Podemos

Tan cerca y tan lejos

La Razón
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«Ya no somos un grupito de amigos, ahora somos una fuerza política», han sido las declaraciones del Sr. Pablo Iglesias en una cadena de televisión nacional esta misma semana. La escena en la que se han realizado no deja lugar a confusión: en las instalaciones del Congreso de los Diputados y a menos de 100 metros del Sr. Íñigo Errejón, que hacía lo propio en otra cadena de la competencia.

Sin embargo, la intención no era copar con el mismo mensaje todos los medios de comunicación posibles, sino arrojarse dardos envenenados en una lucha que se barrunta que no va a tener un final feliz.

Nunca se había visto una ruptura tan clara y tan pública entre un líder y su número dos. No se trata sólo de que ya no sean amigos, o al menos eso deja entrever el Sr. Iglesias, tampoco de que defiendan dos modelos políticos diferentes en un mismo partido. Lo que se vislumbra es una confrontación de dos partidos diferentes que cohabitan en uno solo.

A finales del siglo XIX se produjo la primera crisis de la izquierda política. El enfrentamiento llegó de la mano de dos sectores: los partidarios del reformismo desde las instituciones democráticas frente a los defensores de realizar la revolución. De los unos nacieron los partidos socialdemócratas y de los otros, los partidos comunistas y las organizaciones anarquistas.

Las escisiones comunistas y anarquistas debilitaron durante mucho tiempo primero al movimiento obrero y luego a la izquierda en general. A esto se sumó la amenaza que supone el nacionalismo de uno u otro signo a las ideas socialistas.

La socialdemocracia, que es la ideología dominante en la izquierda social española y europea, zanjó hace un siglo el primero de los debates apostando por la participación en los parlamentos y en los gobiernos para hacer leyes que cambien las sociedades. Solo queda pendiente el segundo debate, sobre cómo vencer a los nacionalismos.

Podemos ha resucitado el conflicto dentro de su partido, cinco años después, en un anacrónico regreso a ideas caducadas que adornan con un lenguaje trasnochado. Escuchar a los dos máximos dirigentes podemitas, el Sr. Iglesias y el Sr. Errejón, debatir sobre si el Parlamento es el lugar de acción política o lo son las calles produce tristeza en un mundo globalizado en el que la izquierda debe buscar soluciones a la crisis de los refugiados, a las evasiones fiscales, al problema demográfico europeo, al modelo del capitalismo financiero salvaje y al Estado del Bienestar.

Que el Sr. Iglesias siga planteando el asalto a los cielos, negando las instituciones democráticas y abrazando al activismo haciéndolo confrontar con la política sólo puede llevar a dos conclusiones: la primera de ellas es que Podemos se ha practicado el harakiri antes de cumplir una legislatura y la segunda, que el PSOE tiene la obligación de reconstruirse para afrontar los retos de gobernanza que tiene pendiente la izquierda.

El Sr. Errejón no cabe en Podemos. Ni le quieren, ni le entienden, pero podría aportar mucho en un nuevo impulso de la Socialdemocracia. Eso sólo puede hacerse desde la única casa común que ha tenido la izquierda: el PSOE. De la misma manera, en el PSOE no sobra nadie –de hecho, faltan muchos–, pero va siendo hora de que los profesionales del fracaso dejen sus escaños y sus responsabilidades a otros. El futuro se debe escribir con nuevas firmas.