José María Marco

Políticas trans

La Razón
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La sociedad española es de las más abiertas y tolerantes, por no decir la más abierta y la más tolerante del mundo en cuestiones de cultura, estilos de vida y orientación sexual. No hay ninguna excepción a este respecto, ni siquiera en uno de los puntos más problemáticos en estas cuestiones como son lo transexuales. Se ha legislado mucho, incluso demasiado, a pesar de lo cual todo parecía encauzado para que prosiguiera la integración de personas que, como los transexuales, sufren las consecuencias de disfunciones muy profundas en la identidad personal y, cómo no, del rechazo social.

Muy distinta es la consideración del género como algo independiente de la biología, es decir, como una elaboración social y cultural. Desde esta perspectiva, y llevadas las cosas al límite, que es a donde se han llevado, los transexuales se convierten en la piedra de toque de cualquier tolerancia, por no decir en un modelo de comportamiento. Realizan lo que para los demás es un simple ajuste mental, más o menos difícil pero nunca tan dramático, entre el sexo (biológico) y el género (social o cultural). Y alcanzado este punto, cualquier opinión discrepante se convierte, como es lógico, en un ataque a la identidad y a la dignidad de esas personas y, por extensión, a la de cualquiera, incluidos homosexuales y heterosexuales. No hay nadie ajeno a la realidad social así designada como tabú.

Por motivos difíciles de entender, pero relacionados con el hundimiento del significado clásico de la izquierda, estas ideas se han convertido en una de las banderas de la «izquierda» post socialista. Son respetables, claro está, pero políticamente plantean algunos problemas. Uno de ellos es que son ideas minoritarias por esencia. De hecho, hacen de la minoría el modelo de construcción social. El centro derecha se creerá actualizado, y tal vez realizado, asumiendo todo esto, pero está haciendo suya la actitud que ha condenado a la «izquierda» postsocialista a no saber cómo articular una mayoría social. Estas ideas corren también el riesgo de convertir la integración, que siempre es una aspiración noble, en una forma de desintegración de cualquier cohesión social. Son polémicas características de otras sociedades, como la norteamericana. En Europa, y en particular en España, los políticos deberían saber que su papel es garantizar la tolerancia y la cohesión de la propia sociedad, no encabezar frívolamente polémicas abrasivas. Y suicidas.