Artistas

Leonard Cohen, ante la última puerta

A sus 82 años, el músico canadiense ultima la publicación del disco «You Want it Darker» mientras confiesa que está «preparado para morir» en una entrevista en «The New Yorker» que huele a despedida y en la que desnuda su alma.

Leonard Cohen, entre la luz y la sombra
Leonard Cohen, entre la luz y la sombralarazonLa Razón

A sus 82 años, el músico canadiense ultima la publicación del disco «You Want it Darker» mientras confiesa que está «preparado para morir» en una entrevista en «The New Yorker» que huele a despedida y en la que desnuda su alma.

Todo suena profundamente natural en la voz y las palabras de Leonard Cohen. Hasta su forma de preparar el adiós definitivo a este mundo tan lleno de amor y dolor como el que él ha vivido. A sus 82 años tiene listo su último trabajo, «You Want it Darker», un álbum que se publicará el 21 de octubre y que ya necesariamente apesta a despedida, al final de la escalada.

«Estoy preparado para morir. Espero que no sea demasiado incómodo», afirmó en una estremecedora entrevista concedida a «The New Yorker», donde habló de una vida llena de historias que contar y el avistamiento de la última puerta, del último umbral que atravesar antes de entrar en otro sitio. «Estás perdiendo demasiado peso, Leonard. Te estás muriendo, pero no tienes que cooperar con entusiasmo en el proceso. Oblígate a ti mismo a comer un sándwich», se dice a sí mismo con excepcional ternura.

«You Want it Darker» es uno de los acontecimientos musicales de la temporada, como corresponde a uno de los grandes mitos de la cultura popular. Y su entrevista sirve para añadir un contexto que seguramente contribuirá a entender mejor las canciones de un hombre que vivió estos últimos años sorprendido del valor de su nombre como artista y ser.

Reclusión monacal

Qué atrás parecen quedar aquellos tiempos, a mediados de los años 90, cuando se recluyó voluntariamente en el Mount Baldy Zen Center, un monasterio budista en el que se encerró durante dos años para contribuir a sí mismo con el arte de la meditación. Jinkan, lo llamaban, que quiere decir «silencio». «La gente tiene la idea de que un monasterio es un lugar de serenidad y contemplación. No es así en absoluto. Es un hospital, con un montón de gente que acaba allí porque a duras penas puede andar o hablar. Así que gran parte de la actividad que hay es conseguir que la gente aprenda a hablar y andar y respirar y a prepararse su propia comida o a labrar su propio camino en medio del invierno», observó en «The New Yorker».

Fue en ese tiempo cuando la infamia persiguió silenciosamente a Cohen. Kelley Lynch, su representante, se dedicó a aprovechar su reclusión y vació su cuenta corriente vendiendo derechos y propiedades. Lo dejó con apenas 150.000 dólares. Entonces Cohen hizo arte a partir de la necesidad. En 2008, y acuciado por los problemas económicos, anunció su primera gira mundial en 15 años. Estuvo más de dos en la carretera y no sólo consiguió rehacer sus cuentas –ganó cerca de 10 millones de dólares–, sino que lo hizo ofreciendo enormes dosis de creatividad y dignidad. Eran conciertos de más de tres horas de duración en los que se veía a un Cohen entregado y con un envidiable estado físico para su edad. Aunque también hubo percances, como ese concierto de Valencia suspendido a la segunda canción al sufrir mareos. Durante este último trayecto demostró que su pulso creativo seguía intacto con la publicación de los extraordinarios discos «Old Ideas» (2012) y «Popular Problems» (2014). Sirve este viaje para explicar cómo ha llegado Cohen hasta aquí. Es como si durante esta última etapa de su vida cobrara verdadera consciencia de su mortalidad y no dejara un minuto libre al ocio ni al silencio con los que llenó su tiempo en otras etapas. Hizo de todo, y todo bueno.

Ahora confiesa que el tiempo se le acaba, que le quedan demasiadas canciones por terminar y que ya no podrá hacerlo. «No creo que sea capaz de terminar esas canciones. Quizá, quién sabe, reciba un nuevo aliento, no lo sé. No me atrevo a atarme a una estrategia espiritual. No me atrevo a hacerlo. Tengo trabajo que hacer. Encargarme del asunto», relata en la entrevista citada.

Lento de escritura

Cohen siempre fue metódico con los suyo, como confesó en «Popular Problems»: «Estoy bajando el ritmo de la canción / Nunca me ha gustado lo rápido / Quieres llegar pronto y yo ser el último / Y no es porque sea viejo / Es que no es la vida que he llevado / Siempre me ha gustado despacio / Eso es lo que mi madre me enseñó». Efectivamente, Cohen buscó siempre la inspiración a través del método. Siempre fue lento en su escritura. O minucioso, sería más apropiado decir. Para él, una jornada de trabajo de 12 horas –en sus tiempos de actividad más frenética– equivalía a dos páginas escritas o un par de versos de una canción, según reconocería. Su legendaria canción «Hallelujah» tardo cinco años en completarla. La recuperaba y la abandonaba como las estaciones. Es el ejemplo de su alto grado de perfección, de su ojo crítico y de su postura ante la vida y la muerte, tan reposada.

En los últimos tiempos logró entrar en la «rueda comercial» del mundo de la música, la de las giras y los discos, sin perder un ápice de autenticidad y calidad. Así hasta llegar a su nueva obra. Casi siempre se obtienen más detalles de la vida de un artista a través de sus obras que leyendo biografías o atendiendo a simples anécdotas, y esta búsqueda cobra mayor interés con la llegada de su esperado «You Want it Darker».

«En cierto sentido, ahora mismo me encuentro con muchas menos distracciones que otras veces en mi vida y en realidad me permite trabajar con un poco más de concentración y continuidad que cuando tuve la obligación de ganarme la vida, al convertirme en marido, en padre. Esas distracciones disminuyen radicalmente en este punto. La única cosa que mitiga la producción es sólo la condición de mi cuerpo», cuenta con toda calma mientras matiza lo cómodo que se encontró al enfrentarse a su nueva obra.

Ahora cobra más sentido aquel tremendo suceso ocurrido en agosto, con motivo de la muerte de su amiga Marianne Ihlen, la mujer que inspiró la memorable canción «So Long Marianne». Cohen remitió una carta en la que escribió: «Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que si extiendes tu mano creo que podrás tocar la mía. Todo el amor, te veré por el camino».

Cohen está en la última etapa –dure semanas, meses o todavía años– de un viaje ciertamente extraordinario. «No tengo idea de lo que estoy haciendo», dice. «Es difícil de describir. A medida que me acerco al final de mi vida, tengo aún menos y menos interés en examinar lo que han llegado a ser las evaluaciones u opiniones muy superficiales acerca de la importancia de la vida o el trabajo de uno. Nunca lo hice cuando estaba sano, y mucho menos lo voy a hacer ahora», añade.

Es el invierno de una vida épica, de un creador como pocos, de un hombre que supo poner sobre un papel lo que le dictaba una sensibilidad tan única como elegante. Ahora se enfrenta a la muerte y es capaz de mirarla cara a cara y con un terrorífico sentido de la dignidad. Su epitafio parece ya escrito. Y cantado.