Hay un bar en Madrid que el otro día le dijo a un cliente habitual que no volviera. Llegó sin mascarilla, le invitaron a ir a buscar una, hizo una peineta con los dedos a los trabajadores del restaurante, exigió que le pusieran el menú y cuando pidió la cuenta, el jefe le dijo que no regresara jamás. El otro...
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Toda la razón. Hoy toda la razón.
La verdad es la verdad y es que, por desgracia, la estupidez y la imbecilidad abunda en todos los estamentos.
Recordemos que el tal Simón ya dijo, profetizo, predijo,que aquí no iba a pasar nada, algún caso aislado, sin importancia, y que las mascarillas no eran necesarias. La ministra Calviño que el impacto económico para España de este virus seria inapreciable, una tontería. De controles PCR en los aeropuertos y concretamente en Barajas como suplicaba la Comunidad de Madrid por boca de su Presidenta, nada de nana, tampoco. Por su parte el veraneante saltarín, sempiterno, de palacio en palacio, estatales claro está, animó a principios de este verano a la gente a soltarse el pelo. Su personal y seguidores, que en esto del gozoso y vil cachondeo son muy obedientes, le hicieron caso y estas son, entre otras razones, sumandos todas, las lógicas consecuencias.
En definitiva que las consecuencias son las queridas por nuestros ínclitos y siempre espabilados, triunfadores y oportunistas gobernantes, y si no parece mentira que no lo fueran. Fíjense en sus caras de extrema felicidad, con la que está cayendo, y explíquenme por favor la razón de tanto regocijo.
Somos, como consecuencia de su buen hacer, los apestados de Europa; no nos dejan entrar en ningún sitio y recomiendan a los suyos que no se les ocurra venir a la «piel de toro» no vayan a llevarse una buena cornada y vuelvan heridos a casa, donde les espera una buena cuarentena de obligado reposo..
Así que, con todos estos doctorados, y las consecuencias de sus aún mas falsas tesis, y a menos que tales falsos doctores piensen que somos todos unos «mierdas», no lo entiendo. Les «puedo prometer y prometo» que, en otro caso, no entiendo nada de nada. Y menos aún, como y porque el pueblo español los aguanta.
No, no lo entiendo, a mis setenta y cuatro años no consigo entenderlo; estaré gagá.
Ruego porque estos impresentables no tengan razón ni éxito con sus retorcidos pensamientos y planteamientos y pido porque yo siga conservando mi cabeza en su sitio el mayor tiempo posible.
Buenos días les y nos dé Dios.
¿El bar le dijo al cliente que no volviera, o se lo dijo el camarero o el dueño?, y lo de «creo que les suda…», el fondo está bien, la forma, lo de siempre.