Vacaciones

Samaná: La sonrisa del Caribe

Viajamos hacia la región más pura y auténtica de República Dominicana, donde el turismo de masas todavía no ha llegado y su gente nos aguarda para regalarnos su eterna sonrisa

Meca del surf. Las playas de Cabarete se han convertido en una auténtica meca para los surferos, gracias a la calidez de sus aguas y la fuerza de sus olas
Meca del surf. Las playas de Cabarete se han convertido en una auténtica meca para los surferos, gracias a la calidez de sus aguas y la fuerza de sus olaslarazon

Uno no toma verdadera conciencia de la vegetación de Samaná hasta verlo desde el avión, justo antes de aterrizar. En ese momento entendemos cuál es el resultado de que este rincón caribeño sea el lugar con mayor concentración de cocoteros del planeta: un majestuoso vergel que lo cubre todo de un verde infinito, casi imposible de imaginar.

Una vez en tierra, empezamos a percibir todos esos detalles que siempre hemos asociado al Caribe: el aire se vuelve denso y nos llega cargado de aromas exóticos desconocidos. La sofocante humedad, a la que pronto uno se acostumbra, obliga a ralentizar los movimientos y a dosificar los esfuerzos. La música suena con fuerza en cualquier rincón, como si esta gente viviera en una fiesta sin fin, entre sones de bachatas y merengues. Las carreteras que conducen hasta los centros hoteleros, estrechas y sinuosas, atraviesan pequeñas poblaciones sin atisbo alguno de turistas. Es suficiente hacer una parada en alguna de ellas para constatar que el estilo de vida en Samaná dista años luz de nuestro famoso estrés urbano: aquí el reloj no dicta órdenes, las prisas simplemente no existen, los móviles pierden cobertura, y «tranquilidad» es la palabra que mejor define el carácter de sus habitantes. La humildad de la gente es notable, pero sorprende gratamente la pulcritud de sus ropas, tanto en niños como en adultos, y la coquetería de las mujeres, siempre afanadas por estar guapas con los rulos en la cabeza para conseguir un pelo lo más liso posible. Pero lo que de verdad nos llega al corazón es esa sonrisa perpetua y sincera que continuamente nos regalan a cambio de una simple mirada.

Hacia Cayo Levantado

Santa Bárbara de Samaná, pese a ser la capital, no deja de ser una pequeña población apacible que sólo se ve alterada entre enero y marzo, momento en el que miles de ballenas jorobadas se concentran frente a su bahía, después de recorrer miles de kilómetros, para realizar su cortejo de apareamiento, uno de los mayores reclamos turísticos de la zona.

Las distancias en la ciudad no son grandes, lo que nos invita a recorrerla a pie; pero siempre tendremos la opción de coger un «motoconcho», esas peculiares y fotogénicas motos con remolque que hacen las veces de taxis colectivos y muy económicos.

Desde el muelle de Santa Bárbara salen a diario pequeñas embarcaciones con rumbo al famoso Cayo Levantado, un pequeño islote –apenas un kilómetro cuadrado– adornado con dos de las playas más bellas de Samaná. Sus aguas, tranquilas y transparentes, ofrecen condicioces idóneas para la práctica de deportes acuáticos, como el snorkel. La isla es también conocida como «Isla Bacardí», porque en ella están las palmeras que aparecen en los anuncios de la conocida marca de ron. Una de sus playas es de uso exclusivo para los clientes del Bahía Príncipe que ocupa gran parte del islote y está considerado como el mejor hotel de todo el Samaná.

Aquellos que huyen del «todo incluido» de los grandes hoteles pueden optar por un alojamiento con un trato más personal y con mayor contacto con la población local; esto se puede encontrar en el pintoresco pueblo de Las Terrenas, que presume de tener una de las playas más bellas de Samaná, no en vano se llama Playa Bonita. Además, desde aquí, tenemos la oportunidad de efectuar una de las salidas imprescindibles que nos ofrece Samaná: el Salto del Limón, un conjunto de cascadas al que se llega tras un duro ascenso que podemos efectuar a pie –sólo apto para los que se encuentren en una magnífica forma física– o a caballo, que es la opción cómoda y divertida. La excursión ecuestre se puede contratar con facilidad en alguna de las «paradas» que se encuentran bordeando la carretera que lleva al pueblo de El Limón, y suele llevar incluída la comida al regreso. Cualquiera que sea la opción elegida, no debemos olvidar el repelente para los mosquitos, porque aquí atacan sin piedad. Normalmente se recorre un sendero llamado «El Café», con varias paradas para reponer fuerzas o comprar algún producto local. El último tramo es obligatorio hacerlo a pie, hasta llegar a la base de la cascada. Una vez allí, toda la dureza del camino queda olvidada cuando contemplamos la fuerza con la que el agua cae desde casi 40 metros de altura sobre una poza en la que podremos darnos un baño glorioso antes de retomar el camino de regreso.