Asia

Crisis económica

Capitalismo eco-friendly

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Por Carlos Navarro Ahicart

La izquierda parte de una premisa falsa, que es la atribución de derechos a sujetos que, per se, no los tienen. Empezaron con los animales, incapaces de reconocerse a sí mismos como sujetos de derecho y, por tanto, incapaces de reclamarlos o defenderlos; y ahora siguen la misma dinámica con los bosques, los prados, las playas, los mares y, en definitiva, todos los ecosistemas que componen nuestro planeta. Si un perro no puede comprender el concepto de derecho, un girasol ya ni les cuento.

Para defender verdaderamente el medio ambiente debemos comprender la realidad del mismo: se compone de seres vivos, sí, pero no de seres racionales que puedan llegar a asumir la idea de los derechos y, por tanto, nuestra relación hacia ellos no debe ser de igualdad, sino de protección. Es decir, que no podemos hablar de los derechos que tengan, sino de la protección que nosotros, como seres racionales, queremos otorgarles.

Por supuesto, no debemos confundirnos y caer en la troglodita idea de que debe ser el Estado el que proteja el medio ambiente. El verdadero modelo por medio del cual podemos proteger el ecosistema y a todos los seres que lo forman es la propiedad privada porque, además de ser el único legítimo, es el único eficiente.

Este ejemplo se ve muy claro cuando nos fijamos en la experiencia de los elefantes. En África, los elefantes son considerados un bien público y, por tanto, son propiedad del Estado. En Asia, son animales domésticos de propiedad privada. En África, los elefantes están mayormente en peligro de extinción. En Asia, todo lo contrario. En base a este criterio, Zimbabue decidió realizar un experimento que consistía en la venta de sus elefantes al sector privado, interesado en su adquisición. Tal fue el éxito y la excelente gestión de los propietarios que la población de elefantes se disparó, y muchos fueron enviados a Kenya para repoblar la especie (allí en manos del Estado).

Algo similar ocurre con los bosques. Hace poco, el gigante sueco IKEA adquirió su primer bosque en Rumanía. El objetivo de la empresa con esta compra era llevar a cabo una explotación más sostenible de la materia prima que, siendo de su propiedad, tendría que ser mejor administrada y conservada para poder utilizarla. Se trata de la responsabilidad adquirida en base a la propiedad privada sobre los recursos: cuando un bien es público, no se puede privar a nadie de su uso y, en consecuencia, se produce una sobreexplotación de ese bien debido a que nadie quiere asumir los costes de conservarlo por la falta de incentivos cuando el resto puede aprovecharlo de igual forma.

Dejemos de lado el erróneo planteamiento progresista y asumamos la validez del sistema de propiedad privada en lo que respecta a conservar y proteger el medio ambiente. De nada vale el discurso sentimentalista si, posteriormente, demuestra no ser efectivo en sus objetivos. Llámenlo egoísmo, afán lucrativo o como quieran: lo innegable es que funciona, y ha hecho millones de veces más por el medio ambiente que toda la plantilla de Greenpeace desde su fundación.