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Damien Hirst el «enfant terrible» se domestica

El artista renuncia a su norma de exhibir sus obras en museos y el próximo 4 de abril inaugurará una retrospectiva con las obras que han marcado su trayectoria en la Tate Modern de Londres

Damien Hirst el «enfant terrible» se domestica
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Damien Hirst, el niño malo del arte británico, parece que ya no es ni tan niño ni tan malo. Su rebeldía se ha apaciguado con el tiempo, su camino ha encontrado de nuevo cobijo en los pinceles y su antigua y conocida animadversión por exhibir en los museos parece que se ha ido diluyéndo hasta desaparecer por completo. Siempre prometió por activa y por pasiva que él nunca mostraría sus trabajos en la Tate Modern –solía afirmar con cierta seguridad que era un sitio para artistas muertos– pero ahora, a sus 46 años, se ha tenido que tragar sus palabras.

Un artista maduro
La galería, que está ubicada en una de las orillas del Támesis, inaugurará el próximo 4 de abril una retrospectiva que englobará las piezas más emblemáticas y también las más desconocidas del máximo representante del movimiento YBA (Young British Artist). ¿Será que Hirst, después de tanta disconformidad y rebeldía, ha madurado? ¿Será que, al fin y al cabo, es igual que el resto de los mortales y su visión de la vida es ahora distinta a la de la época en la que quería ser punk? «De joven eres invencible, inmortal, o al menos eso es lo que piensas. Las posibilidades que tienes son ilimitadas. Tú eres el que diseña el futuro. Después te haces mayor y te das cuenta de que tienes una historia. Estás sujeto a ella. Ya no puedes cambiar nada. Lo encuentro bastante perturbador», confesaba precisamente hace muy pocos días al diario «The Observer».

Lo cierto es que si uno analiza la trayectoria que ha recorrido Hirst desde que comenzó hasta hoy se puede afirmar sin riesgo a equivocarse que al chico de Bristol no le ha ido nada mal, por lo menos desde el punto de vista económico y de la fama. Se ha convertido en uno de los artistas más cotizados del panorama actual y con una fortuna valorada en 215 millones de libras no se puede decir realmente que haya perdido demasiado el tiempo.

Algo más que ambición
La ambición, el dinero y, por supuesto, el arte han sido los ejes de su trayectoria profesional. Y aunque el famoso tiburón en formol –al que llamó «La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien que vive», y que realizó en el año 1991– siempre será una de sus piezas fetiche, detrás del «enfant terrible» hay más, mucho más.

Ann Gallagher, curator de la exposición en la Tate, explica a LA RAZÓN que «por primera vez se reúnen los elementos clave que marcaron los primeros años de inspiración, aquellos que luego se han introducido en sus series y siguen su desarrollo en posteriores transformaciones y encarnaciones».

Entre las más de 70 piezas se incluyen «Madre y el niño divididos» (1993), que muestra a una vaca y un ternero cortados por la mitad y presentados en cuatro tanques de formol, y la hermosa colección «Inside My Head Forever» (2008), que incluye una cebra, un unicornio y un becerro de oro. También habrá otras vitrinas llenas de pastillas bien ordenadas, un pegote de pintura elaborado con miles de moscas, gusanos que devoran poco a poco la cabeza cortada de una vaca, mariposas e incluso una paloma blanca suspendida en pleno vuelo por encima de un cráneo humano. La vida y la muerte, la belleza y la fealdad, lo sagrado y lo profano; en una palabra Hirst y casi todo lo que ha representado a lo largo de estos años.

«Por el amor de Dios»
En el exterior de la Tate Modern se podrá contemplar «Himno» (1999), una figura monumental sobre la educación de un niño con los órganos del estómago expuestos a la vista de los visitantes, algo que, seguro, no dejará indiferente a nadie. En el interior, en la célebre Sala de Turbinas estará flanqueada y vigilada por una serie de guardias de seguridad que no le quitarán ojo de encima aguarda el trabajo titulado «Por el amor de Dios» (2007), la obra de arte más cara que jamás se ha creado, hasta este momento, en términos de sus materiales: un cráneo humano en platino decorado con docenas de diamantes. Una pieza que ha dado la vuelta al mundo y que aparece en multitud de fotografías. Después de su tiburón, sin duda, su obra más conocida por el público.

El artista siempre ha sabido –inconsciente y deliberadamente– romper moldes. A la hora de crear arte y también a la de venderlo y comerciar con él.

