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La silenciosa invasión islámica en el Penedés

Los vecinos de Vilafranca y Sant Sadurní d’Anoia temen que el radicalismo prenda entre una comunidad musulmana no integrada

Detalle de la colocación de las alfombras en el interior de la «gran mezquita»
Detalle de la colocación de las alfombras en el interior de la «gran mezquita»larazon

Los vecinos de Vilafranca y Sant Sadurní d’Anoia temen que el radicalismo prenda entre una comunidad musulmana no integrada.

Los lazos de la célula yihadista de Ripoll no se ciñen a esta localidad catalana. La huida de Younes Abouyaaqoub, el conductor de la furgoneta letal de Las Ramblas, a la comarca del Penedés pone en el mapa antiterrorista esta zona de viñedos donde existe una comunidad musulmana abundante y dispersa. Fuentes de la investigación de los atentados de Barcelona y Cambrils no creen que la marcha de Younes Abouyaaqoub a Vilafranca sea casual y trabajan con la hipótesis de que acudiera a este territorio abrupto, repleto de masías abandonadas, en busca de ayuda. La supuesta fuga a pie por la sierra d’Ordal sigue planteando serias dudas. ¿Dónde se cambió de ropa? ¿Quién le habría facilitado el falso cinturón de explosivos con el que amenazó a la policía? La mirada de los investigadores se ha posado ahora en Sant Sadurní d’Anoia (a pocos metros de donde fue abatido Abouyaaqoub) y Vilafranca del Penedés, donde esta semana se llevó a cabo un registro en una vivienda de okupas musulmanes donde podría haberse refugiado el autor material del atentado de Las Ramblas. Entre San Sadurní y Vilafranca apenas hay 17 kilómetros. En la primera hay una comunidad islámica de unos 700 integrantes, dentro de una población total que roza los 10.000 habitantes, mientras en la segunda, con una población de 40.000 personas, los musulmanes suman alrededor de 6.000. En Sant Sadurní hay dos mezquitas operativas. En Vilafranca otras dos, pero en este momento terminan la construcción de la «gran mezquita», la que será la segunda más grande de Cataluña. Esta comunidad, mayoritariamente pacífica y que tan sólo busca la paz y la buena convivencia con sus vecinos, está, muy a su pesar, en el punto de mira. La comunidad musulmana niega la existencia de discursos radicales en su seno, pero la realidad apunta que, aunque pequeños e incluso residuales, sí existen extremistas entre ellos e ignorar este problema no ayuda a su resolución. «Estos niñatos nos hacen mucho daño, lo que ellos dicen o defienden no está en el Corán. Alá y su profeta expresan el bien, el respeto al diferente. Ellos manchan con sangre nuestra religión», asegura Younes Haddaji, miembro de la comunidad islámica de Vilafranca, denominada Alfatah, que ayuda en la labor de construcción de la nueva mezquita. A diferencia del resto de centros de oración, que suelen ser simples locales, esta mezquita muestra el poderío y la pujanza de la comunidad musulmana en esta zona. Aunque alejada del centro urbano –se está construyendo en el polígono industrial a las afueras–, comenzó a levantarse en 2016 y en estos días dan los últimos remates. El coste aproximado de este proyecto ha sido de un millón de euros, según Haddaji, y todo ha sido financiado por donaciones de los feligreses de la zona y de otros puntos de España y Europa. Una vez que abra sus puertas se convertirá en la segunda gran mezquita de Cataluña, por detrás de la de Cornellà de Llobregat, en la ladera opuesta de la Sierra d’Ordal. La mezquita de Vilafranca tiene una capacidad para 1.500 feligreses en un terreno de más de 1.600 metros cuadrados, por el que han pagado unos 240.000 euros. «Nos fuimos del centro porque sobre todo los viernes, el día principal del rezo, es más cómodo para acoger a todas las personas que vienen y, además, no queremos molestar a los vecinos», reconoce Haddaji, ya que sus otras sedes han registrado quejas por ruidos y aglomeraciones. Sobre todo la de la calle Moja (que tienen en propiedad) ubicada a pocos metros de donde se encuentra el piso okupa supuestamente utilizado por la red de Ripoll.

