Rusia

Los amigos de Putin, los nuevos dueños de Rusia

La oposición denuncia que el país funciona no un auténtico sistema neofeudal, en el que los contratos son adjudicados «a dedo» a los colegas del máximo dirigente de la nación

Los amigos de Putin, los nuevos dueños de Rusia
Los amigos de Putin, los nuevos dueños de Rusialarazon

Arkadi Rotenberg conoció a Putin en San Petersburgo a comienzos de la década de los 90, era su esparrin en clases de judo, hoy tiene un patrimonio de más de 1.150 millones de euros, el doble que su hermano gemelo, Boris. Ellos son el ejemplo perfecto de quiénes son los nuevos dueños de la economía rusa, gente del círculo personal del presidente en sus años en la capital zarista. Ambos están incluidos en la lista de sanciones occidentales por el papel de Moscú en la crisis ucraniana, pero su riqueza no ha dejado de crecer, más bien todo lo contrario, pues su fortuna se basa en contratas estatales dentro de Rusia. «Es un sistema neofeudal; estos tipos ni siquiera son buenos con los negocios, simplemente los ha puesto el presidente ahí», denuncia el opositor Alexei Navalny.

Un informe de Credit Suisse, elaborado el pasado mes de octubre, señala a Rusia como uno de los países más desiguales del mundo, con el 70% de la riqueza concentrada en el 1% de la población, una desigualdad aún más sangrante si se tiene en cuenta la actual crisis económica que atraviesa el país. El emporio Rotenberg se levantó a partir de 2004, cuando el consorcio estatal Gazprom vendió varias compañías, adquiridas por los hermanos, a las que a renglón seguido el gigante gasístico comenzó a hacer multitud de encargos.

Un total de 11.600 kilómetros de tubería habría tendido su empresa, SGM, suficiente para unir, por ejemplo, San Petersburgo con el Pacífico. «No es cierto que Vladimir Vladimirovich me proteja, pero si la gente no me hiciese esta publicidad, llamándome ‘‘el amigo de Putin’’, quizá mis negocios irían peor», ironizó Arkady en «Forbes» en 2012, en una de las pocas entrevistas que ha concedido a lo largo de su vida. En 2010, la agencia rusa antimonopolio denunció que Gazprom concedió el 93% de sus obras de construcción a las compañías de los Rotenberg. Gazprom, la empresa más importante de Rusia, con un emporio de medios de comunicación y banco propio, está por cierto, presidida por Alexei Miller, un colaborador cercano de Putin en sus años en el Ayuntamiento de San Petersburgo, hoy con un salario declarado de 23 millones de euros anuales.

Pelotazo olímpico

Otra de las compañías de los Rotenberg ganó la licitación para erigir el puente en el estrecho de Kerch que unirá la anexionada Península de Crimea con Rusia, un proyecto faraónico de gran importancia estratégica para el país. Aunque el mayor pelotazo, sin duda, llegó en los Juegos Olímpicos de invierno de Sochi, ganando la licitación de la principal obra de infraestructura, una carretera y una línea férrea que conectase la villa olímpica con la estación de esquí, cuyo precio final tras un formidable sobrecoste ascendió a 9.000 millones de euros.

Sin embargo, el más acaudalado entre la nueva clase oligarca es Gennadi Timchenko, que trabajaba como simple comercial cuando conoció a Putin y Rotenberg en el club de artes marciales de Yavara-Neva. Actualmente, la quinta fortuna del país, estimada por «Forbes» en 11.500 millones de euros.

La joya de la corona de Timchenko es Gunvor, que tiene un acuerdo con Rosneft para procesar un 20% del petróleo que exporta el país y en la que, según el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, el mismo máximo dirigente ruso tendría intereses directos. El presidente de Rosneft, por cierto, es Igor Sechin, también de San Petersburgo y conocido de Putin de los años en la KGB. «Ahora debemos dar explicaciones por todo, incluso de nuestras amistades», se quejó Timchenko al ser incluido en la lista de sancionados. Lamentó en una entrevista a la agencia Tass que ya no podría viajar por Europa en su jet privado o visitar su mansión en Francia, pero se apresuró a aclarar que no se trataba de una crítica al presidente: «Eso ni me lo planteo, Vladimir Vladimirovich siempre actúa en el interés de Rusia».

Según Reuters, el yerno de Putin, Kiril Shamalov, habría adquirido recientemente un 17% de una de las principales compañías de Timchenko, por 900 millones, tras vender su participación en Sibur, una pequeña empresa de refinerías cuyo valor se disparó entre 2008 y 2014 mientras fue su vicepresidente.

