El desafío independentista

Pelotas y dignidad

La Razón
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Nadie puede negar que el Gobierno está haciendo un esfuerzo por dar imagen de moderación. De poco le va a servir, con la panda de flojos que tiene en RTVE y lo pésimamente que pastorea a los corresponsales extranjeros, pero hay que reconocer que Rajoy y sus ministros se están dejando el alma para evitar que les caiga encima la opinión pública internacional. El pasado agosto mandaron a la vice Soraya en misión de paz a Cataluña. Para nada. En septiembre, cuando los golpistas aplastaron a la oposición y aprobaron a las bravas un par de leyes facciosas, miraron para otro lado. Montoro hizo un amago de controlar las cuentas autonómicas, para evitar el desvío de dinero público al «procés», pero Puigdemont y su recua se pasaron su advertencia por la. Sin reacción visible alguna, lo que no deja de ser chocante en un país en el que a Pedro Pacheco, alcalde de Jerez, le endiñaron 8 años de cárcel por colocar indebidamente a dos colegas y regalar a la hermandad del Rocío, a cargo del erario público, las obras de su sede en la aldea donde está la Virgen. Tras advertir que se le caería el pelo a cualquiera que presidiera una mesa electoral y enumerar las sanciones que acarrea desobedecer a un juez, llegó el infausto 1-O y si no hubo referéndum, se le pareció bastante. Después tuvimos declaración de independencia y en lugar de suspender de inmediato a los líderes golpistas, el Gobierno mandó un burofax a Puigdemont, dándole tres días para que negase o confirmase lo que todo el mundo había visto. En lugar de contestar si o no, el del tupé respondió con una misiva y la autoridad competente amplió el plazo otros tres días. Si algo no es Rajoy es pardillo y seguramente esté aplicando maquiavélicamente la táctica adecuada, pero yo experimento una tremenda desazón; la misma que esa España de las banderas que está hasta los mismísimos de la soberbia y el desprecio de los independentistas. Me quedé frito ayer al ver como, tras imputarle un delito de sedición y dejar patente que fue cómplice en todas las tropelías, la juez de la Audiencia despachó a su casa a Trapero, el jefe de los Mossos. Le ha quitado el pasaporte, pero ni siquiera lo ha inhabilitado y el golpista, cuando haya que aplicar el 155, controlar el Govern y todo eso, estará tan pancho al mando de 17.000 agentes a los que si se le pone, ordenará que planten cara a la Guardia Civil. Un poco de dignidad, paisanos.