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El secreto de la bahía de Kotor

Montenegro es un destino por descubrir al que la larga sombra que proyecta la popular Croacia mantiene protegido de los turistas que han invadido el resto de los Balcanes

La torre de la iglesia de San Nicolás y varios palacetes barrocos son parte del casco histórico de Perast, el pueblo más romántico y fotogénico de la bahía
La torre de la iglesia de San Nicolás y varios palacetes barrocos son parte del casco histórico de Perast, el pueblo más romántico y fotogénico de la bahíalarazon

Montenegro es un destino por descubrir al que la larga sombra que proyecta la popular Croacia mantiene protegido de los turistas que han invadido el resto de los Balcanes

Para empezar, conviene aclarar que Boka Kotorska, (literalmente, las «Bocas de Kotor» o la «Bahía de Kotor») es, en realidad, un conjunto de cuatro ensenadas bañadas por las aguas del mar Adriático: dos externas (Hercegnovski Zaliv y Tivatski Zaliv) y dos interiores (Risanski Zaliv y Kotorski Zaliv), sutilmente comunicadas por el estrecho de Verige, con apenas 340 metros de ancho. A simple vista, resulta casi imposible imaginar cómo es posible que por ese angosto canal puedan pasar, sin ningún incidente, los mastodónticos cruceros que se dirigen, a diario, hacia el puerto de Kotor. La bahía es un auténtico capricho de la naturaleza, que ha convertido el curso del antiguo cañón del río Bokelij en un profundo fiordo; una larga lengua de mar que se cuela tierra adentro, resguardada por las oscuras paredes de los Alpes Dináricos, erguidas abruptamente desde las mismas orillas. Esta cordillera es la encargada de proporcionar a la bahía su envidiable clima, con días soleados (dicen que son 250 al año) y cálidos, muy alejados de los azotes invernales que suelen sufrir en el interior del país. Un paisaje único, de gran belleza natural y cargado de historia que la Unesco consideró como Patrimonio de la Humanidad en 1979.

Hay que subrayar que, aunque la distancia entre la entrada del Adriático y el punto más alejado de la bahía es de apenas 28 kilómetros, el recorrido terrestre que circunvala toda la costa (una serpenteante y estrecha carretera) se extiende hasta el centenar, lo que implica una buena dosis de paciencia para recorrerla. De todas formas, merece muchísimo la pena circular por esta carretera, la P1, considerada como una de las más espectaculares de Europa.

Por fin, después del atracón de curvas, se alzan las murallas que encierran Kotor, la población más importante y que, además, da nombre a la bahía. Si es posible, lo mejor es llegar al atardecer, cuando la marabunta de turistas ha desaparecido de vuelta a sus cruceros y la pequeña ciudadela recobra la calma y toda su magia. Hay dos puertas secundarias: la del Río y la Gurdic, pero la lógica invita a entrar por su acceso principal, la majestuosa Puerta del Mar, construida en el siglo XVI, durante el periodo de su mayor esplendor (1420-1797), cuando Kotor formaba parte de la Albania veneciana bajo el nombre de Cattero. Los astutos mercaderes de la Serenísima República habían puesto sus ojos en ella al considerarla un enclave comercial estratégico, al abrigo de temporales y fácilmente defendible ante la continua amenaza de ataques otomanos. Del carácter de sus gentes y su condición de ciudad inexpugnable, dan fe la inscripción en latín que puede leerse en esta puerta: «No queremos lo que a otros pertenece, pero lo nuestro no lo rendiremos nunca». De este glorioso periodo todavía perduran algunos de los principales edificios, visibles en su centro histórico con un aire eminentemente veneciano. Destacan el Palacio Ducal y el Arsenal, los ventanales góticos de la casa Drago y el Teatro Napoleón, el único vestigio de la efímera presencia francesa en la ciudad. Antes de caer la noche, es un placer pasear por sus callejuelas de trazado medieval (sin nombres, sólo numeradas), descubrir la vida cotidiana de sus vecinos, admirar la grandeza de la fortaleza Sveti Ivan iluminada o encontrar joyas como la Catedral Sveti Tripun, construida sobre los restos de una iglesia del siglo IX. Su aspecto actual es más bien ecléctico, debido a numerosas reconstrucciones, en diferentes estilos, para solventar los destrozos causados por varios terremotos. Subir a la fortaleza tiene su precio: superar los 1.500 escalones que llevan hasta la cima. Una vez arriba, el esfuerzo se ve claramente compensado con unas vistas de infarto sobre la bahía.