A Yuri Kovalchuk, vecino durante muchos años de Putin, cuyas dachas eran contiguas en un lago a las afueras de San Petersburgo, se le conoce hoy como «el banquero del Kremlin», por dirigir el Banco Rossiya, donde guardan su dinero algunas de las grandes fortunas del país. Su 30% de acciones de la entidad valen 1.050 millones de euros.

Vladimir Litvinenko, rector de un instituto de minas de San Petersburgo, fue jefe de campaña de Putin en 2004, servicios por los que recibió un 5% del accionariado de una por entonces recién nacida empresa de fosfatos, Phosagro, participación valorada hoy en día en 250 millones de euros. Éstos son sólo algunos ejemplos de la nueva élite rusa de allegados de Putin, que actualmente también convive con la oligarquía «tradicional», aquella que floreció en medio del caos posterior a la caída de la Unión Soviética, y que hizo fortuna comprando a precio de saldo empresas de explotación de los vastos recursos del país.

En realidad, fueron ellos quienes encumbraron a Putin, por su perfil supuestamente bajo, el de un funcionario dócil. Era su apuesta para batir en las elecciones presidenciales del año 2000 al candidato del Partido Comunista, que partía como favorito en todas las encuestas. Sin embargo, una vez se vio en el poder, Vladimir Putin se revolvió contra sus padrinos y les puso dos condiciones para seguir haciendo negocios: un mínimo de discreción, es decir, dejar atrás las competiciones del yate de mayor eslora, pero sobre todo no pisar la política. «Ha dado y quitado, él ya no depende de los oligarcas, sino viceversa», asegura Mijaíl Kasyanov, el que fuese exprimer ministro entre 2000 y 2004, hoy en la oposición.

Desgracia y traición

Además, para amedrentar al resto, dos de los oligarcas más poderosos de la nación cayeron en desgracia: Boris Berezovski, que murió supuestamente como consecuencia de un suicidio en el exilio en Reino Unido, y Mijaíl Jodorkovski, que pasó una década en prisión, además de expropiársele Yukos, la mayor compañía petrolera de todo el país.

Así, pues, la fidelidad al poder es hoy el principal requisito para hacer negocios en Rusia. «El presidente busca gente que ya haya sido puesta a prueba y que sea leal, no los elige por el color de sus ojos», explica Anatoli Rajlin, que fuese entrenador personal de Putin. Así, el año pasado el presidente «excomulgó» a uno de sus más cercanos colaboradores, Vladimir Yakunin, otro amigo de la dacha de San Petersburgo y, hasta entonces, al frente de la compañía nacional de ferrocarriles, un monstruo con casi un millón de empleados. El motivo pudo ser el largo historial de corrupción que salpica a la compañía, pero fuentes cercanas señalan que, en realidad, se debió a que su hijo intentó obtener la ciudadanía británica, gesto considerado como una traición en el pulso diplomático que mantiene Moscú con Occidente desde la crisis en Ucrania. «Mi hijo ha vivido en Reino Unido cinco años y tenía el derecho a obtener la ciudadanía, no se lo oculté a la dirección del país (Rusia)», se lamentó Yakunin en una entrevista a Bloomberg. El círculo seguirá girando, afirma, «Putin aún tiene que consolidar una clase dominante estable, como la que tuvo Rusia en tiempos zaristas». Su sustituto al frente de la empresa de ferrocarriles es Oleg Belozerov, un colaborador de los hermanos Rotenberg. Al final, todo queda en casa.

El exilio del Zuckerberg ruso

Pavel Durov es el ejemplo de que hoy en Rusia hacer negocios requiere, sino de la amistad de Putin, sí al menos de la aprobación del poder político. En 2006, con sólo 21 años, fundó Vkontakte, el Facebook ruso, primera red social en los países ex soviéticos, con 90 millones de usuarios activos. Putin, exagente de la KGB, no es muy amigo de internet y de la libertad de acceso a información que implica. La meteórica carrera de Durov se torció en 2014, cuando se negó a atender las solicitudes de las autoridades de cerrar un grupo de la oposición rusa y de facilitar datos personales de opositores ucranianos. «Es una decisión comercial, si la red pierde sus principios morirá lentamente», explicó. Comenzó entonces una campaña de presión, que incluyó denuncias policiales falsas y, tras varios meses, Durov claudicó, aceptando la oferta por sus activos en Vkontakte de Aliser Usmanov, un oligarca de confianza del Kremlin. Poco tiempo después, Durov se exilió, renunciando a la ciudadanía rusa y comprando por 230.000 euros la de la isla caribeña de San Cristobal y Nieves. El exilio, sin embargo, no ha supuesto la desaparición de Durov, que ha visto en los dos últimos años la eclosión mundial de su servicio de mensajería móvil Telegram, primo de Whatsapp.