TV3

La televisión contra la realidad

La Razón
La RazónLa Razón

Una vez más, como cada año aquí en Cataluña, TV3 calienta motores de cara a la Diada. El objetivo es crear un ambiente de exaltación para que cualquier iniciativa callejera pueda escenificarse como un clamor. Esa fue la principal función de la televisión pública regional durante la última etapa del pujolismo. Escudándose en la coartada de la pervivencia de la lengua y tradiciones catalanas, empezó a hablar a la población como si todo el mundo en Cataluña estuviera a favor del soberanismo y usara únicamente el catalán en su vida diaria. Consciente de que era su buque insignia para influir en el pensamiento, Pujol no escatimó para ella ni medios, ni considerables cantidades del dinero de todos. TV3 lucía un grafismo modernísimo que era la envidia de las otras regiones, se compraban las series de humor inglés más caras, se desplazaban unidades informativas a los temas candentes, intentando prestigiarse de rigor informativo a pesar del sesgo ideológico. Pero los tiempos cambiaron y Mas, agobiado por los sondeos, apretó excesivamente el acelerador en ese sentido. Ya no quería convencer, sino vencer. Se alcanzaron paradojas de extravagante humor grotesco en el relato que se hacía de la realidad catalana, acompañadas pronto por una fuerte crisis presupuestaria. Los programas de humor empezaron a ser de producción propia y estilo apayasado, los informativos fueron incapaces de entregarnos a los catalanes una investigación sobre los millones de Pujol en Andorra y, a cambio, se contabilizaban como catalanas las medallas conseguidas en las olimpiadas.

A la televisión pública regional le crecían los enanos. En 2012, se filtraron por error los desorbitados sueldos de los directivos de la Corporación. TV3 era la televisión autonómica más cara con menos audiencia que Mediaset o Atresmedia, pero mayores costes proporcionales. Luego, el Colegio de Periodistas criticó el partidismo que se daba en las decisiones de la radio y televisión pública catalana. El Sindicato de Periodistas de Cataluña secundó también esa crítica. Los comités de empresa de TV3 y Cataluña Radio denunciaron la «gubernamentalización» de ambos entes. El socialista David Pérez analizó la composición de las tertulias de la emisora demostrando su parcialidad y hasta se creó el «Grup de Periodistes Pi i Margall» para devolver los medios de comunicación públicos al servicio de todos los catalanes. Estaba claro que muchos catalanes empezaban a pensar que no les parecía mal que los separatistas tuvieran su propia emisora de consumo interno para autoconvencerse. Pero, en ese caso, que se la pagaran ellos, no con el dinero de todos.

El habitual calentamiento de motores de TV3 para la Diada ha sido siempre tratar de elevar la anécdota a tamaño de orsiana categoría. Y la categoría es que España nos trata mal, España es una cosa y nosotros otra, España vive a nuestra costa, etc. Pero este año el tono de TV3 transluce la guerra sorda que se da dentro entre convergentes y falsos anticapitalistas. La habitual simulación del perfil de clamor ha sido baja, como si la emisora regional intentara salirse de esa tendencia perversa que sólo confirma a los afines pero no gana adeptos. Y, en televisión, adeptos es «share».

Tres días antes de esta Diada, se estrenó en la emisora la primera tertulia televisiva con representantes de todos los grupos del arco parlamentario regional. En los últimos años, los desafectos al nacionalismo, incluida la primera fuerza política de oposición, habían estado casi vetados e infrarrepresentados. Aparte de ese minimalista lavado de cara del sectarismo, también la cosecha de supuestos agravios que han conseguido reunir ha sido más pobre de lo habitual. No han encontrado nada mejor para llevarse a la boca que una alumna de universidad catalana a quien no le convalidaban una asignatura de literatura catalana en Córdoba. Como ataque del Estado queda, la verdad, un poco minúsculo. Encima, la alumna es retransmitida, quejándose, desde una conexión de ordenador un tanto casera por Skype. La apresurada gestión de la noticia hace quedar mal, porque el trámite administrativo finalmente se corrige en el mismo día y pone en evidencia más bien los problemas de descoordinación que provocan las descentralizadas competencias educativas. Precisamente el día en que una convocatoria más descentralizada de la Diada ha empobrecido la inscripción de número de manifestantes. A TV3 no le quedó más remedio que, en última instancia, intentar sacar pecho, un poco patéticamente, de toda esa ceremonia de errores insistiendo en que el trámite administrativo se había solventado gracias a su denuncia. En el «Telenoticias» de la noche, se nos asegura que la alumna, enfadada, aunque ahora puede, no se matriculará en Córdoba como quería, sino que lo hará en una universidad catalana. Es como si el noticiario exhalara un suspiro de alivio: buena chica, vuelve a casa, fuera no tendrás más que disgustos.

El televidente cansado huye de todas estas monotemáticas y se va a buscar contenidos más internacionales a Movistar Plus, aunque sea «Juego de Tronos». Ve que dispone de una televisión regional que se quiere nacional, pero que no convence más que a los ya conversos. Y cuesta un montón de dinero que necesitamos para sanidad. Debido a su formación en la época de las vacas gordas, TV3 tiene grandes profesionales de alto nivel que ahora sufren una inquietud desaconsejable, pensando si serán desplazados por esa tensión entre decisiones politizadas, intercambio de cromos ideológicos y la realidad de las necesidades de la audiencia. En ese contexto, Puigdemont es un caramelo envenenado para la emisora. Tiene poco tirón. Su carisma es como de monitor de grupo excursionista que trae al recuerdo, más que nada, los cumbayás de «La familia Adams (segunda parte)». Su trato con las redes sociales ha acabado en desastre, después de exhibirse en YouTube interpretando «Let it be» en una fiesta casera junto a Joan Laporta. Porque muchos catalanes piensan ahora que, si para gestionar se demuestra tan capaz como para tocar la guitarra, estamos perdidos. Destrozar una canción de los Beatles no es lo mismo que destrozar un país. Pero por algo se empieza.