Escocia

Edimburgo, cóctel de arquitecturas con sabor a whisky

Nira Caledonia, hotel boutique ubicado entre las calles empedradas de la Ciudad Nueva. Sus 28 habitaciones, cada una con estilo particular, combinan lujo e intimidad.
Nira Caledonia, hotel boutique ubicado entre las calles empedradas de la Ciudad Nueva. Sus 28 habitaciones, cada una con estilo particular, combinan lujo e intimidad.larazon

Deslumbrantes monumentos medievales y georgianos, ostentosas casas de piedra... Su casco histórico es uno de los más impactantes de Europa

El whisky solo o acompañado, pero nunca mezclado. Si tras tomar un trago, la excitación invade su mente y los delirios trastornan sus sensaciones, no se preocupe. Quizás no sea el alcohol. Está en Edimburgo y la capital de Escocia agita las emociones. Ciudad de contrastes. Tranquila, pero cosmopolita. Coqueta y tremendamente cuidada. Levantada sobre su historia, es la segunda localidad más visitada de Reino Unido.

Elija calzado cómodo y átese los cordones. No se vaya a arrepentir, pues son prácticamente infinitos los rincones por descubrir. Mientras sus empedradas calles atrapan al visitante, edificios y monumentos de grandilocuente hermosura agotan la batería de cámaras y piernas. Almenas, torres de aguja o columnas neoclásicas. Un espectáculo visual. Tierra de orgullo patrio que no soporta los ladrillos y donde el «boom» de la construcción ha quedado fuera del intrarradio.

Princes Street, la línea divisoria entre la ciudad antigua y la nueva, resulta un idóneo punto de partida para comenzar la visita. Más allá de disfrutar del «shopping» por los numerosos locales comerciales, sus coloridos jardines a los pies del Castillo causan estupor. Los bancos firmados en conmemoración a los difuntos sugieren un descanso, pero la ruta acaba de comenzar y el encanto de lo que se vislumbra nos obliga a continuar.

Suena la música. Como si de un concierto ambientando se tratara, un hombre ataviado con la típica falda escocesa toca la gaita. Y hasta los pájaros bailan en la puerta de la National Gallery. Pero nuestra atención se desvía hacia una perla negra que rompe con los grises y verdes característicos del lugar. Bajo el Scott Monument nos detenemos, respiramos y nos tocamos. Sí, no es un sueño. Estamos vivos y despiertos. Reanudamos la caminata. Es una ciudad para recorrerla a pie y descubrir una colección de joyas arquitectónicas medievales y georgianas. Que los casi tres centenares de escalones a los que se enfrenta al final de esta confluida calle no frustren ni un ápice de su ánimo. Podrá dar un homenaje a sus ojos, guardar un recuerdo para la eternidad. En Calton Hill inmortalizamos el momento. Las vistas de la ciudad desde esta colina, en la que se asientan varias construcciones de faraónica belleza –incluido el Partenón de Edimburgo–, han abonado su pseudónimo de la «Atenas del norte».

Edimburgo se divide en dos áreas bastante diferenciadas. La zona nueva se construyó en el siglo XVIII sobre una importante planificación urbanística de estilo neoclásico y contrasta con el casco viejo –Old Town–, que en 1995 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La principal arteria de la ciudad vieja es la Royal Mile, que enlaza el castillo con el Palacio de Holyroodhouse, residencia estival de la Reina Isabel II. Los callejones en esta avenida, pese a tener centímetros de anchura, no asfixian a los turistas. Cada uno hace alarde de su historia particular. Leyendas a tutiplén y cuentos chismosos nos relatan mientras recorremos los pasadizos subterráneos en los que convivían mercaderes, nobles y artesanos. Los inhumanos habitáculos donde residían los enfermos de la peste negra sirven como guarida de terroríficas historias de fantasmas que quitan el hipo.

El Castillo de Edimburgo es símbolo de su pasado, pero también de su presente. Se aúpa sobre la roca volcánica de Castle Rock y desde el siglo XI constituye un enclave de defensa, un guardián de la ciudad. Alma máter de la urbe e impregnado en el ADN edimburgués, dicen que es la fortaleza más bonita de Escocia. William Wallace flanquea la entrada a este recinto que, al margen del valor simbólico que tiene para los escoceses, ofrece a los turistas una fantástica panorámica. Se trata de uno de los cascos históricos más impactantes de Europa y cada año lo visita un millón de personas. En una de sus salas permanecen las joyas de la corona escocesa, escondidas durante más de 100 años.

