Viajes

Catania, un viaje de fuego y agua

En esta atractiva ciudad siciliana el imponente volcán Etna abraza el mar y convierte lo cotidiano en experiencias inolvidables

Catania, Italia
La bahía de Aci Trezza, con sus monumentales Farallones (formaciones rocosas de lava)Dreamstime

Catania se revela sin filtros: es la ciudad donde el fuego y el agua se encuentran, donde el Etna —volcán majestuoso y eterno— dialoga con el mar Jónico, generando una coreografía única entre lava y espuma marina. Aquí, los elementos construyen su carácter dramático y su belleza primigenia, y cada rincón huele a historia y prometedor destino.

Nada prepara al viajero para el primer encuentro visual con el Etna: una masa inmensa que domina el horizonte, coronada con su silueta convulsa, humeante, viva. La ciudad tiembla con su voz ancestral, y caminar por la Via Etnea, la arteria principal, es hacerlo bajo su sombra protectora. Desde aquí se organizan numerosas excursiones para vivir el volcán desde dentro. Una de las más populares es subir en teleférico hasta los 2.500 m y continuar, a pie o en minibús, hacia los Crateri Silvestri, donde el silencio es tan vibrante como la tierra misma.

Como experiencia más cercana y auténtica, sin duda, un tour en 4×4 o a pie con guías vulcanólogos. Lo ideal es atravesar campos de lava recientes, las cuevas volcánicas y el Valle del Bove, testigo de las erupciones de 1991–93. Es una inmersión sensorial: el olor terroso, la textura del suelo bajo las botas y la mirada posada en la inmensidad. Algunos programas incluyen paradas en granjas familiares enclavadas en tierras volcánicas para degustar miel, queso y vino locales, productos nacidos de esa fertilidad milenaria.

Los más aventureros pueden optar por una ascensión al cráter central, acompañados por vulcanólogos, hasta los 2.900–3.000 m, donde el aire es tan puro como el paisaje lunar que lo rodea. Desde allí, solo el canto del viento y las vistas hasta el mar marcan el ritmo.

Playa, mar y brisa tras el fuego

Cuando el calor aprieta como ahora en verano, Catania ofrece un refrigerio inesperado: La Playa, un tramo de arena dorada que se extiende por 18 km al sur de la ciudad. Con agua cristalina y clubes de playa que combinan elegancia informal con colores vibrantes, es el refugio natural del ciudadano y el viajero en busca de sol, mar y reposo. Desde allí, se divisa a lo lejos la silueta del Etna, creando una postal llena de armonía y equilibrio.

En contraste, la Riviera dei Ciclopi, al norte, ofrece una belleza más agreste con playas de arena oscura y rocas de lava. Senderos y acantilados convierten cada paseo en un momento poético, donde el mar parece cantar leyendas de cíclopes y héroes míticos.

Ambas orillas multiplican la oferta de experiencias veraniegas: kayak al atardecer, snorkeling en calas escondidas, paseos en barco frente al volcán y encuentros gastronómicos en plataformas flotantes entre otras muchas actividades.

La arquitectura y la historia bajo ceniza

Plaza del Duomo, donde se encuentra el icónico U Liotru, la fuente del elefante tallada en lava y símbolo de la ciudad
Plaza del Duomo, donde se encuentra el icónico U Liotru, la fuente del elefante tallada en lava y símbolo de la ciudad Pixabay

Recorrer su centro urbano es descubrir una ciudad nacida de cenizas, y es que Catania ha sido destruida y reconstruida múltiples veces, especialmente tras la erupción de 1669 y el terremoto de 1693. Esa tragedia fue su origen barroco, y hoy la ciudad luce un patrimonio UNESCO de sorprendente belleza.

El anfiteatro romano, el teatro romano y el Odeón entonan un mensaje de solemnidad, pero el elemento más icónico es el U Liotru, la fuente del elefante coronado en Plaza del Duomo, tallada en lava y símbolo de la ciudad. Esa materia volcánica, negra y poderosa, impregna su arquitectura, su sabor y su alma.

