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París

Sustituto ideal

La Razón
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Cuando Juan XXIII fue llamado a la cátedra de Pedro para sustituir a Pío XII, el mundo conoció a un Papa simpático, con sentido del humor, que había tenido un largo recorrido como enviado del Papa en lugares tan complicados como Bulgaria, Turquía, Grecia, y finalmente como nuncio París. Nombrado Patriarca de Venecia en 1953, fue elegido Papa en 1958. El mundo conocía a un Papa «demasiado mayor», con 77 años de la época y por tanto llamado a un pontificado «de transición». Sin embargo, en su corto pontificado de 5 años, Juan XXIII fue el elegido por el Espíritu para entregar a la Iglesia el gran regalo de Dios a su Pueblo: el concilio Vaticano II. Un concilio que resituó a la Iglesia en clave de misión y de diálogo en el mundo y con el mundo que le rodea. Quienes le conocían pensaban que, de su mano, no habría una gran revolución en la Iglesia y sin embargo trajo un concilio, del que brota un nuevo Código de Derecho Canónico o un Catecismo de la Iglesia.

En esos cinco años proporcionó además a la Iglesia dos encíclicas señeras, la «Mater et Magistra», sobre el desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana (1961), y la muy necesaria, entonces y ahora, «Pacem in Terris» (1962), sobre la paz entre los pueblos, que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Andando el tiempo su bondad le caracterizó ante el pueblo cristiano y a su muerte ya era conocido como el Papa bueno. Esa bondad, vivida hasta el extremo heroico, es señalada por Dios como santidad. Pocas instituciones pueden mostrar, a lo largo de todo el siglo XX, un grupo de dirigentes tan ejemplar, virtuoso y santo como la Iglesia católica.