Atletismo

La caída del más grande

La Razón
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El tiempo es implacable con el deportista. La pereza, también. Lo que no pudieron hacer sus múltiples rivales en ocho años de dictadura «Boltiana», ha ocurrido en los Mundiales de Londres por dos razones que, unidas, son definitivas en la alta competición. La primera, lógica, el descenso de rendimiento propio de un velocista que ya ha superado los 30 años, cuando la explosividad da paso a la resistencia. Bolt, en efecto, ya no es el hombre más rápido del mundo. Probablemente lleve un par de años sin serlo, pero su increíble capacidad competitiva y el respeto de sus rivales han extendido su reinado hasta Río 2016. El tiempo le ha alcanzado y la desgana le ha condenado. Bolt no ha llegado en forma a estos mundiales, a los que ha ido prácticamente sin competir tras alargar un año su carrera. Quizá pensó que su sola presencia, su pasado, sería suficiente para despedirse con otro par de oros. Se equivocó. Tercero en el hectómetro, roto en el relevo, su última imagen en activo será la de un gigante abatido en el tartán, consolado por unos compañeros que le consideran un semidiós. Triste epílogo para el atleta más grande de todos los tiempos.

Bolt será eterno

Ser considerado el humano más rápido del planeta ha generado leyendas que permanecen en la memoria. Aún hoy seguimos hablando de Jesse Owens en 1936, ante Hitler; de Carl Lewis, el «hijo del viento», y su elegante zancada; del compacto y explosivo Mo Greene. Todos ya empequeñecidos ante la magnitud de Usain Bolt. Sus récords en 100 y 200 metros pretenden ser tan longevos como el de Bob Beamon en longitud. Inabarcables. Su grandeza es tal que durante un tiempo soñamos con Bolt bajando de los nueve segundos en la gran prueba de la velocidad. Le creíamos capaz de lo imposible. Ese será su gran legado.