Pintura

Juan Genovés, pintor de multitudes

El MAC Gas Natural Fenosa de La Coruña expone medio siglo de obras de un pintor que se instaló en la élite internacional en los años 60 y, a sus 85 años, sigue trabajando «como una hormiguita, lleno de energía».

«Sedimentos», una de las piezas que componen la exposición
«Sedimentos», una de las piezas que componen la exposiciónlarazon

El MAC Gas Natural Fenosa de La Coruña expone medio siglo de obras de un pintor que se instaló en la élite internacional en los años 60 y, a sus 85 años, sigue trabajando «como una hormiguita, lleno de energía».

Cuando intentamos hablar la primera vez con Juan Genovés (Valencia, 1930), el miércoles pasado, va en un taxi camino del MAC Gas Natural Fenosa de La Coruña. Nos pide «media horita» y le damos hasta un poco más de tiempo. Mejor, en el fondo, porque así podemos comentar con él la muestra una vez que la haya visto. Cuarenta minutos después volvemos a marcar y él descuelga con un ataque de risa: ha tomado un segundo taxi. Esta vez de regreso a su hotel. Al cabo de unos minutos nos devuelve la llamada. Tiene una risa tan contagiosa, tan adolescente, que parece mentira que haya cumplido ya los 85: «Me conservo bien, la verdad. Será porque me cuido bastante. Hago ejercicio y tengo mucho cuidado con la alimentación. Por ejemplo, no como carne». Tomamos nota.

Genovés es historia de la pintura. De la nuestra y de la internacional. Fichó por la potente galería Marlborough hará cincuenta años en 2016, tras su triunfo en la Bienal de Venecia en 1966, donde se alzó con el Premio Internacional de la Crítica. En La Coruña cuelgan ahora (hasta enero) setenta obras desde mediados de los sesenta hasta hoy. Son suyas, piezas que había ido guardando y que descansaban en un almacén, «pero una obra que no se puede mostrar al público no es nada. Los cuadros están para verlos», dice. Y, ¿cómo los ha visto? Alaba el artista el espacio, que dice es «imponente», que quienes la han montado «han hecho un buen trabajo». Y nos toca la fibra sensible cuando desvela: «Me he emocionado, de verdad. Cuando cambias de sitio un cuadro, la obra cambia también, se transforma. El arte es móvil. Aquí están obras mías porque es mi selección. Son mis “Multitudes”. Fíjate que incluso al ver alguna de ellas no la reconocía como mía», asegura. En los sesenta las obras son muy oscuras, negruzcas. El color no existe. A medida que avanzan los años la paleta se va ampliando. «Las sala de los sesenta, de los comienzos, se ve oscura y dramática. Ha sido bastante duro enfrentarse a ella. Son cuadros llenos de miedo. Josep Renau decía que yo era el pintor del espacio del miedo», señala.

En ese medio siglo que ha pasado dice el maestro que nos hemos abierto un poco más, «aunque el español es un pueblo tristemente tosco», deja escapar. Y cuenta una divertida anécdota con Felipe González, cuando le preguntaba tiempo atrás si seguía con los tonos grises en sus obras o si las había dado más color. «Yo le dije que ahora estaba más coloridas». Tiene miles de historias para contar. Cuando estalló la Guerra Civil tenía seis años, nueve cuando acabó. De niño pudo presenciar en su Valencia natal a qué huele la muerte y el sonido que tiene: «Todo aquello me ha marcado, se ha quedado impreso en mi disco duro. De pequeño pasé mucho miedo. Yo ero un crío pero me enteraba de todo lo que pasaba. Aquella guerra me parecía que no acababa nunca». Para él quedan sus charlas con Duchamp, sus historias en la clandestinidad. Y Bacon, ese pedazo de artista que le compró su primera obra «porque no sabía pintar multitudes». Casi nada. «Soy como una hormiguita que no para y que está llena de energía para seguir trabajando».

Pintar «por impulsos»

Volver a La Coruña le ha encantado, «siempre he estado aquí de maravilla. Existe una poesía en esta tierra...». Y nos deja escuchar a través del teléfono las campanas que repican imparables, inacabables, mientras él disfruta con sus sonido. Dice que pinta «por impulsos, como los animales, que actúan de esa manera. Dejo que sea el subconsciente el que me lleve la mano, aunque hasta un cierto límite. Voy como si fuera a tientas», explica. ¿Y sus hombrecillos diminutos en constante huida, hacia dónde van? «No se sabe. A veces nos creemos que avanzamos y no hacemos sino pisar dentro de un círculo, dar vueltas una y otra vez sin salirnos, giramos dentro de la misma rueda. Jamás he pintado una multitud en plan mogollón. Cada persona está hecha individualmente. No hay dos iguales, lo puedes comprobar. Cada una de ellas posee una singularidad propia y la reunión de todos ellos es lo que conforma la multitud». Nos cuenta que hace tiempo en una exposición una señora miraba fijamente una de sus obras, con verdadero interés. Él se acercó y se presentó. Le preguntó qué miraba durante tanto tiempo: «Me estaba buscando», dijo ella. Y a él esa idea de buscarse en la pintura le encantó. «Eso de dar pie a que cualquiera se pueda buscar y encontrarse es lo que me hace disfrutar de lo que hago. Esos personajillos, como yo los llamo son puntos en el espacio».

–¿Y usted se ha encontrado, Juan?

–Yo me he reflejado en todos. Siempre estoy allí.