Alcohol

Así se alcoholiza el cerebro de un adolescente

La ciencia trata de averiguar si el consumo abusivo en menores les predispone a ser alcohólicos el día de mañana

Así se alcoholiza el cerebro de un adolescente
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La muerte, el pasado mes de noviembre, de una niña de 12 años de San Martín de la Vega (Madrid) tras sufrir un coma etílico mostró la cara más cruda del abuso de alcohol entre menores.

La muerte, el pasado mes de noviembre, de una niña de 12 años de San Martín de la Vega (Madrid) tras sufrir un coma etílico mostró la cara más cruda del abuso de alcohol entre menores. Sin embargo, teniendo en cuenta que en nuestro país se emborrachan cada mes 480.000 adolescentes, el problema no se limita a pérdidas tan trágicas como aquella. La ciencia ha analizado los efectos devastadores que puede producir el «binge drinking» en el cerebro de los menores, como son los daños en las áreas que controlan el aprendizaje y la memoria. Sin embargo, hay un punto sobre el que aún no hay consenso pero en el que la comunidad científica empieza a indagar cada vez con mayor precisión: los adolescentes que abusan del alcohol hoy tienen más posibilidades de convertirse en alcohólicos el día de mañana. Concretamente, en aquellos menores de 14 años o menos, la probabilidad se multiplica por cuatro frente a aquellos que comienzan a partir de los 20.

Así lo revela el estudio «Consumo de alcohol en menores y sus implicaciones en la familia», elaborado por The Family Watch, con motivo ayer del Día Mundial de los padres y las madres, y con el aval de la Asociación Española de Psicología del Niño y Adolescente. «Estudios estadísticos muestran que aumenta esa probabilidad de consumo de alcohol. Pero la ciencia aún no ha encontrado una respuesta a por qué ocurre», asegura Iñaki de Arancibia, de la Clínica Doctor Chiclana de psiquiatría y psicología. «Hay vías neurológicas que se van afectando, neurotransmisores que se dañan, aparición de nuevos receptores que son bloqueados...», añade.

Como explican los expertos en su informe, la causa podría encontrarse «en el efecto tóxico que el alcohol produce en un cerebro que se encuentra en pleno desarrollo», pues no acaba de formarse y madurar hasta que cumplimos los 20 años, aproximadamente. Durante esta etapa, «se gestan funciones cerebrales y capacidades individuales que son fundamentales para la vida adulta». Así, entre otras áreas, el alcohol «intoxica» una fundamental: el lóbulo prefrontal, del que dependen «tareas cognitivas tales como el control de la conducta impulsiva y la toma de decisiones». Según los Institutos Nacionales de Salud de EE UU –NIH, en sus siglas en inglés–, se trata de una zona que ayuda a sopesar los beneficios o perjuicios que pueden acarrear nuestras acciones. Así, al deteriorarse las neuronas ubicadas en esta área debido al exceso de alcohol, los circuitos encargados de valorar el daño que provoca el consumo de sustancias adictivas, todavía en formación durante la etapa adolescente, quedarían «averiados» de por vida. «El incremento es todavía mayor cuando el consumo se produce antes de los 12 años», asegura De Arancibia.

Con todo, muchos de estos estudios no son concluyentes, debido a que se han realizado en modelos animales. De ahí que, recientemente, la Universidad de Leiden, en Países Bajos, se haya propuesto realizar un seguimiento a lo largo de los años a un grupo de 1.400 estudiantes de Erasmus. Los análisis de su cerebro a través de resonancia magnética podrían revelar un «mapa» de aquellas zonas relacionadas con las habilidades cognitivas.

Sin embargo, la prevención es la clave para evitar futuros comportamientos de riesgo. Y es ahí donde las familias tienen que afrontar su responsabilidad. Como explica María Martín Vivar, psicóloga y coordinadora de la Unidad de Psiquiatría y Psicología del Niño y el Adolescente, cada vez reciben más consultas de niños y adolescentes. En algunos casos se han encontrado con que el consumo de alcohol se produce incluso antes de ir a clase, en plena hora del desayuno. Y en todos ellos «vemos a padres que trabajan muchas horas fuera de casa, que se despreocupan de los hábitos de sus hijos –higiene, horarios, etc.–, y que no crean un vínculo de confianza mutua».