Festival de Cannes

Woody Allen, un café cortado

El veterano director regresa a Cannes con un retrato un tanto perezoso del Hollywood y el Nueva York de los años 30

El director estadounidense Woody Allen (d) y la actriz Kristen Stewart (i) ofrecen una rueda de prensa durante la presentación de su película "Cafe Society"
El director estadounidense Woody Allen (d) y la actriz Kristen Stewart (i) ofrecen una rueda de prensa durante la presentación de su película "Cafe Society"larazon

Más sobrio, y quizá menos cínico que en sus últimas películas, Woody Allen abrió hoy la 69 edición del Festival de Cannes con «Café Society»

Cumplidos los 80, Woody Allen se siente «joven, ágil y mentalmente activo». Sordea cada vez más, pero tiene el sentido del humor intacto: «Si un día me levanto por la mañana, me da un ataque y acabo en una silla de ruedas, no me sorprendería que alguien me señalara diciendo: “¿Te acuerdas? Éste es Woody Allen y solía hacer cine...». Cannes guarda fidelidad a sus ídolos, aunque el autor de «Annie Hall» confiese que su paso por los festivales tiene que ver con las ganas de viajar y socializar de su esposa. «Café Society» es la tercera de sus películas que inaugura el certamen francés, que, en su 69 edición, viene cargado de estrellas y armado hasta los dientes, con un supuesto refuerzo en las medidas de seguridad que este crítico aún no ha percibido en el ambiente.

Al igual que en «Midnight in Paris», «Café Society» nos devuelve al Allen que navega en las románticas aguas de la nostalgia. Situada en el Hollywood y el Nueva York de los años 30, cuenta la historia de amor intermitente entre un joven con ganas de comerse el mundo (Jesse Eisenberg) y una secretaria glamourosa (Kristen Stewart). Un feroz magnate de la industria del cine (Steve Carell sustituyendo a Bruce Willis, que abandonó el rodaje para protagonizar «Misery» en Broadway) completa el complejo cuadro sentimental de la película, sometido a la erosión de los desencuentros, los sueños no cumplidos y el inexorable paso del tiempo.

«Siempre me he visto como un romántico, aunque no sé si las mujeres con las que he estado dirían lo mismo», bromeó en rueda de prensa. «A los que me tachan de ingenuo por idealizar Nueva York o las relaciones amorosas, sólo puedo decirles que crecí con los clásicos de Hollywood, y por eso tiendo a hacerlo». La película, la primera de Allen rodada en digital, se beneficia de la expresividad cromática de la fotografía de Vittorio Storaro. Una pena que la trama resulte flácida y perezosa cuando en realidad pretende evocar el fatalismo romántico de la literatura de Scott Fitzgerald. Allen, que concibió el filme como una novela, se reserva el papel de narrador («es la voz del autor, leí la voz en off porque yo la escribí y me salía más barato») para subrayar sus intenciones, a saber: que la historia de amor sea un elemento más en el retrato de los avatares de una familia judía en la década de los treinta, que incluyen un caprichoso desvío hacia el crimen y una conversión al catolicismo. Sin embargo, la melancolía que sustenta este amor de juventud, alimentada por el contraste entre lo que deseamos y lo que obtenemos de la vida, se despliega por exigencias del guion, no nace orgánicamente de lo que transmiten los personajes.

«Si hubiera tenido la edad de Jessie, yo habría sido el protagonista», afirmó Allen. «Claro, menos mal que me ha pillado viejo. Yo soy un cómico, no un actor, y Jesse aporta al personaje una complejidad de la que yo habría sido incapaz». Disentimos: a estas alturas parece que Eisenberg, rígido como una puerta, es un actor de un solo registro, y se siente especialmente incómodo como galán romántico. Tal vez esa incomodidad forma parte del discurso de la película, que también habla de cómo cambiamos cuando nos llega la fama. Es un tema que concierne especialmente a Kristen Stewart, de la que Allen sólo había visto «Adventureland» cuando la escogió para el papel. Cuando la Bella Swan de «Crepúsculo» oye la palabra «Hollywood» afila los colmillos, pero Allen atempera los ánimos. «Es cierto que las celebridades siempre se quejan del acoso de los paparazzis y de no poder tener vida privada, pero ser famoso tiene más ventajas que inconvenientes», comentó. «No creo que sea un problema del Hollywood de ahora. Mira el de los años 30, con sus magnates, sus contratos, sus escándalos aireados por la prensa».

