Historia

Coronado

Ribera del Duero: Viñedos coronados por castillos

Al compás del sereno río Duero nacen unas uvas de excepcional calidad que dan fama a la Denominación de Origen Ribera del Duero. Recorrer sus viñedos a pie, colarse en sus bodegas o encaramarse a sus castillos medievales son algunas de las experiencias que nos dejan atónitos

Ribera del Duero: Viñedos coronados por castillos
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Un manto de color verde tiñe estos días la ribera del sereno río Duero. No es otro que el de los miles de viñedos que entre septiembre y octubre lucen radiantes y generosos mientras esperan la llegada de las manos de aquellos que recogen la uva con mimo y ternura. Estamos en plena vendimia y en las provincias de Valladolid y Burgos eso es sinónimo de alegre celebración. El trabajo de todo un año llega a su momento álgido cuando arranca el otoño y nosotros podemos ser espectadores de excepción, pues aquí el viajero siempre es bien recibido, incluso para que se remangue los pantalones y pise la uva con sus pies descalzos. La experiencia es de lo más relajante y gratificadora, pues de ahí nace un mosto que, aunque algo rudo, ya nos adelanta unos deliciosos sorbos.

Dispuestos a empaparnos de la cultura vinícola de Castilla y León, nada mejor que recorrer con calma la ruta del vino de la Ribera del Duero para adentrarse en bodegas vanguardistas y cavas legendarias, pisar viñedos y encaramarse en castillos medievales. Aunque a lo largo y ancho de la ruta hay muchas posibilidades, existe una localidad que armoniza todos estos ingredientes: Peñafiel, cuna de la Ribera y patria del vino, pues aquí se asienta una veintena de bodegas. Historia y vino juegan en esta localidad una partida que no defrauda al viajero. De hecho, no hay más que levantar la vista para quedarse perplejo por el castillo que corona la villa desde el siglo X. Sus robustos muros son el baluarte defensivo perfecto, gracias a unas dimensiones que quitan el hipo: 210 metros de largo y 20 de ancho, sin pasar por alto los 34 metros de altura que alcanza la garbosa y bizarra torre del homenaje. Y si las cifras impresionan, más aún lo hacen las vistas que desde lo alto del castillo obtenemos, pues podemos otear la inmensidad de la Ribera del Duero.

En Peñafiel el vino es parte del ADN de la ciudad y prueba de ello es que en el espacio del patio mayor del castillo se halla el Museo Provincial del Vino, una parada obligada para entender los entresijos del caldo del Dios Baco. Así, con la teoría bien aprendida, llega el turno de ponerla en práctica en alguna de las bodegas que realizan visitas guiadas por sus instalaciones, no en vano es la mejor manera de ver, en vivo y en directo, cómo nacen algunos de los mejores vinos de España. Y no hace falta irse muy lejos, pues la bodega Protos, pionera en la región, se sitúa en las entrañas del castillo de Peñafiel. El peso de los años no es óbice para dar rienda suelta a la vanguardia, ya que la bodega Protos del siglo XXI es sinónimo de diseño gracias a la impronta del arquitecto Rogers Stirk Harbour. Su impresionante interior resulta casi tan apabullante como su fachada, pues el viajero tiene el privilegio de adentrarse en las tripas de la bodega (casi 20.000 metros cuadrados entre la antigua y la moderna) para rematar el viaje con una copa de vino en la mano, como no podía ser de otro modo.

Frente a las descomunales dimensiones de la Bodega Protos, merece la pena conocer la cara más íntima y familiar de la Ribera del Duero. Para ello hay que llegar hasta el valle del Cuco, donde se esconde Curiel de Duero, una pequeña villa de apenas 130 habitantes donde se ubican dos bodegas con gran personalidad que nos regalan unas vistas increíbles de la zona, pues ambas presumen de ser una suerte de balcón sobre el Duero. Bodegas Comenge es de pequeño tamaño pero gran fondo, tal y como nos trasmite Rafael Cuerda, su director general, en cada palabra que pronuncia durante nuestra visita guiada. Su pasión por el vino se contagia, por lo que resulta imprescindible realizar una cata para exprimir al máximo sus conocimientos. Y tampoco está de más aprovechar la ocasión para recorrer los viñedos a caballo o hacer un picnic en su jardín.

Sin salir de Curiel, a un paso de Comenge, nos topamos con Bodegas Legaris, de diseño minimalista y muy práctico que otorga todo el protagonismo a los caldos que de sus tierras nacen. Resulta imprescindible asomarse a su gran terraza y admirar el mar de viñedos que aparece a nuestros pies coronado por el solemne castillo de Peñafiel. La estampa es de las que quedan grabadas en la retina aunque, con un vino en la mano, también queda tallada en el paladar.

Bocos de Duero, Castrillo de Duero, Roa o Haza son sólo algunos de los otros municipios que dan forma a la ruta del vino Ribera del Duero, que se extiende también por las provincias de Burgos y Soria. Pero si hay un parada en el camino que no hay que saltarse es, sin duda, Aranda de Duero, que este año acoge la exposición de Las Edades del Hombre.

Esta coqueta ciudad soprende, pues esconde un acogedor casco histórico donde, además de comer un delicioso lechazo asado, podemos colarnos, literalmente, en antiguas bodegas subterráneas. Es el caso del Lagar de Isilla, un exquisito mesón al más puro estilo castellano que se sitúa en el corazón de la ciudad y en cuyas entrañas esconde unas laberínticas bodegas que datan del siglo XV y que nos trasladan a épocas pasadas. El olor a humedad, la luz tenue y las acertadas explicaciones que dirigen nuestros pasos nos ponen el bello de punta. Es la mejor manera de comprender, pero sobre todo de vivir, el auténtico significado del enoturismo: la historia de nuestra tierra a través del vino, un vino que ahora nos sirve de gustoso guía turístico.