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Unidos para ganar

La Razón
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Anadie se le oculta que el Partido Popular acusa en todas las encuestas de opinión no sólo el desgaste de una labor de gobierno en circunstancias difíciles, sino, también, su parte proporcional en el descrédito hacia la política convencional que se ha instalado en un sector de la sociedad española a raíz de la profunda crisis económica y que, como en otros países de nuestro entorno, ha propiciado el surgimiento de formaciones populistas que ni son nuevas en muchos casos, ni aportan otros modelos ideológicos que los nacidos en el siglo XIX. En este ambiente enrarecido, además, por unos casos de corrupción que, sin negar la gravedad del problema, han sido utilizados como ariete contra los propios fundamentos del sistema democrático de partidos que existe en España, lo extraño sería que los malos resultados electorales en Andalucía no hubieran afectado a los cuadros dirigentes del Partido Popular,quienes conocen bien del desánimo extendido entre sus bases –muy críticas con los episodios de corrupción propia– y el desapego entre una parte de sus votantes tradicionales, que se expresan divididos entre la abstención y el voto de castigo. No es una circunstancia que sólo afecte a los populares y para demostrarlo ahí está la sucesión de crisis internas, fracturas y gestoras provisionales que vienen azotando al PSOE, a Izquierda Unida y a UPyD con unas consecuencias de futuro de muy difícil pronóstico. Pero el PP, sin embargo, ha gozado hasta ahora de una ventaja evidente sobre sus rivales, como es la unidad interna de la formación, que no significa monolitismo, y que debe preservarse por encima de los vértigos que producen unas campañas electorales que se saben, cuando menos, azarosas. Este ha sido, como no podía ser de otra forma, el contundente mensaje de Mariano Rajoy a los miembros de la Junta Directiva de su partido, reunidos ayer en Madrid. Rajoy es consciente de las dificultades que enfrenta su formación, pero no por ello pierde un ápice de su ya legendaria ponderación a la hora de abordar los problemas. Porque lo peor que le puede suceder al Partido Popular ante las próximas citas electorales es la pérdida de sus señas de identidad y el desfallecimiento tras la labor hecha. Como advirtió el presidente del Gobierno a los suyos, para que los ciudadanos entiendan lo que se ha hecho, ellos mismos se lo tienen que creer y defenderlo. Si el Partido Popular está a tiempo o no de dar la vuelta a los pronósticos de las encuestas, una vez que la recuperación económica se afianza y cae con ritmo sostenido el desempleo, debe ser objeto de otra discusión. Lo que ahora cuenta es que sólo preservando la unidad interna y fijando con determinación los objetivos comunes tendrá la oportunidad de recuperar el voto que parece perdido.