- «Soy un romántico»

Hablando de escándalos, ayer, el mismo día en que «Café Society» abrió la veda en la Croisette, «The Hollywood Reporter» publicaba un artículo de Ronan Farrow que, fundamentalmente, denunciaba el silencio de los medios, producto de la poderosa maquinaria de relaciones públicas de Hollywood, ante las acusaciones que convertían a celebridades como Bill Cosby o su propio padre en abusadores sexuales. Por la mañana, delante de cientos de periodistas, Woody Allen parecía más tranquilo y afable que nunca. Acaba de finiquitar una miniserie de televisión para Amazon protagonizada por Miley Cyrus (medio para el que ha jurado no volver a trabajar) y el gigante del «streaming» le ha financiado la mitad de los 25 millones de dólares de presupuesto de «Café Society», que fue acogida con calurosos aplausos en su primer pase. En efecto, cumplidos los 80, Allen sigue joven, ágil, mentalmente activo y sordo como una tapia, sobre todo cuando se trata de dar crédito a un escándalo por el que él y sus publicistas creen que ya ha pagado penitencia.

Mad Max, presidente de un jurado «riguroso y honesto»

2015 fue el año de George Miller. La puesta de largo de «Mad Max, furia en la carretera» se celebró en Cannes, y fue aquí donde se fraguó su aura de título de culto, favorito entre la crítica de la aldea global y futuro nominado a diez Oscar. Es justicia poética que presida el jurado de esta 69 edición, acompañado de, entre otros, Kirsten Dunst, Valeria Golino, Arnaud Desplechin, Donald Sutherland y Mads Mikkelsen. Lo que muchos no recuerdan es que Miller, que ayer proclamó como consigna del jurado ser «rigurosos y honestos», formó parte de él en dos ocasiones, en 1988 y 1999, y recuerda con especial cariño asistir a las proyecciones de las 8.30 de la mañana junto al guionista William Goldman sin saber absolutamente nada de lo que iba a ver.

En esa familia neoyorquina, los padres del joven Dorfman se asemejan, incluso físicamente, a los del propio Allen, quien recordó cómo se hacían rabiar entre ellos o cómo utilizaban en ocasiones el yiddish para comunicarse.

El clasicismo que destila el filme debe también mucho a la fotografía del italiano Vittorio Storaro, que recibió los parabienes del director en su comparecencia ante la prensa.

Se mostró el neoyorquino muy complaciente con el trabajo de sus dos protagonistas, Stewart y Eisenberg, de quien aseguró que ofrece a su personaje una riqueza en matices y una complejidad que él mismo habría sido incapaz si hubiese interpretado a Dorfman.

Como acostumbra, Woody Allen reflexionó ante la prensa sobre el sentido trágico de la vida -"hay que mirarla como algo divertido, si no, uno se mataría"- o sobre su avanzada edad.

"Tengo 80 años... ¡no puedo creerlo! Me siento joven, como bien, hago ejercicio. Es una suerte, mis padres vivieron mucho, es algo genético. Un día me levantare por la mañana, me dará un ictus y seré una de esas personas en silla de ruedas (...) pero hasta que eso suceda, seguiré haciendo películas", dijo.

Y aunque es un habitual de Cannes, el realizador sigue teniendo alergia por la competición, por lo que "Café Society"fue presentada fuera de concurso.

"No creo en la competición para las películas, aunque es fantástica para los deportes (...) No puedes determinar si un Rembrandt es mejor que un El Greco, o si un Matisse es mejor que un Picasso, en todo caso solo puedes decir cuál es tu favorito. Juzgar el trabajo de otra persona es algo que nunca haría", sentenció.

Efe