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Dublín: Kilmainham Gaol, la prisión donde germinó el espíritu de lucha por la independencia

Kilmainham Gaol es, por todo lo que representa, un lugar de obligada visita para el viajero que busque sentir el alma de la independencia.

Kilmainham Gaol, una prisión de piedra gris que mantiene viva la memoria de la lucha irlandesa y que se ha convertido en un monumento al nacionalismo irlandés
Kilmainham Gaol, una prisión de piedra gris que mantiene viva la memoria de la lucha irlandesa y que se ha convertido en un monumento al nacionalismo irlandéslarazon

Al oeste de Dublín, en el barrio de Kilmainham, se encuentra Kilmainham Gaol, una prisión de piedra gris que mantiene viva la memoria de la lucha irlandesa y que se ha convertido en un monumento al nacionalismo irlandés.

“Teníamos todas las cosas del mundo por decirnos, pero no pudimos pronunciar ni una palabra”. Es lo que declaró Grace Gifford cuando le preguntaron qué fue lo último que se dijeron ella y su marido.

Una cárcel, una ceremonia de matrimonio, diez minutos para despedirse. Una ejecución que, junto a muchas otras, disparó el sentimiento independentista irlandés. Kilmainham Gaol, uno de los lugares donde descubrir el espíritu de Irlanda.

En sus orígenes

Al oeste de Dublín, en el barrio de Kilmainham, se encuentra Kilmainham Gaol, una prisión de piedra gris que mantiene viva la memoria de la lucha irlandesa y que se ha convertido en un monumento al nacionalismo irlandés.

Construida en 1796 para sustituir al viejo penal que se encontraba a escasos metros, fue concebida con el principio de separación, es decir, una persona por celda. Sin embargo, pronto se convirtió en una de las prisiones más duras y aglomeradas que han existido en Europa. Uno de los motivos de ello fue la gran hambruna irlandesa de mediados del siglo XIX que provocó, entre otras cosas, una gran mendicidad. Mendigar era considerado ilegal y Kilmainham Gaol desbordó su ocupación con hombres, mujeres y niños hacinados en sus estrechas y frías celdas. Pan, leche, avena y sopa constituían la dieta de los condenados. Cada uno de ellos, sin distinción, vivía mezclado sin leyes que lo protegiera.

Durante los primeros cincuenta años el edificio careció de cristales debido a la creencia de que la constante corriente de aire helado evitaría pestes y epidemias. Imaginar las condiciones de vida entre sus muros estremece mientras se recorren los interminables pasillos que narran su historia.

Lo que pasó en esa prisión

Lo que pasó en esa prisión, los hechos acontecidos en ella, las injusticias y crueldad perpetradas, fueron el germen del nacimiento de la República de Irlanda, pues si al comienzo de su apertura el 90% de la población penitenciaria estaba formada por presos comunes, las incesantes revueltas políticas provocaron que un gran número de nacionalistas irlandeses fueran encarcelados e incluso ejecutados en Kilmainham Gaol. Estas ejecuciones cambiaron el recelo inicial de los irlandeses a los enfrentamientos por un decidido apoyo a la independencia. La historia de amor citada al inicio de este texto de Grace Giffford y Joseph Plunkett –líder del Levantamiento de Pascua de 1916– unidos en matrimonio en la capilla de Kilmainham Gaol horas antes de cumplirse la condena a muerte de este, despertó, junto con otras historias, muchas conciencias.

Kilmainham Gaol es, por todo lo que representa, un lugar de obligada visita para el viajero que busque sentir el alma de la independencia.

De cárcel a museo

En los años que siguieron a su cierre en 1924 la prisión sufrió el abandono, pero en la década de los 60, un grupo de personas –en su mayoría veteranos de la Guerra de la Independencia de 1919– crearon el Comité de Voluntarios para la Restauración de Kilmainham Gaol. Esta inmensa labor se llevó a cabo durante casi treinta años. Hoy en día es un museo que mantiene viva la memoria de la lucha irlandesa.

Una visita guiada

Frío, oscuridad. Largos pasillos con ventanas en la parte superior de las paredes frente a las celdas. A través de pequeños orificios en las bajas puertas de madera se puede ver el interior de esas celdas que encerraban sin distinción de género, edad o creencia. Imagino el llanto de niños mezclado con lágrimas de mujeres y palabras de hombre bruscas y roncas. Percibo un denso olor mientras me roza un extraño viento al tiempo que un sólido miedo me golpea. Es como si el pasado estuviera incrustado en el suelo y al cuerpo se adhiriera. La voz del guía describiendo la vida de los allí encerrados se ha convertido en un susurro lejano, y temo dejar de oírla y quedarme aquí presa. Estoy es la parte más antigua de la prisión y la falta de luz me recuerda que en sus inicios era alumbrada con velas. Velas que las corrientes de aire gélido por la ausencia de cristales apagaban sumiendo a los presos en las tinieblas.

Continua la visita. Una hora y media de dura historia. En el ala este todo cambia. Edificada en 1860, obtiene luz natural a través de vidrios que conforman el techo, y por la estructura de su planta proporciona una visión de 360º de las celdas. Hileras de puertas con cerraduras carcelarias ofrecen la imagen de una de las más grandes cárceles vacías de Europa.

Al finalizar el recorrido puedo palpar en el aire la memoria de todos aquellos que participaron en la creación de la República de Irlanda, y la presencia de aquellos irlandeses que al oír esta frase aún se emocionan: “Teníamos todas las cosas del mundo por decirnos, pero no pudimos pronunciar ni una palabra”.

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