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De la ley a la ley

De la ley a la ley
De la ley a la leylarazon

Por Álvaro de Diego

¿Tiene padre nuestra democracia? Alrededor de esta pregunta giró el diálogo que hace unos días mantuve con uno de los protagonistas de nuestra Transición. A juicio de este brillante ministro en varios gobiernos de Suárez y Calvo Sotelo, no lo habría habido estrictamente: la feliz conclusión del sistema franquista resultó una obra colectiva. Soy de distinta opinión y así lo he expresado en mi último libro. Hubo un hombre que desenredó el nudo gordiano de la dictadura. Lo hizo confeccionando el instrumento legal preciso para su voladura controlada y disponiendo sobre el terreno político de juego los peones llamados a ejecutarlo. Una frase cuya certeza el tiempo ha verificado lo resume: “La Transición fue como una obra de teatro con un empresario, el Rey [Juan Carlos I]; un actor, Adolfo Suárez, y un autor, Torcuato Fernández-Miranda”. Al parecer, la pronunció precisamente el último de los citados.

Por ese motivo me ha llamado poderosa y gratamente la atención De la ley a la ley, el biopic emitido por TVE el pasado Día de la Constitución. Y es que, en apenas hora y media, esta Tvmovie apuesta por dos tesis que vengo defendiendo y que me seguirán deparando no pocas animadversiones y muchos más silencios. La primera: Torcuato Fernández-Miranda fue, tal y como lo afirma la biografía más reciente, el verdadero “guionista de la Transición”, pues a él se debe la autoría básica de la Ley para la Reforma Política que, previa aprobación de las Cortes franquistas, abrió de par en par las puertas de nuestra democracia. La segunda: Fernández-Miranda fue, igualmente, el responsable último del nombramiento de Adolfo Suárez como el presidente del Gobierno que ejecutaría aquel cambio. Y no solo obteniendo como un alquimista su nombre para la preceptiva terna que debía evacuar el Consejo del Reino (magnífica, por cierto, la licencia literaria de la quiniela sin sellar que maneja nuestro protagonista), sino incluso facilitando el nombre previamente al monarca. No deja de entrañar dificultad condensar bien unepisodio complejo al que he dedicado mucha atención.

Por ello puede afirmarse que el relato televisivo está rigurosamente armado en lo esencial. La concisión narrativa presenta a Franco antes anacrónico que caricaturesco, a Arias Navarro más abrumado que resentido y al Rey Juan Carlos más circunspecto de lo habitual (Fernando Andina lo encarna francamente bien, a diferencia del actor independentista que parecía parodiarlo). Gonzalo de Castro en subrayar el laconismo y carácter resuelto del personaje principal. Quienes vivieron aquellos días quizá no reconozcan en su interpretación el sutil deje asturiano de Fernández-Miranda y esa voz gutural que parecía “salida más del bajo vientre que de la garganta”, según el primer -y quizá mejor- biógrafo de Adolfo Suárez.

Es así que las imprecisiones no suelen tener mayor importancia. Arias Navarro no presentó la dimisión al Rey en la Zarzuela, sino que fue “borboneado” en el Palacio de Oriente tras la presentación de las cartas credenciales de un grupo de embajadores. Fernández-Miranda no tanteó a solas con Suárez la ambición presidencial de este, sino que adivinó la codicia de poder en sus ojos en el transcurso de una cena con las esposas de ambos. Por último, el entonces presidente de las Cortes no acudió con su hijo a la casita de Navacerrada para redactar el borrador de la Ley de Reforma Política. Acudió con su esposa, quien mecanografió el texto legal dictado por el antiguo profesor del Rey.

Quizá se deba a la necesaria tensión narrativa, pero precisamente en este pasaje se halla el único error de bulto del telefilme, lo único quizá, junto a una visión simplista y cuartelera de los altos mandos militares, que afea el conjunto. Consiste en presentarnos a Fernández-Miranda dando con la clave jurídica de la Reforma Política a la altura de agosto de 1976. Como catedrático de Derecho Político y profundo conocedor de la Administración franquista (había sido director general de Enseñanza Universitaria, procurador en Cortes, secretario general del Movimiento y vicepresidente del Gobierno) sabía desde hacía mucho tiempo del artículo 10 de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947). De hecho, este precepto salió a relucir en la conversación con don Juan Carlos previa a la jura de este como “sucesor a título de Rey” de Franco. El entonces Príncipe de España deseaba ya en 1969 conducir al país hacia la democracia, pero sin convertirse en un monarca perjuro.

Por lo demás, resulta muy paradójico el cambio en el escenario comunicativo operado desde la Transición. Muy pocos podían prever el papel decisivo que desempeñaría Fernández-Miranda a la muerte de Franco. Ni siquiera los servicios de inteligencia lo sospechaban. Su carácter reservado y adusto permitía escaso margen para las especulaciones. Y él nunca se molestó en congraciarse con la prensa. Había sido el vicepresidente del inmovilista delfín de Franco y, aparentemente, había dado carpetazo a las asociaciones políticas. No obstante, pudo impulsar sus planes casi desde bambalinas. Ahora sorprende que haya tenido que estrenarse un biopic para rescatarle del olvido, para que los españoles conozcan al auténtico padre de su democracia