José María Marco

Un Papa con humor

La Razón
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En el hundimiento general de la izquierda tradicional, cada vez más parece emerger la figura del Papa Francisco como la del único líder verosímil de la (nueva) izquierda global. Desde lo que queda de la perspectiva progresista, el Papa se ha inclinado hacia posiciones morales más liberales, digámoslo así, mientras que, en lo social y lo económico, no duda en insistir en asuntos como la desigualdad. Desde lo que va quedando de la derecha, y de forma simétrica, se tiende a ver al Papa Francisco como un peligroso peronista, que incluso tendería al relativismo moral después de la seriedad («la frialdad» para los primeros) de Benedicto XVI.

Es posible que cualquiera de estas dos perspectivas tenga algún viso de verdad, pero las cosas son sin duda algo más complicadas. En cuanto al presunto liberalismo moral, el Papa Francisco ha empezado a sacar a la Iglesia católica de ese gueto en el que había tendido a encerrarse, donde no existen ni familias rotas, ni divorciados, ni homosexuales. No hay más en cuanto al fondo de la doctrina, al menos por ahora. Eso sí, la Iglesia ya no es identificable con posiciones, más ideológicas que morales, que tendía a hacer suyas con demasiada facilidad.

Más importante aún, siéndolo mucho lo anterior, es la fina percepción que el Papa Francisco está demostrando sobre la globalización y sus consecuencias, en especial aquellas a las que la Iglesia católica romana no puede ser ajena: desigualdades, humillaciones, miedos, violencia, explotación... Tampoco aquí es fácil simplificar la actitud del Papa. En realidad, lo que hace es reafirmar sin descanso, de una forma particularmente apasionada y comprensible, la vigencia de la palabra de Cristo ante el sufrimiento y el miedo. Al mismo tiempo, reivindica, con la misma intensidad, la naturaleza sagrada de instituciones como la familia o la nación, que él llama Patria. Como se ve, no hay forma de catalogar al Papa, y a veces parece estar riéndose suavemente de la densidad doctrinal católica que absorben, sin darse cuenta –al parecer–, sus interlocutores progresistas.

En el fondo, hay en el Papa una urgencia, una necesidad vital de que el ejemplo del Dios vivo, Hijo del Hombre, se haga presente en el mundo. Resulta difícil imaginar un Papa mejor para tiempos tan difíciles y a veces tan turbios como éstos del populismo.