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Desahogos de un niño grande por Francisco Rodríguez Adrados

Ha sido dolorosa para muchos la noticia del fallecimiento de D. Manuel. Para mí, porque había seguido en la vida pasos semejantes a los míos en la carrera universitaria, éramos casi de la misma edad, él pocos meses más joven. Llegamos a Madrid por las mismas fechas desde una provincia, buscando abrirnos paso.

Desahogos de un niño grande por Francisco Rodríguez Adrados
Desahogos de un niño grande por Francisco Rodríguez Adradoslarazon

 Nos interesábamos por estudios semejantes, vivimos en el mismo edificio durante mucho tiempo. No éramos amigos íntimos ni en lo personal ni en lo político, pero yo le comprendía bien, seguía su carrera, aunque muchas veces de lejos. Tuvimos relaciones frecuentes. Más bien en los tiempos antiguos, incluso cuando era ministro y vivía en mi casa, ¡yo era el jefe de casa, casi el jefe de Fraga! Él regalaba a mis hijos, pequeños entonces, los sellos de las cartas que le llegaban del Extranjero.

Y recuerdo cuando llegaba y salía rodeado de guardias con metralletas –los tiempos eran duros–, y mi perra Leda ladraba a los guardias, no respetaba jerarquías. Una vez se confundió de piso y llamó a la hora de la cena en el de mi vecina. Ésta no se extrañó de verlo, le veía todas las noches... en la televisión. Era un hombre culto, un hombre humano aunque a veces pareciera distante; en el ascensor le costaba trabajo saludar. Tenía la mente en otras cosas. Yo creo que no era tan distante, quizá en el fondo fuera tímido. Se conformó cuando las circunstancias y la edad le dejaron al margen, no tuvo malos gestos. Algún exabrupto que cuentan era un pequeño desahogo, aquello de «la calle es mía», lo de romper los teléfonos.

Era el desahogo del niño grande. Francamente, en algunos momentos muchos habríamos deseado que la calle fuera nuestra, no de los organizadores de huelgas. Y en otros nos habría gustado romper unos cuantos teléfonos. ¿A vds. no? Sólo que pensábamos, más o menos resignados, que cada cual tiene su turno, ya llegaría el nuestro. Quizá.

 Luego fue embajador en Inglaterra, luego se mudó, casi cesó el contacto. Pero siempre fue atento, incluso me hacía el honor a veces, muy últimamente, de ir a alguna de mis conferencias sobre temas de Historia o de Literatura. ¡Y yo no iba a las suyas! Peccato.

Pienso que hizo un bien al país cuando fundó su partido, Alianza Popular. Pero no era un partido suyo, era de muchísimos, y él dejó, en un momento, que otros continuaran con él. En definitiva, gracias a él ha podido haber una asociación civilizada que ofrezca una alternativa a terribles radicalismos. A un socialismo que ya ni se sabe lo que es, pero que es claro que está desfasado y ha cansado a muchísimas gentes. Los votos hablan.

En fin, no puedo juzgarle en política, no es el momento y me faltan datos. Francamente, si en la Constitución, uno de cuyos padres fue, se introdujeron cosas que, mal utilizadas por algunos, han abierto el paso a estructuras de antipoder y disolución, pienso que estaba desbordado, no podía hacer otra cosa. Lo urgente era que hubiera una Constitución y que todos la votaran. Y todos la votaron, qué remedio, aunque el precio fuera dejar ese fleco que luego pagaríamos. Puso buena cara y votó, por eso del mal menor, aunque algún artículo seguro que no le gustaba. Igual que mi amigo Antonio Fontán cuando era presidente del Senado y yo le pregunté que para qué valía aquella institución. Me contestó que para nada. Pero había que seguir con el invento, era un acuerdo.

Claro que los políticos tienen a veces que hacer de políticos de una manera que a los de fuera nos da un poco de risa. Una mañana bajé al jardín con la misma perra Leda (una perra a la que yo dediqué un libro y unos sonetos que leí en una comida de la Academia). Y me asombré viendo a Fraga en ropa deportiva y caminando a paso gimnástico, como si fuera a ganar el maratón. ¡Es que detrás venía un fotógrafo! Pequeñas tonterías necesarias. Alcibíades, el ateniense, molesto porque hacía algún tiempo que nadie hablaba de él, cortó el rabo a su perro. Menudencias. Peor fue cuando otro día encontré en el mismo jardín a un ilustre catedrático que no era político. Sentado en un banco leía a San Juan de la Cruz. Me quedé extrañado. ¡Pero es que también tenía fotógrafo y no tenía disculpa! No sólo los políticos, pues.

Todo se comprende. Pero sólo a medias que el político tome, a veces, sus posiciones por eso de la popularidad o las encuestas. Por eso me disgustó cuando, siendo hombre poderoso, le visité con Antonio Ruiz de Elvira para hablarle del acoso que sufrían las lenguas clásicas ¡ya desde el franquismo! La ola de la incultura era temprana y se ha revelado persistente. Fraga no la compartía, claro, pero se quedaba al margen por prudencia. Se excusó, incómodo. Pero hay que comprender que era un hombre y a los hombres nos pasan cosas de éstas, nos programamos o nos programan desde fuera. Pero era un hombre honesto, no mentía y fue muchas veces valeroso. Uno podía, luego, alguna vez, estar en desacuerdo. Ni con Zeus, decía un poeta griego, están todos de acuerdo ni cuando llueve ni cuando deja de llover. Pero uno se siente satisfecho cuando encuentra a un hombre cabal, como era don Manuel. Todo un hombre.

 

Francisco Rodríguez Adrados
De la Real Academia Española