Paloma Pedrero

Tortura acústica

La Razón
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Al escribir esto me hallo en un estado mezcla de desquicie y desolación. Llevan casi dos meses reventándome el cerebro de ocho de la mañana a ocho de la tarde, y me dicen los operarios que aún les resta unos seis meses de labor. Seis. Están tirando por dentro un edificio de varias plantas y miles de metros cuadrados en el que antes se albergaban talleres, oficinas y escaparates de coches. Y que ahora, por cambio de negocio, dará cobijo a una empresa de trasteros. Ellos dicen que lo acumulado en la vida no cabe en un piso. Ese es su eslogan. Yo pienso que ha de caber en la palma de la mano. Pero ellos son los que poseen enormes maquinarias, mayormente la del propio sistema. Un sistema que permite que cientos de vecinos no puedan trabajar, ni descansar, ni dormir, ni estar cuerdos porque una empresa compra otra para hacer un imperio de habitáculos donde guardar lo que no cabe en un piso. Lo que no cabe en cabeza humana es que los inocentes tengamos que soportar tamaña tortura día a día sin ninguna posibilidad de defensa. He llamado a un abogado pidiéndole socorro. Yo necesitaba escribir en julio y agosto. Nada. Me ha dicho que no hay nada que hacer, que si tienen la licencia municipal están legitimados para tirar el mundo y matar a golpes de ruido y polvo a la pobre humanidad vecina. Algún día, espero, esto se llamará terrorismo acústico y moral. Y estará penado por la ley que no permitirá contaminar de esa forma brutal a los ciudadanos. Y si hay que obrar será con raciocinio y horarios. Mientras, sólo nos queda sobrevivir a esta tortura convenida.