas de adobe rojo sobre la ladera del monte Karkas Abiané es, posiblemente, el poblado más tradicional de todo Irán, en el que sus habitantes viven estancados en el tiempo, visten ropajes antiguos y hablan parto pahlevi, un idioma que dejó de usarse hace dieciséis siglos.
Aquí no se ven los negros chador (mantos islámicos que cubren de la cabeza a los pies) del resto del país, las mujeres visten con coloridas faldas amplias, largas camisolas floreadas y el cabello tapado por un pañuelo blanco también con flores.
Los hombres llevan anchos pantalones negros, un paisaje poco corriente en el mundo rural iraní y que ha resistido los intentos de varias administraciones de adaptarlo al resto.
El pueblo, de intrincadas callejuelas sin asfaltar atravesadas por el río Barzud, tiene una historia de 2.500 años y es hogar de unas doscientas personas, aunque sus habitantes se multiplican por cinco en verano, cuando los que se fueron regresan para retomar sus tradiciones.
Además de su apacible calma y su tradicional arquitectura de casas de barro encarnado encaramado a la montaña, cuyos tejados sirven de terraza para otras viviendas, es precisamente ese aferrarse al pasado de sus gentes lo que hace Abiané único.
Los vecinos, tanto los jóvenes que se fueron como los mayores que se quedaron, están profundamente comprometidos en conservar su cultura y mantener el lugar como estuvo siempre, ignorante del avance del reloj.
Los coches quedan aparcados fuera y no es extraño ver a alguno de sus ancianos vecinos subir en borrico una empinada cuesta.
"Para nosotros nuestra vestimenta es muy importante. Nos tenemos que vestir así, quizás haga más de dos mil años que nos vestimos de este modo y a los jóvenes también les gusta esta ropa. Todos se la ponen. Cuando vamos a la ciudad vestimos normal, pero al volver inmediatamente nos cambiamos", explica a Efe Faranguiz Moghimi una residente de 76 años.
Otra vecina mayor, quizás exagerando un poco, afirma: "Cuando llega el autobús, primero vamos a casa a cambiarnos la ropa y luego volvemos a recoger las maletas".
Los ancianos lamentan que muchos jóvenes hayan tenido que irse a ciudades más grandes porque en Abiané no hay más trabajo que el cultivo de trigo, patatas, manzanas o albaricoques y unas pocas tiendas.
El alcalde, Mohamad Aldelí, explica que la escuela "solo imparte clases primarias y tiene juntos en un aula a sus diez alumnos, que luego van a otros pueblos para secundaria".
"Este pueblo existe desde la época de sasánida (siglos III a VII dC), pero eso no es lo importante. Lo importante es que es el único lugar del mundo que ha mantenido vivas las costumbres, cultura, dialecto y arquitectura de aquel tiempo", dice, orgulloso.
A pesar de eso, los vecinos presumen de que casi todos en el pueblo tienen estudios y de contar incluso un físico, Mehran Zahirí, que, aseguran, trabaja en la NASA.
Muchos, tras jubilarse, vuelven, como el profesor retirado Reza Bahar, que pasa las tardes al lado de la fuente recitando poesías con sentido del humor.
"He sido profesor de literatura persa. Ahora vivo aquí porque me encanta mi pueblo y disfruto de la tranquilidad. No hay un momento de aburrimiento", asegura sonriente.
La ropa, el idioma, las casas de adobe con pesadas puertas de madera y hermosas celosías no son los únicos rasgos peculiares del poblado, coronado por los restos de un castillo sasánida y que hospeda un templo de fuego zoroastra y ocho mezquitas.
Una de las tradiciones ancestrales respetadas es el amor de las mujeres al vestido de novia de su madre, que pasan de generación en generación y no venden por todo el oro del mundo.
"Nuestras bodas son mixtas (con hombres y mujeres). Algunas se quitan el pañuelo, no somos muy religiosos y nuestros hombres no son mirones. Acá no tenemos ni un hombre que tenga dos mujeres (permitido por el islam), y las viudas no se vuelven a casar", explica una vecina.
"Hasta hace cincuenta años nunca nos casábamos con nadie de fuera del pueblo, ni siquiera los de la parte alta se casaban con los de abajo, pero ahora ya no es así. Y también somos conservadores políticamente", dice Mohamed, ingeniero mecánico.
"Preferimos la cultura zoroástrica y los casamientos según la vieja tradición. Yo tengo cuatro casas en Teherán, pero me gusta más esto", afirma, ataviado con el anchísimo pantalón y el curioso gorro negro.
En 2007, Irán presentó el pueblo a la UNESCO para que lo incluyese en la lista de Patrimonio de la Humanidad, algo que aún no ha logrado.
"Deben aprobarlo antes de que se pierda esta civilización", urge el ingeniero, en el único rasgo de prisa que parece permitirse el pueblo.
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