Alfonso Ussía
Cenizas
Se dice que ha sido fortuito, consecuencia de un fallo o de una imprudencia. No ha transcurrido el tiempo suficiente para analizar las causas de la destrucción de «Notre Dame». Tampoco tendría sentido una constatación de atentado terrorista. Se ha perdido mucho más que una maravillosa catedral gótica de la Iglesia católica. Se han perdido dos siglos de construcción y ocho de Devoción, Fe, Arte e Historia. Un tonto del diario «El País» –y no me refiero a Rubén Amón que cuenta con mi amnistía por su apellido–, le ha dado un vuelco singular a la tragedia. Ha escrito que Hitler se sentiría feliz y contento con la destrucción de «Notre Dame». Hitler ocupó París durante cuatro años y de haber querido destruir «Notre Dame» habría aprovechado el poder de su ocupación para hacerlo. Todas las teorías progres huyen de la posibilidad de un atentado terrorista musulmán. Otros idiotas lamentan que no haya sido La Almudena madrileña la catedral ardida, estableciendo comparaciones artísticas, históricas y arquitectónicas. Lo que se ha perdido en «Notre Dame» supera los mil años de religión, arte e Historia. Se han salvado la Corona de Espinas y el «lignum crucis». Las palabras del obispo de San Sebastián, monseñor Munilla, son dignas de tener en cuenta. No se aventura, pero habla de las cenizas de la actual Europa: «Querida madre: Te suplicamos que esta ''desgracia'' se convierta en ''gracia'', de forma que la restauración de tu templo de Notre Dame, llegue a ser una parábola de la reconstrucción de la fe de Europa desde sus cenizas». Cenizas de «Notre Dame» o cenizas de Europa. Su Santidad El Papa, tan pronto y rápido en sus charletas porteñas, a ocho horas de la devastación de una de sus más bellas catedrales, permanecía en silencio. No dista mucho Roma de París, y en un caso de tan excepcional importancia, en una tragedia para los cristianos y católicos de todo el mundo, quizá hubiera consolado a ríos de lágrimas su presencia ante la hoguera de «Notre Dame».
No sólo Francia se siente desolada y huérfana. El mundo libre, el mundo cristiano perseguido, también se siente desolado y huérfano. Y avergonzado. Corren por las redes sociales las sonrisas de un grupo de musulmanes ante el fuego devastador de la catedral de París. No son pruebas de nada, pero son heridas innecesarias e inoportunas que abren las puertas de la sospecha. Permítanme que recuerde otro fuego y las reacciones políticas posteriores a su poder destructivo. Recuerden el fuego del Hotel Corona de Aragón, en el que fallecieron calcinados más de un centenar –la mayoría militares españoles y sus familias–, por un fallo en la churrería de sus cocinas. El Gobierno de UCD no se atrevió a reconocer que había sido un atentado perfectamente proyectado por la ETA. El fuego se inició simultáneamente desde seis puntos diferentes. Pero no era momento de reconocer la autoría de la ETA. Unos años más tarde, el que fuera Jefe del Gabinete de Adolfo Suárez, Josep Meliá, entrevistado por Jesús Hermida en Antena-3, clausuró el debate: «Fue la ETA, y no nos atrevimos a reconocerlo». No intento adelantarme, pero séame permitida la sospecha. Europa ha sido conquistada, calladamente, paso a paso y presencia a presencia, por el islamismo radical. Y lo del fallo técnico en las obras de mantenimiento de «Notre Dame» es posibilidad que merece todo el respeto. Pero también merece el respeto la sospecha, y la conveniencia y oportunidad política del silencio.
Se dice que la izquierda, aunque sea la más radical y analfabeta, representa la Cultura. Se dice porque ellos lo dicen. Si supieran, fuera de la fe y el hondo significado cristiano que ha quedado calcinado, la cantidad de obras de arte que han ardido y no han podido ser rescatadas del fuego, es posible que alguno de los imbéciles que han celebrado o se han reído de la tragedia, experimente una intelectual conmoción. A los cristianos del mundo, nos han quemado –las circunstancias adversas u otras circunstancias más adversas aún–, una de las joyas más queridas y veneradas de nuestra fe. Piedras seculares alzadas en el corazón de París calcinadas con sus maderas que han resistido guerras, revoluciones, persecuciones y toda suerte de agresiones de los enemigos de Dios.
Pasarán los días y sabremos las causas del demoledor incendio. Ya irreparable la tragedia, el error involuntario humano sería la mejor noticia. Pero estamos en Europa, en París, su corazón, y no están descartados los motivos del odio. Al fin y al cabo, la cristiandad en Europa empieza a ser minoría y de su debilidad la propia Europa es la culpable.
Juicios de valor y especulaciones.
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