En la capital del Alto Penedés miran con recelo la silueta de esta mezquita cuya cúpula se aprecia desde el corazón de Vilafranca. «Llevamos dos días parados, pero esperamos recibir pronto más dinero para acabar con los trabajos de pintura y techo y, por fin, poder abrir», confiesa Haddaji, que llegó de Marruecos en 2001 y reside en esta localidad desde 2006. Sin embargo, esta armonía entre la comunidad local y la musulmana de la que este hombre de 35 años presume, no parece extrapolable a lo que se respira a poco más de 15 kilómetros de esta ciudad. En Sant Sadurní d’Anoia, los vecinos hablan de la falta de integración de la comunidad islámica de casi un millar de miembros que tiene este pueblo. «Yo vivo al lado de la mezquita de la calle de la Diputación y no me siento cómodo. No están integrados en la vida del pueblo. Mientras que ves a asiáticos que regentan negocios, a ellos sólo les ves entrando en la mezquita o en la Plaza Nova donde se reúnen», comenta este hombre que ronda los cuarenta años y que atiende a LA RAZÓN en su portal. Pide que no ser identificado porque «estos son capaces de hacerme cualquier cosa», incluso, su mujer, le regaña cuando se va de la lengua. «Yo soy la que llevo a mis dos hijos al colegio. Allí casi el 80% de los niños son musulmanes. Nosotros parecemos extranjeros», apunta la esposa mientras los niños corretean por la calle. «Bueno, quizá esa cifra es exagerada, más bien yo diría que uno de cada tres.... Sí son muchos. Además, después de la escuela les traen aquí a cursos que dan a los niños», apunta el padre de familia, que añade que no entiende de dónde sacan el dinero si casi ninguno de ellos trabaja. «Es un pueblo pequeño y todos nos conocemos. Yo no les he visto despachando en ningún sitio, ¿cómo se financian?», apunta. En ese momento, desde uno de los balcones que hay encima de la mezquita de la calle de la Diputación, lanzan un paquete. «Yo veo con frecuencia como los coches se paran aquí, alguien sale de la casa, suelta un paquete y le dan dinero... si esto no es trapicheo...», añade este vecino. Lo cierto es que en apenas unas horas, el lanzamiento de paquetes desde la ventana se ha producido en dos ocasiones. Alguien lo recoge y sale corriendo. En el domicilio nadie responde al telefonillo. Y eso que hay gente dentro y todo el edificio está ocupado por el imán de la mezquita. A las afueras de Sant Sadurní está el otro centro religioso, mucho más nuevo y lujoso. Fue levantado en junio de 2016 y según el registro oficial del Ayuntamiento debería ser la única operativa. Pero según vecinos de ambas mezquitas, en las dos se sigue rezando. «Tiene de todo, se lo han montado muy bien, con aire acondicionado... Ya podría estar así la única iglesia que tenemos en el pueblo», sentencia Manuel, que trabaja en Transportes Turné, negocio que linda con la mezquita.

Los atentados de Barcelona y Cambrils han puesto de manifiesto la importancia de las redes de contactos entre radicales islamistas quienes, ante el refuerzo de la vigilancia en Internet, han vuelto a los métodos otrora exitosos basados en las relaciones interpersonales. Eso sí, la clave reside en encontrar en lugar perfecto para pasar desapercibidos, huir de los radares policiales y poder trabajar en sus descabellados planes. El experto en terrorismo, Luis de la Corte, confirma esta teoría. «Está claro que las redes sociales son importantes, pero más para la difusión del mensaje. Sin embargo, en el proceso de radicalización lo más importantes es la actividad de determinados agentes, conocidos como reclutadores, que aprovechan las relaciones vecinales o de familiaridad para captarles», concluye.