Represión en Venezuela

Con Venezuela, por la libertad

La Razón
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Para LA RAZÓN es un deber y un honor abrir sus páginas a los periodistas venezolanos silenciados, las voces acalladas de un pueblo que sufre las consecuencias del enésimo experimento socialista, cien veces ensayado, cien veces fracasado, y a quien se niega los más elementales de los derechos humanos. A través de los textos de Óscar Murillo, Laureano Márquez, Elides J. Rojas, Roberto Weil y Lisseth Boon, nuestros lectores no sólo conocerán de primera mano la catastrófica situación política, social y económica que atraviesa Venezuela, sino que se verán interpelados por los testigos más cualificados del largo e insidioso proceso que ha llevado a la principal potencia petrolera americana a convertirse en una caricatura fiel de las dictaduras bananeras. Porque, y es importante recalcarlo, Venezuela no ha llegado a donde está de la noche a la mañana. Décadas de demagogia y populismo, de políticas clientelares regadas con las divisas del petróleo, de retórica izquierdista y estatalización de la economía, de militarismo y exclusión del discrepante, de aferrarse al voluntarismo frente a la realidad han dejado un país en el que toda desgracia encuentra asiento. Venezuela es hoy un lugar en el que la gente sin mayores recursos pasa literalmente hambre, en el que la violencia y los homicidios alcanzan tasas de un país en guerra civil, cada vez más corrompido por el narcotráfico, con las instituciones del Estado cooptadas por el partido en el poder, las estructuras productivas hundidas y gobernados por un trasunto orweliano que ve conspiraciones, complots magnicidas y amenazas extranjeras donde sólo hay hartazgo de tanta mentira, reclamos de libertad y exigencia de una política económica y monetaria basada en la ciencia del mercado y no en la ideología redentorista. Los venezolanos padecen las consecuencias de la colusión de la ineficacia de sus gobernantes, la corrupción de la nomenclatura del régimen y el colapso de las instituciones. En el absoluto fracaso de lo que se dio en llamar «el nuevo socialismo del siglo XXI», extendido al calor de los petrodólares y del trabajo de los laboratorios ideológicos castristas, no hay que buscar factores externos o coyunturales. El control de los medios de producción por parte del Estado, la manipulación arbitraria de precios y divisas, la inseguridad jurídica y las trabas a la economía privada llevaban en sí mismos la semilla del fiasco. No había novedad posible en el modelo socialista bolivariano, salvo la verborrea apabullante de sus líderes en un mundo de comunicación de masas. Ni siquiera los aditamentos de la imaginería antiimperialista e indigenista suponían novedad tras el ensayo del golpista general Velasco Alvarado en el Perú de los años setenta del pasado siglo. No. La caída de los precios del petróleo no ha hecho más que acelerar un proceso de degradación que hunde sus raíces en la misma naturaleza del régimen. Con el agravante de que a cada revés de la realidad, con cada constatación del error, los responsables se sacudían la responsabilidad transfiriendo las culpas a una supuesta hidra de derechistas, capitalistas e imperialistas empeñada en destruir la Revolución. Y, así, en su imaginario, el régimen que fundó Hugo Chávez ha convertido a la mayoría del propio pueblo venezolano en enemigo de la patria y, en la lógica de los acontecimientos, en objeto de la represión política, el insulto y la abyecta calumnia sobre aquellos que se resisten en nombre de la democracia, la libertad y la verdad. Hoy Venezuela está ante una encrucijada compleja, cuya salida no admite simplismos. Las elecciones parlamentarias, con un resultado tan abrumador en favor de la oposición que hubiera llevado a la dimisión de cualquier otro gobernante que no fuera Maduro, han abierto, por un lado, la posibilidad de llevar adelante el procedimiento revocatorio del presidente de la República pero, por otro, han endurecido la posición del régimen, que se ha hecho con el control del Poder Judicial y de las juntas electorales, que deben validar el proceso revocatorio. A la actividad legislativa de la Asamblea Nacional, Maduro opone el veto de un Tribunal Supremo hecho a su imagen y semejanza, y a las protestas en las calles, los decretos de estado de emergencia y excepción. El último paso, el despliegue de un Ejército que se ha convertido en el poder de facto de Venezuela y cuyos altos jefes y oficiales se han hecho ricos con el control de divisas, las licencias de importación y la dirección de las principales industrias, puertos y aeropuertos del país, en paralelo al incremento del narcotráfico. El riesgo de un autogolpe que acabe con los últimos vestigios de libertad es, pues, evidente. La comunidad internacional, desde la OEA a la UE, debe poner todos los medios para evitarlo. Hay que estar sin pretextos ni excusas con Venezuela, por la libertad.