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La mujer en la Ciencia

La mujer en la Ciencia
La mujer en la Ciencialarazon

Durante millones de años las mujeres han estado sentadas en casa, y ahora las paredes mismas se hallan impregnadas de esta fuerza creadora, que ha sobrecargado de tal modo la capacidad de los ladrillos y de la argamasa que forzosamente se engancha a las plumas, los pinceles, los negocios y la política.

Pero este poder creador difiere mucho del poder creador del hombre. Y debe concluirse que sería una lástima terrible que le pusieran trabas o lo despreciaran, porque es la conquista de muchos siglos de la más dura disciplina, y no hay nada que lo pueda sustituir.

(Virginia Wolf, Una habitación propia)

Esta semana se cumple el 109 aniversario del nacimiento de Simone de Beauvoir, quien tanto contribuyó a la emancipación de la mujer.

Por aquella época no era costumbre mandar a las niñas a las escuelas. De hecho durante muchísimo tiempo ha sido normal mantener a las mujeres alejadas de una formación que nunca se negó a los hijos varones. Gracias a la determinación de algunas mujeres se ha ido consiguiendo una igualdad de oportunidades incluso desde la misma formación básica.

Aunque la igualdad entre hombres y mujeres está incluida en la Carta de las Naciones Unidas (26 de junio de 1945) y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948), el problema de la participación de la mujer en la Ciencia y la Tecnología no se afrontó seriamente y a nivel internacional hasta la década de los setenta del pasado siglo XX.

En los Estados Unidos se fundó la Association for Women in Science en 1971. En Europa el interés empieza más tarde, en los años 1980. En 1984, el Panel del Comité Asesor sobre Ciencia y Tecnología para el Desarrollo de las Naciones Unidas avanzó un programa de acciones, titulado “Science and Technology, and Women”.

En 1990, la Organización de Naciones Unidas estableció, a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) el denominado Índice de Desarrollo Humano (IDH) (esperanza de vida al nacer, la tasa de alfabetización de adultos, la tasa bruta de matriculación conjunta en enseñanza primaria, secundaria y terciaria, y el PIB per cápita). En 1995 se introdujo el Índice de Desarrollo Relativo al Género (IDG) para evaluar las desigualdades entre hombres y mujeres en los distintos indicadores de desarrollo, incluido el acceso a la actividad investigadora, la ciencia y la tecnología.

La relación de las mujeres con el mundo de la ciencia y la innovación no ha sido fácil, como tampoco lo ha sido el camino emprendido por tantas mujeres que se han adentrado en entornos dominados por los hombres.

Hemos visto mujeres científicas, grandes personalidades que, superando los obstáculos y prejuicios de su tiempo, fueron capaces de seguir adelante y luchar por lo que creían.

Su condición femenina fue, sin duda, la que motivó el principal prejuicio contra ellas. Pero su tesón y trabajo han demostrado que nacer con un sexo u otro no confiere mayor ni menor capacidad a nadie.

Puede parecernos que esta circunstancia y la discriminación que sufre la mitad de la población, por el simple hecho de ser mujer, están actualmente superadas, y más si se trata del ámbito científico y de las altas esferas de la sabiduría.

Podemos pensar que “esto es algo del pasado”, pero la realidad es otra muy distinta.

Si bien es cierto que, aunque en el pasado resultaba extraño ver una mujer investigando en un laboratorio o haciendo trabajo de campo, actualmente no nos resulta insólito que las mujeres se encarguen de llevar a cabo proyectos de investigación.

Pero, también es cierto que es lamentablemente frecuente ver mujeres ocupando puestos de menor responsabilidad que hombres de igual o menor capacitación.

Hoy día, en que prácticamente todos los países occidentales niegan la existencia de discriminación por razón de sexo en sus instituciones, cada vez son más las mujeres que van a la universidad, incluso el número de mujeres que se matriculan en muchas carreras científicas es superior al de hombres. Asimismo, el número de mujeres que terminan sus estudios universitarios supera, en muchas licenciaturas, al de hombres. Por tanto, cabría esperar un incremento progresivo de la presencia femenina en el ámbito académico e investigador, pero no es así.

A pesar de haber más licenciadas que licenciados, son los hombres los que ocupan en mayor número los puestos de investigadores. En el año 1999, tan solo el 27 % de los investigadores europeos eran mujeres, porcentaje que en la actualidad tan sólo ha subido al 33%, cifra que se mantiene estable desde 2009.

Además, tal y como reflejó el informe ETAN (European Technology Assessment Network on Women and Science), lo que se ha llamado “efecto tijera” en la evolución de las escalas científicas se presenta claramente en todos los países analizados.

Según este efecto, aunque el número de mujeres que comienzan y terminan estudios superiores es mayor al de hombres, la relación se invierte al llegar a los puestos de investigadores y profesores, de forma que se va acentuando esa diferencia según se asciende en la escala investigadora.

Esperemos que esta realidad vaya cambiando y lleguemos a una equiparación de oportunidades en la que la condición sexual de una persona no sea un impedimento para desarrollar toda su capacidad, científica, técnica, o de cualquier otro tipo, además de no afectar de manera positiva ni negativa a su evolución personal y profesional.

Porque renunciar a promover la presencia en igualdad de condiciones de las mujeres en todos los ámbitos y niveles de la investigación y de la docencia, es un derroche de recursos humanos, pues significaría renunciar a incluir en el mundo productivo español a un grupo numeroso de personal cualificado que podría estar contribuyendo a mejorar la eficacia y la productividad del Sistema Español de Ciencia y Tecnología.

Eso es algo que, ni nuestro sistema, ni ningún otro, se puede permitir. Y mucho menos, nuestra sociedad.