Japón

«Virus»: la danza más contagiosa

Akaji Maro, rodeado por otros dos bailarines de Dairakudakan, en «Virus»
Akaji Maro, rodeado por otros dos bailarines de Dairakudakan, en «Virus»larazon

Para entender lo que es la danza butoh hay que olvidarse de lo que es la danza misma. Sin argumento, ni técnica, ni objetivo, al bailarín de butoh se le exige una especie de vaciado de todo lo aprendido para que, durante su interpretación, aflore el movimiento más primigenio del que un humano es capaz. Su creador, Tatsumi Hijikata –la primera obra se estrenó en los sesenta, como reacción al bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki–, tuvo a uno de sus más importantes discípulos y continuador de su labor en Akaji Maro (uno de los artistas más influyentes de Japón), que fundó la compañía Dairakudakan hace 40 años y que estos días presenta su nuevo espectáculo, «Virus», en el marco de Madrid en danza. Esta pieza fue creada con motivo de esta efeméride, y tuvo su estreno absoluto en julio de 2012. Esta representación en Madrid supone el estreno de la obra en nuestro país, además de la conmemoración de los 400 años de las relaciones entre España y Japón.

Como buen oriental, la abstracción es su vehículo para expresarse artísticamente y, por ende, verbalmente. El intento de categorizar choca ya no sólo con esta cultura, sino con el espíritu de la danza «butoh» en sí: «Me alegra el interés de Occidente por el butoh, pero es un análisis anatómico, como si nos observaran como una especie rara. A vuestra cultura le gusta conceptualizar las ideas, expresar de forma racional lo que, desde mi punto de vista, no tiene etiquetas posibles. En Japón, el butoh comenzó como una negación de la cultura y apenas se han promulgado interpretaciones sobre este estilo en nuestro país; las que existen, de hecho, provienen del mundo occidental», explica el maestro. La presencia de la compañía Dairakudakan en Madrid (que ya presentó un montaje en Madrid en Danza en 2011, «Paradise in the Jar Odyssey 2001») se produce en el marco del año dual España-Japón, con la organización de la Japan Foundation, que también ha promovido el certamen de la Ciudad Condal «Barcelona en butoh».

El ser humano como un monstruo

«Virus», una coreografía del propio Maro (que también es el bailarín principal de la obra), es una metáfora del ser humano, que el maestro ve como un monstruo. «Los humanos no somos necesarios para la Tierra; podría existir perfectamente sin nosotros. A lo largo de la historia ha habido momentos cruciales en los que aparecían unos monstruos y provocaban un cambio de era. Ahora, los humanos somos esos monstruos. Nuestra evolución intelectual nos asfixia. Estamos metiendo la mano en los órganos de la Tierra. Con todo, queremos serguir extrayendo sus órganos y apropiarnos de ellos. Es lo que nos convierte en monstruos. Vivimos una situación en la que debemos aprender de los insectos o de los virus. Dicen que los extraterrestres nunca han tenido interés en contactar con los humanos, sino con los insectos. Es una forma de decirnos que nosotros no valemos: han sabido vivir durante muchos más años que nosotros, que sólo llevamos aquí 7 millones de años. Son mucho más fuertes y resistentes que nosotros, y eso me da mucha envidia», añade Maro.

De esta forma, el maestro se convierte en una especie de virus en interacción con el resto de los bailarines (20 intérpretes con la tradicional apariencia del butoh, es decir, con la cabeza rapada y pintados de blanco), cubiertos por una tela de araña gigante que ocupa todo el escenario para «cuestionarnos qué es la existencia humana. Lo que tenemos en mente con respecto a estas cuestiones es una pura fantasía. La mía es que soy un virus de hace 2.000 milllones de años y he vivido todo ese tiempo», asegura el coreógrafo, cuyo interés es indagar en las cuestiones existenciales a partir del movimiento, y esta obra es su respuesta: «"Virus"es el grito de ese mundo microscópico en el que se repiten la destrucción y la creación». Esta lucha antagónica constituye la base de la coreografía, en la que se sucede la expresión de contrarios, como la calma y la extravagancia, la crueldad y la misericordia, lo grotesco y lo sublime, con la banda sonora del reconocido músico de techno Jeff Mills, que contribuye a introducirnos en este mundo, según Maro, «erótico y dramático».

Expresividad metafísica

Así, el maestro continúa con el espíritu contestatario con el que nació este tipo de danza contemporánea. En los años 60 fue la reacción a las bombas atómicas, de ahí la apariencia de los bailarines, que recuerda a los afectados por la radiactividad, sin pelo en su cuerpo y los ojos desorbitados. Ahora, cuando Maro se refiere a que el hombre mete las manos en los órganos de la Tierra, no habla directamente de ecología: «No es la intención. La expresividad del butoh es mucho más metafísica». Una vez más, la mentalidad occidental no sirve para explicar «Virus», aunque la sensibilidad sí lo hace: esta danza, profundamente expresiva y provocadora, es una verdadera generadora de emociones en el espectador, provenga éste del país que provenga.