La presunción de inocencia, uno de los pilares legales que definen una democracia, ha muerto. Hay dos grandes responsables de esta defunción: los políticos y los jueces. De los primeros no nos sorprende, pero de los segundos esperábamos más, incluso ellos mismos deberían haberlo requerido. Nadie imaginaba que la mala praxis política, guiada por intereses creados y por una demagogia...
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