El desafío independentista

Escrachar al Congreso

La Razón
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La neutralización de edificios institucionales debe hacerse «al asalto», como predica Iglesias remedando «la conquista del Estado» de Ramiro Ledesma Ramos, precursor del fascismo español, aunque estas compulsiones dejan ridículos a los voluntaristas de los días que valen por años. La Bastilla fue prisión de aristócratas y cuando la tomaron los «sans culottes» para hacerse con la santabárbara sólo había siete presos, entre ellos el dulce marqués de Sade, que no presentaron memorial de agravios a Luis XVI. Cuando soviets de marinos y soldados forzaron el Palacio de Invierno, el socialista Kerensky y su Gobierno Provisional, que creían poder negociar con Lenin, habían huido, aunque el aguerrido esfuerzo dio para beberse una de las mejores bodegas del mundo. Lo de Tejero y sus titiriteros ridiculizó los decimonónicos golpes de Estado en España que hoy remueve la pleamar de ignaros que nos ahoga. Escrache es un argentinismo más viejo que el polvo peronista y su genoma es agresivo o no es. Los descamisados volcaban camiones de pescado podrido en las puertas del «Jockey Club» y a la salida del «Colón» puteaban a los amantes de la ópera. Pasaron a tirotearse entre sí o a quien cruzaba la calle y acabaron en el desastre de 1973, golpe de Estado y guerra civil en menú único. El escrache da réditos ya que no exige utilizar los lóbulos frontales y te puede pasar lo que a la buena de Ada Colau, que dio un giro copernicano de los empujones y los gritos a la alcaldía de Barcelona. Eso es un currículum. Las izquierdas son sabias deshuesando el contenido de palabras y conceptos, redefiniendo la descolonización como derecho a decidir y la libertad de expresión como imaginativa pernada social. El inefable Artur Mas tuvo que acceder en helicóptero a su Parlament escrachado. A Rajoy, tras lo suyo con Esperanza Aguirre, no le vuelves a subir a ese pájaro ni con la Guardia Civil, y en un Congreso cercado por la libertad de expresión se le podría lanzar en paracaídas sobre el lucernario del Hemiciclo para que cayera directamente en su escaño a recibir la investidura. Esta novedosa libertad de expresión uncida a ese metafísico derecho a decidir son anteriores a Sumeria, primera civilización historiada: el garrotazo cavernícola. Lo advirtió Sir Thomas de Quincey: «Empiezas degollando a tu mamá, robas, faltas a la verdad y acabas eructando en la mesa». La violación será libertad de expresión e indiscutible derecho a decidir.