Mi abuelo Klaus guardaba sus ojos en un cajón. Los de repuesto, quiero decir. Le faltaba un ojo y mi hermana Patricia y yo descubrimos las prótesis en una cómoda de la casa de Hamburgo. Eran como ostras azules, abiertas sobre una valva blanco amarillenta. Detalles nimios pueden ser decisivos para la historia de una familia.
Todo comenzó a principios...
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Emotivo y tragico relato de lo que no puede volver a pasar.