Además de los deslumbrantes edificios y de las ostentosas casas de piedra sacadas de una postal, en Edimburgo existe una gran variedad de platos a disposición del comensal. «Haggis», «scoth broth», «fish and chips» o «black pudding». No obstante, el whisky se corona como el rey de la fiesta al paladar. Exportan más de mil millones de botellas al año, y aunque el de Malta sea el que cuente con mejor reputación, el blend también recibe bastantes elogios. Quita el frío con sus grados. Buen timón para viajar sin rumbo. En Escocia, siempre es buen momento para echar un trago. Los hay que huelen a flores, pero también que apestan a humo. Todo depende de su procedencia: Lowland, Highland, Speyside o Islay.

El programa de espectáculos abarca todo el calendario y la atmósfera festiva se respira en cada rincón, pero la vida cultural de Edimburgo vive su momento más álgido en agosto, cuando se celebran el Festival Internacional y el de Fringe. Al pasear por la ciudad dan ganas de volver a ser escolar y sentarse en pupitres de colegios que provocan pasmos. Unos niños juegan al hockey sobre hierba, al tiempo que otros practican rugby en la antesala de George Heriot’s School. Esta singular obra de arte sirvió a J.K. Rowling como fuente de inspiración para crear Hogwarts, el colegio de magia y hechicería del mundialmente conocido Harry Potter. Lejos de historias de ciencia ficción, a sólo unos minutos andando, descubrimos Fettes College, cuyas aulas acogieron a personas de la talla de Tony Blair o James Bond.

Los protagonistas de Carros de Fuego corrían por las playas de Saint Andrews a cámara lenta para no perder detalle de su imponente belleza. En su prestigiosa universidad estudiaron los duques de Cambridge, donde se conocieron e hicieron sus primeras carantoñas. Golfistas de medio mundo peregrinan hasta la cuna de su deporte favorito para disfrutar de uno de los campos más antiguos y emblemáticos. Un cuento de hadas que no deja indiferente a nadie. Ubicada en la costa oriental, a algo más de una hora de la capital –en el condado de Fife–, Saint Andrews representa una de las ciudades históricamente más importantes de Escocia. Su población no llega a los 20.000 habitantes, pero alberga la tercera universidad anglosajona más antigua y una de las que goza de mejor prestigio en Reino Unido.

Tanto la catedral como el castillo se encuentran derrumbados, y pasear entre sus ruinas puede considerarse un viaje hacia la época medieval. Lápidas del cementerio a ras del suelo detienen nuestra caminata y nos dan una idea de su esplendor siglos atrás, cuando constituía lugar de culto y adoración a San Andrés. Tras la reforma protestante, en 1559, la catedral fue desvalijada, y hoy en día únicamente se eleva la Torre de Saint Rule.

Surfistas en la playa de West Sands cogen olas sin parar. Unos metros tierra adentro, el sonido del mar se entremezcla con el de los «drives» y «swings» que se suceden en el Old course, considerado por muchos «La Meca» del golf y donde se fijaron las reglas de este deporte elitista, no apto para cualquier bolsillo.

Para reponer fuerzas tras la visita a Saint Andrews, qué mejor que degustar marisco en The Seafood Restaurant. El mar del Norte sirve como telón de fondo, como vía de escape para dar rienda suelta a la imaginación. Un espacio diáfano, con la cocina como eje central, y enormes ventanales desde los que se observa toda la costa de la ciudad. Langostas o mejillones, servidos al compás de exquisitos vinos, dejan al comensal sin habla y sin apenas yemas en los dedos. Imagínense el motivo.

La ruta desde Edimburgo contempla varias paradas obligadas. A 14 kilómetros del corazón de la capital, el Forth Bridge se eleva sobre el fiordo al que debe su nombre. Es un puente en ménsula para ferrocarril construido en acero, que sobrepasa los 2.500 metros y constituye una de las enseñas más reconocidas de Escocia. Conecta la urbe con Fife y, pese a ser centenario, sirve como arteria de comunicación que soporta un tráfico diario de unos 200 trenes. Paralelo a éste, el Forth Road Bridge permite el tránsito de vehículos y personas, y es el más importante de todo el país. Además, actualmente hay otro puente en construcción. En el recomendable recorrido, una retahíla de campos de golf, donde los hoyos prácticamente se sumergen en el mar, decoran el paisaje.

Cómo llegar: la compañía Iberia Express ofrece cuatro frecuencias semanales (con vuelos los lunes, jueves, viernes y domingos), que se incrementarán a seis entre el 20 de julio y el 6 de septiembre (vuelos todos los días excepto los sábados).

► Horarios: salidas desde Madrid a las 08:50 horas y desde Edimburgo a las 11:10 horas.

Precios: desde 49 euros por trayecto, comprando ida y vuelta.

► Más información: en la página web www.visitscotland.com.