En 2008, decidió subastar sus obras en Sotheby's sin contar con sus intermediarios habituales –Jopling y Gagosian– y consiguió recaudar 111 millones de libras, diez veces más de lo que estaba estimado. Desde entonces, no se ha dejado ver demasiado. La muerte de su amigo Angus Fairhurst le encerró en una suite del hotel Claridge's con la única compañía de los pinceles. Las pinturas fueron luego expuestas en Wallace Collection y el crítico de arte Tom Lubbock comparó al artista con «un estudiante de primer año poco prometedor».

La pregunta por tanto es ¿por qué ahora? ¿Por qué cuando está más callado la Tate le dedica una retrospectiva? Según Gallagher, «Hirst es considerado como uno de los artistas más destacados de su generación y la Tate lleva tiempo con la ambición de organizar una gran exposición sobre su trabajo. Este parece ser un momento adecuado para mirar hacia atrás en el desarrollo de sus cuerpos icónicos y dar a los visitantes de 2012 una oportunidad única para experimentar estas obras juntas por primera vez».

¡Bingo! Según muchos la fecha de la exposición es clave para entender por qué el creador ha claudicado ahora a las súplicas de la galería. El Jubilee de la reina Isabel II y las Olimpiadas convierten a Londres en su escenario perfecto para volver a ponerse en el ojo de huracán y cosechar así publicidad gratuita de cara a la apertura de su propia galería de arte, que tiene previsto abrir sus puertas en 2014. Estará ubicada en Newport Street, en el característico barrio de Lambeth, y se tratará de un espacio donde agrupará su extensa colección privada, que incluye a Bacon, Koons, Murakami, Richard Prince, Sarah Lucas y Banksy.

Trabajo en grupo
Las obras se encuentran ahora repartidas por sus diferentes propiedades. El artista vive con su mujer, Maia Norman, y sus tres hijos en Devon, pero cuenta con casas en Chelsea, Tailandia –donde pasa las Navidades–, México y Gloucestershire, lugar en el que hace tiempo estaba un estudio donde trabajaba con 150 asistentes (ahora, con 1.500). El hecho de que emplee a ayudantes para realizar sus piezas es bastante criticado por algunos de sus compañeros de profesión. David Hockney, sin ir más lejos, afirmó hace poco que no era partidario de «los artistas sin arte, que delegan la práctica en otros». Luego aclaró que nunca se había metido con Hirst. Criticado y alabado, amado y odiado, artista y mercenario. Hirst abre todo un abanico de posibilidades para definirle. Todas ellas llevan ligada la palabra arte.


El tiburón ya no es el original
A pesar de que la exposición que se abrirá al público próximamente también incluye «La imposibilidad física de la muerte en la mente de una persona viva», el famoso tiburón que está sumergido en el tanque de formol no es el que Damien Hirst presentó por primera vez en el año 1992, y que levantó tanto revuelo y admiración. La obra original cambió radicalmente el mundo del arte contemporáneo y se convirtió en un verdadero fetiche, en una obra de referencia que todavía no se ha olvidado. La pieza fue comprada por Saatchi por 50.000 libras. En 2004, fue vendida a un coleccionista estadounidense, Steven A.Cohen, por 8 millones de libras. Dos años más tarde, el animal comenzó a deteriorarse y tuvo que ser reemplazado por el equipo del artista. La segunda versión fue cedida después al Metropolitan Museum de Nueva York y es ésta, precisamente, la que podrán ver los visitantes que se acerquen en abril a la Tate Modern. Muchos críticos consideran que el segundo animal nunca podrá reemplazar el valor simbólico del primero, que fue el que cambió para siempre la vida de Hirst y del arte.


El detalle
SU CHOQUE CON HOCKNEY

Un pintor consagrado como David Hockney no ha asimilado muy bien el éxito de Damien Hirst. Tan poco le ha gustado, que el pasado enero no dudó en arremeter contra los procesos de manufactura de las obras del millonario. «Es un pequeño insulto a los artesanos, habilidosos artesanos», aseguró Hockney en una clara alusión a las series en diferentes tamaños y colores que Hirst hace en una especia de factoría del arte en la que, obviamente, él no es el único que trabaja. «Cuando vendo uno, uso el dinero para pagar a gente que haga más. Ellos lo hacen mejor que yo. Yo me aburro, me vuelvo impaciente», explicó el artista sobre su peculiar sistema de producción.