Cruzar el mercado de La Pescheria, al amanecer, es sumergirse en un torbellino de color, de vida auténtica: pescados, granitas, conversaciones, pulseras antiguas. Es un cuadro pintoresco que refleja la autenticidad de este destino.

Existe un espacio también para el modernismo. Catania no teme al contemporáneo: el arte urbano rebosa en barrios resurgidos —pedazos de mural, intervenciones efímeras que guían al transeúnte a través de historias y memorias—. La tradición y la vanguardia bailan una danza silenciosa entre callejones que desembocan en plazas iluminadas por la lava de antaño.

Por doquier, teatros como el Massimo Bellini invitan a vivir la ópera (Bellini nació aquí), y la cultura local late en cafés históricos o en salas alternativas que programan música en directo, jazz, folk siciliano o indie. En verano, hay noches en plazas que vibran con improvisaciones, mientras el volcán observa desde la distancia.

Gastronomía volcánica

Catania es puro sabor. Caminar por sus calles es alimentarse de sus aromas: «arancini» que crujen como corteza volcánica y esconden en su interior «ragù» o pistacho; la «pasta alla Norma», homenaje musical a Bellini, donde berenjena, tomate y ricotta salata se alían en un crescendo de sabor.

Los «chioschi» de granita, legendarios en la Piazza Università, sirven limón, almendra o mandarina: un sorbo de frescura entre el calor del día y la fuerza del Etna. Y si hay que sentarse, conviene probar «involtini di pesce spada», sardinas a la beccafico o carne de caballo —sí, auténtico testimonio del gusto local— en trattorias donde los platos se sirven con generosidad y canto.

Cúpula y campanario de la Catedral de Santa Águeda
Cúpula y campanario de la Catedral de Santa ÁguedaPexels

El café en Catania tiene un tono volcánico también: denso, oscuro, cargado. Acompañado de un «cannolo» o una «cassata», perfecciona cualquier instante como si lo transformase en rito.

Experiencias que se graban

En Catania, las experiencias no se acumulan: se viven con el cuerpo y se recuerdan con el alma. Basta un amanecer para sentirlo. El día puede comenzar con una ascensión al Etna a caballo o en 4×4, recorriendo paisajes que parecen de otro planeta. A medida que se avanza, el aire se vuelve más limpio, más intenso, más lleno de ese silencio que solo existe en las alturas.

Quien prefiere caminar puede optar por rutas de senderismo entre cuevas de lava, donde las paredes susurran historias geológicas con millones de años. Son trayectos que invitan a escuchar los pasos y dejarse envolver por el eco de la tierra viva.

En las laderas fértiles del Etna, las bodegas Etna DOC ofrecen catas de vinos que nacen de ceniza y roca. Son caldos con alma mineral, perfumados, distintos. Allí, el viajero aprende que el vino también puede contar una historia de lava y renacimiento.

Para llevarse un trozo del alma siciliana, las clases de cocina tradicional se convierten en rituales compartidos: «arancini, pasta alla Norma, caponata, granita». Cada receta, una carta de amor a la isla: una razón para comprender que Catania no se explica, se siente.

Al final, una ciudad para sentir

Sí, Catania no es un destino para quienes buscan postales perfectas: es para quienes desean sentir la tierra bajo los pies, el viento salado en la piel, la lava en la mirada y el aroma de la historia en cada esquina. Aquí el viajero se convierte en testigo de un relato ancestral que sigue escribiéndose día a día entre erupciones y mercados, entre risas en terrazas y silencios en cráteres.

No hay mejor epílogo que una puesta de sol en la costa, con el Etna al fondo convirtiendo el cielo en un lienzo de fuego, el mar en espejo y la brisa en banda sonora. Esa imagen es Catania: una emoción suspendida entre el volcán y el agua.