Viajes

Venecia, una sinfonía de luz y agua en la temporada estival

Sí, en verano la ciudad de los canales ofrece una experiencia sensorial a quien sabe explorarla sin prisas

Venecia, Italia
Vista del icónico Gran Canal de Venecia, con la Basílica de Santa María de la Salud al fondoDreamstime

Venecia siempre ha tenido algo de espejismo. Y en verano esa ilusión se intensifica: la luz se vuelve más rotunda, el agua más azul y el ritmo de la ciudad, más marcado por los contrastes. Sí, hay calor y turistas —los datos lo confirman: las temperaturas rondan los 30 grados y junio, julio y agosto concentran la mayor afluencia de visitantes del año—, pero también hay una belleza que persiste, que se resiste a desaparecer incluso en sus horas más transitadas.

Los momentos más valiosos en verano se viven temprano, cuando las góndolas aún están amarradas y los primeros rayos de sol doran las fachadas de Cannaregio o Castello, barrios que, a diferencia del circuito clásico, conservan cierta normalidad veneciana. A esas horas, uno puede escuchar cómo abre el mercado de Rialto, cómo los vecinos conversan mientras compran fruta o cómo el eco de unos pasos solitarios cruza un puente sin nombre.

Y si la humedad se impone —porque se impone—, hay otra forma de conocer Venecia: dejando que el arte fresco de una iglesia poco visitada o la sombra silenciosa de una galería escondida marquen el ritmo. En verano, como en la vida, todo depende de cuándo y cómo se mire. Porque Venecia no se visita solo con los ojos: se recorre con los sentidos abiertos y la mente receptiva.

El arte de perderse sin rumbo

Explorar Venecia a pie es esencial, pero hacerlo en verano exige matices. La ciudad invita a perderse: más de 400 puentes y un sinfín de calles estrechas que serpentean entre canales. Para quienes desean evitar las multitudes, las primeras horas de la mañana o el atardecer son aliadas perfectas. La luz dorada que se filtra por las ventanas de los palacios, el sonido de una góndola lejana o el tintinear de una campana al otro lado del canal componen una partitura única.

Barrios como Dorsoduro —con sus galerías, la Punta della Dogana y la Galleria dell’Accademia— ofrecen una Venecia artística y algo más pausada. Aquí, el Campo Santa Margherita palpita con vida local, mientras estudiantes y residentes se mezclan en sus terrazas. Más al este, Castello despliega rincones donde el tiempo parece haberse detenido. Pasear por la Via Garibaldi o descubrir los jardines de la Bienal permite asomarse a la Venecia de los venecianos, esa que aún conserva tenderos que saludan por su nombre, y ropa colgada al sol entre fachadas desconchadas.

Incluso en el ajetreado San Polo, aún se pueden hallar momentos de serenidad. Los alrededores de la iglesia de San Giacomo dell'Orio, por ejemplo, sorprenden por su ambiente tranquilo, con niños jugando en la plaza y mayores conversando a la sombra. En Santa Croce, cerca del canal de la Giudecca, se respira esa misma cotidianidad que muchos creen perdida en la Venecia más turística.

Una ciudad que vibra con el arte

El verano no solo transforma la luz de Venecia: también multiplica su oferta cultural. Este año, los meses estivales acogen la Bienal de Arquitectura (del 10 de mayo al 23 de noviembre), que protagoniza la escena artística. Los pabellones de los Giardini y el Arsenale, junto con exposiciones en palacios históricos como el Palazzo Grassi o la Fondazione Cini en la isla de San Giorgio Maggiore, ofrecen un recorrido fascinante por las tendencias del diseño y el urbanismo contemporáneo.

En julio, otro evento clave es la Festa del Redentore (noche del 19 al 20), que conmemora el fin de la peste del siglo XVI. La noche se ilumina con fuegos artificiales sobre la laguna, mientras los venecianos celebran con cenas en barcos y en los muelles. Una tradición profundamente vivida por los locales, en la que incluso se instala un puente flotante entre la isla de la Giudecca y el resto de la ciudad para permitir el paso a pie hasta la iglesia del Redentor.

Venecia
VeneciaDreamstime

Además, en iglesias como San Vidal o San Giovanni e Paolo se organizan conciertos de música clásica, donde la acústica y el entorno elevan cada interpretación a una experiencia casi espiritual. También proliferan las exposiciones temporales y los ciclos de cine al aire libre en espacios históricos como el Lido o el Campo San Polo, que durante el verano se transforman en escenarios culturales.

Gastronomía con raíces

Hablar de Venecia es hablar de su cocina, tan vinculada al mar y a la laguna. Los platos más genuinos siguen encontrándose en pequeñas trattorias fuera de los circuitos turísticos. Entre los imprescindibles destacan las «sarde in saor» —sardinas marinadas con cebolla, pasas y piñones—, un bocado humilde y delicioso que resume siglos de historia marítima. Su sabor agridulce es herencia directa de las técnicas de conservación de los navegantes venecianos.

Otro clásico es el «fegato alla veneziana», hígado de ternera con cebolla, tradicionalmente acompañado de polenta. También el «risotto al nero di seppia», con tinta de calamar, ofrece una experiencia sabrosa y visualmente intensa, profundamente ligada a la identidad gastronómica de la laguna.

Y en las islas cercanas, como Burano, los «buranelli» —galletas de mantequilla en forma de anillo— evocan la tradición repostera local, creada inicialmente como provisión para marineros. En cada receta se encierra una parte de la historia de este pueblo de comerciantes y navegantes.

En verano, el ritual del aperitivo cobra especial protagonismo. Tomar un «spritz» en una terraza frente a un canal es una costumbre compartida tanto por locales como por visitantes. Más que una bebida, es un instante de contemplación y de descanso, un reflejo del espíritu veneciano: detenerse, mirar, disfrutar.

Islas menores y rincones con alma

Para quienes desean descubrir una Venecia ampliada, las islas cercanas son una opción inspiradora. Con sus casas de colores vivos y su tradición de encaje, Burano resulta un destino perfecto para una mañana. Más sosegada, Torcello invita a caminar entre ruinas y campos, hasta llegar a la antigua basílica de Santa Maria Assunta, con sus impresionantes mosaicos bizantinos del siglo XI. Aquí se respira una calma que contrasta con el bullicio del centro.

Y si el calor aprieta, el Lido de Venecia ofrece un respiro inesperado: una playa que conserva el encanto de épocas pasadas, cuando era refugio de aristócratas, artistas y escritores como Thomas Mann. El Gran Hotel des Bains, inmortalizado en «Muerte en Venecia», y los edificios de estilo liberty evocan aquel esplendor de principios del siglo XX.

También merece la pena visitar San Lazzaro degli Armeni, una pequeña isla con un monasterio fundado por monjes armenios en el siglo XVIII, que alberga una biblioteca de incalculable valor y una de las imprentas más antiguas en lengua armenia de Europa.

Venecia en verano exige paciencia, sensibilidad y una mirada dispuesta a ir más allá de lo evidente. Pero para quien sabe detenerse en sus detalles, en sus reflejos cambiantes, en sus silencios furtivos, la recompensa es inmensa. Porque hay ciudades que se visitan, y otras que se sienten. Y Venecia, sin duda, pertenece a las segundas.