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Valparaíso: sus cerros y La Sebastiana

Valparaíso asemeja a un auditórium semicircular en el que las viviendas son butacas que se van elevando en la distancia

Valparaíso: sus cerros y La Sebastiana
Valparaíso: sus cerros y La Sebastianalarazon

“... Para vivir y escribir tranquilo tiene que poseer algunas condiciones”. Pablo Neruda hacía así la petición de encontrar un lugar propio y singular, una casa.

“No puede estar ni muy arriba ni muy abajo. Debe de ser solitaria, pero no en exceso. Vecinos ojalá invisibles. No deben verse ni escucharse. Original, pero no incómoda. Muy alada, pero firme. Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo. Pero con comercio cerca”.

Si leemos estas líneas de su carta, bien podría ser la descripción de Valparaíso, ciudad donde halló esa casa: La Sebastiana.

La Joya del Pacífico

Valparaíso asemeja a un auditórium semicircular en el que las viviendas son butacas que se van elevando en la distancia. Según el nivel del mar, no se halla “ni muy arriba ni muy abajo”. No está muy poblada, pero tampoco solitaria, pues sus trescientos mil ciudadanos no permiten que impere la soledad.

Vecinos casi invisibles, repartidos en cuarenta y tres cerros cuya independencia les hace desarrollar una fuerte identidad que apenas ve ni escucha a las demás. Original y alada por su ocupación vertical, “pero no incómoda” gracias a sus funiculares. “Ni muy grande ni muy chica, lejos de todo”, aunque nexo de comercio marítimo.

En sus orígenes, antes de la llegada de los conquistadores españoles, Valparaíso fue un asentamiento de pueblos de pescadores nómadas. Quizá por ello posee un cierto aire libertario.

Conocida por La Joya del Pacífico, los españoles la designaron puerto natural de Santiago en el año 1544. Su territorio durante siglos estuvo habitado de forma esporádica, debido tanto a los desastres naturales como a los asaltos de piratas.

Fue en la independencia de Chile, en 1818, cuando su puerto se convirtió en punto de vital importancia para la economía del país, provocando la llegada a la ciudad de inmigrantes y, con ello, la necesidad de alojarlos. Ese es el motivo de que Valparaíso recuerde a un auditórium: la bahía y la actividad portuaria fueron metáfora de un espectáculo y los empinados cerros se utilizaron para construir viviendas desde donde poder desarrollarlo.

Las casas multicolores «cuelgan» de los cerros en una imagen conectada con el pasado y ni siquiera los extravagantes murales pintados por toda la ciudad consiguen ocultar su singular apariencia de otra época.

Los cerros de Valparaíso

Valparaíso esta dividida esencialmente en dos sectores: el plan y los cerros. El plan es la zona plana de la ciudad donde se encuentran los edificios públicos y el comercio. Los cerros son donde mayoritariamente vive la población.

Todo se encuentra y todo se mezcla en los cerros. En ellos se construyeron desde chozas precarias hasta palacetes de diferentes estilos y tamaños. Incluso cementerios. La población conquistó cada centímetro de loma que pudo ser edificada. La comuna creció a pesar de que no existía espacio.

Entre 1883 y 1931 aparecieron en el paisaje urbano los funiculares, ayudando e impulsando el desarrollo de una ciudad que empezaba a ser habitada. Los llamaron “ascensores” y en el pasado siglo se llegaron a poner en funcionamiento más de treinta. “Cajones” de peculiar encanto de los que hoy solo cinco están funcionando.

Cada uno de los cuarenta y tres cerros que existen poseen características urbanas y sociales muy diferentes, pero todos tienen en común pequeñas plazoletas y miradores escondidos entre casas y balcones. Todos sorprenden con escaleras y cuestas infinitas que finalizan en el océano.

En sus empinada calles

El principal atractivo de Valparaíso es la visión desde los cerros hacia el océano. Recorrer los más antiguos posibilita descubrir la arquitectura inglesa colonial de sus casas y sus paseos-miradores. La panorámica es espectacular: la bahía, los buques y la red urbana que plagada de edificios y autos desafía a la tranquilidad.

... Al recorrer sus callejuelas adoquinadas, cada fachada, cada mural, cada balcón hablan de una Chile que tras la independencia comenzó a crecer imparable.

En sus empinadas calles se mezclan sonidos de música de tradicionales organillos, de autos, ruidos del funicular... Incluso campanadas que recuerdan que una iglesia, la de San Francisco, era el primer punto reconocible que se avistaba desde los barcos, sirviendo como faro a los marineros hasta el siglo XX.

Dejándose envolver en la esencia de Valparaíso es cuando se percibe que atrajo a Pablo Neruda a esta ciudad.

La Sebastiana

En el cerro Florida, en 1959 Pablo Neruda adquirió una casa en obra gruesa. Sería su tercera vivienda en Chile. La bautizó como La Sebastiana. En tres años terminó de construirla.

Quizás sea porque las aguas del Pacífico parecen inundar la casa o, tal vez, porque está impregnada de la última etapa de su vida, que esta posee algo especial.

“Yo construí la casa.

La hice primero de aire.

Luego subí en el aire la bandera

y la dejé colgada

del firmamento, de la estrella, de

la claridad y de la oscuridad”.

Tres casas, tres mujeres. Más de tres décadas soñando con visitar este lugar. Aquí, Neruda escribió versos que han sido bandera y poemas que han sido firmamento y estrellas.

Frente a la entrada de la Casa-Museo La Sebastiana, se encuentran más de una decena de tiendas, cientos de artículos con su rostro, con sus frases..., con su verdad.

En el interior del recinto, un conjunto de terrazas cerradas conforma la vivienda. Cuatro pisos coronados por una torre que, como si se trataran de líneas de prosa poética, no sigue normas arquitectónicas. Aunque al igual que un texto expresan con tal intensidad que todo lo quiebran.

Los renglones de esa prosa desnudan al literato. Pablo vivía enamorado del mar, del aire, de la tierra. En cada detalle su alma asoma sin coraza que la oculte o la proteja...

Un abrazo

Maica Rivera