Barcelona

La enfermedad nacionalista

La Razón
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El nacionalismo ha infectado el debate político en España y la ausencia de conclusiones claras en las elecciones catalanas lo ha agravado. El separatismo se ha convertido, de esta manera, en una patología que ha pasado de ser una enfermedad infecciosa aguda a una enfermedad crónica del pensamiento político.

El último brote clínico lo constituye la controversia sobre «Tabarnia», que ha logrado la implicación en las redes sociales de los principales líderes políticos, de algunos medios internacionales que se han hecho eco de la idea o de ciudadanos de a pie a través de la recogida de firmas en Change.org

Para quien no lo sepa aún, Tabarnia consiste, básicamente, en la petición de una nueva autonomía, separada de la actual Cataluña, y formada por parte de Tarragona y Barcelona.

El objetivo de semejante idea es «aislarlas de la amenaza separatista», según dicen sus impulsores, los dirigentes de la nueva plataforma «Barcelona is not Catalonia», contraria al separatismo oficial catalán.

La situación es realmente absurda, se ha creado un concepto inexistente, una teórica unión de parte de las provincias de Tarragona y Barcelona y habría que tratarlo como una broma, una hipótesis poco meditada, resultado de los efectos secundarios de las elecciones y las navidades más extrañas que se hayan vivido en Cataluña desde hace muchos años. Sin embargo, propongo una reflexión sobre el fondo del asunto.

La construcción del artificio es idéntica a la del separatismo catalán, primero crean un relato que justifique y soporte su reivindicación, se trata de comarcas que tienen las mismas características que Barcelona: voto no nacionalista mayoritario, uso indistinto del catalán y el castellano, sectores claramente urbanos, mayor grado de inmigración, y núcleos económicamente abiertos a las transacciones con el resto de España.

Una vez aisladas estas mimbres, sobre las que asentar el sentimiento identitario, han llegado a diseñar su propia bandera, una mezcla entre las de Barcelona y Tarragona.

Finalmente, acuden a los resultados electorales para justificar que su posición es sustentada por la mayoría de población que pertenece al territorio en el que se identifica este hecho diferencial.

Es posible, que en una sociedad más dada a los reducidos caracteres de Twitter y a los llamativos titulares en prensa, le pueda parecer una idea atractiva para contraponer al nacionalismo secesionista.

La idea de liquidar al independentismo con sus propias armas y argumentos puede ser tentadora, pero es ahí donde radica la infección, el nacionalismo lo ha invadido todo. No es menos nacionalista el que defiende la independencia de Tabarnia que los que defienden la de Cataluña y simpatizar con ello legitima a los que solo han sabido transgredir la ley y verter odio hacia el resto de España.

La enfermedad real que padece Cataluña se llama «división» y está cronificada. En las elecciones se ha puesto de manifiesto que la mayoría silenciosa lo es por muy escaso margen y también que no hay, ni mucho menos, una mayoría social que suscriba la ruptura.

Para superar la fractura y vencer a los constructores de fronteras sociales, económicas y políticas hay que ser y hacer lo contrario a lo que son y hacen ellos. Frente al nacionalismo separatista, no cabe nacionalismo centralista, sino globalización cultural y social, frente a la uniformidad, diversidad y frente a la visión provinciana del mundo, una pincelada más cosmopolita.

Desde que las enfermedades infecciones se pudieron tratar con penicilina, se logró curarlas. El gran reto de la medicina moderna es lograr la sanación de las enfermedades crónicas. Los investigadores médicos van consiguiendo avances poco a poco, ojalá que en política ocurriese lo mismo.