José María Marco

Los restos de Susana Díaz

La Razón
La RazónLa Razón

El problema de la candidatura de Susana Díaz no es personal, como si la Presidente de la Junta de Andalucía no estuviera preparada para llegar a La Moncloa. El problema de Susana Díaz es político y, además de eso, y para empeorar las cosas, histórico: mejor dicho, de (des)memoria histórica, de esa que tanto gusta a la izquierda.

Cuando se piensa en Susana Díaz, es inevitable pensar en Felipe González y su grupo, los socialistas llegados de Sevilla para modernizar España. La puesta en marcha de aquel proyecto tuvo rasgos negativos, desde la corrupción, la errática lucha contra el terrorismo o el desarrollo económico sin creación de empleo (en 1996, tras catorce años de gobierno socialista, no se había creado un solo puesto neto de trabajo neto). A pesar de todo, nuestro país progresó: en infraestructuras, en apertura, en relaciones internacionales. La sociedad española de mediados de los años 90 era muy distinta, para mucho mejor, que la de 1982.

Susana Díaz, a diferencia de aquellos ya remotos predecesores, tiene un pasado muy largo a sus espaldas y ese pasado no es positivo. Andalucía sigue siendo una de las regiones con más paro de España y de la UE (28,3% en 2016), con un PIB per cápita (en 2015) de 17.263, frente a los 24.000€ de PIB per cápita en España. Ha padecido una corrupción galopante, consecuencia de casi cuarenta años de populismo clientelar. Ese es el escaparate del proyecto que los socialistas presentan para España. Quizás resulte atractivo, pero sólo para las capas más atrasadas o blindadas, como se dice, de nuestro país. Un segundo problema es la de la complejidad de la herencia socialista de tiempos de Felipe González. González era, como Obama, un maestro en poner en marcha políticas realistas –dentro de los someros parámetros socialistas– sin ceder en su actitud de hiperlegitimidad de la izquierda. En vez de modernizarse, el socialismo español continuó en el guerra civilismo primario... hasta que sus hijos, casi literal y como fatalmente tenía que ocurrir, se lo tomaron en serio. De aquel sectarismo arrogante, cultivado durante décadas y no sólo en la política, han salido Podemos... y Sánchez. El primero, con un nuevo Pablo Iglesias a la cabeza, asegura que el PSOE no vuelva nunca al poder. El segundo, que el PSOE vaya camino de su autodestrucción. Muchos retos para Susana Díaz.