Casa Real

«Preserva la Unidad de España»

Don Juan Carlos pronunció su discurso de proclamación dos días después de la muerte de Franco y recuerda la última petición que le hizo el caudillo

Don Juan Carlos, el día de su proclamación como Rey de España, junto a Doña Sofía y el Rey Felipe VI y las infantas Elena y Cristina, en el Congreso de los Diputados
Don Juan Carlos, el día de su proclamación como Rey de España, junto a Doña Sofía y el Rey Felipe VI y las infantas Elena y Cristina, en el Congreso de los Diputadoslarazon

Don Juan Carlos pronunció su discurso de proclamación dos días después de la muerte de Franco y recuerda la última petición que le hizo el caudillo

«Todo lo que hice en cuanto me vi con las manos libres pude hacerlo porque antes habíamos tenido cuarenta años de paz... Una paz, estoy de acuerdo, que no era del gusto de todo el mundo... pero que, de todos modos, fue una paz que me transmitió unas estructuras en las que me pude apoyar». Estas palabras de Don Juan Carlos al escritor José Luis de Vilallonga, referidas a los días de su proclamación como Rey de España, resumen muy bien aquel tiempo. Pero, cuarenta años después de ese momento histórico, nos hacemos otras preguntas, quizá porque lo vivido entonces aún pueda servirnos en el futuro.

Efectivamente han pasado 40 años y, desde entonces historiadores, periodistas, escritores, y analistas políticos han estudiado aquellas circunstancias desde muchos puntos de vista. Pero siempre me ha parecido muy interesante la visión del propio monarca: «Cuando ocupé el trono, tenía dos bazas importantes en la mano. La primera era el apoyo incontestable del Ejército. En los días que siguieron a la muerte de Franco, el ejército hubiera podido hacer lo que le diera la gana. Pero obedeció al Rey. Y seamos claros, le obedeció porque yo había sido nombrado por Franco, y en el Ejército las órdenes de Franco, incluso después de muerto, no se discutían (...) La segunda era la sabiduría popular. La sabiduría de los españoles consistió en saber esperar. No en echarse a la calle».

Mucho tuvo que ver en aquella decisión personal y colectiva de los españoles lo que había pedido al propio Don Juan Carlos su ideólogo en la sombra, y luego presidente de las Cortes, Torcuato Fernández Miranda: «Todo dependerá de vuestro primer discurso. Es preciso decir a los españoles lo que queréis hacer y cómo lo vais a hacer». Contaba el Rey a Vilallonga que quiso seguir al pie de la letra aquella recomendación y que todo el discurso que «fue mío y solo mío» quiso utilizarlo «para decir a los españoles que en el futuro ellos eran quienes deberían expresar su voluntad. En aquellos momentos (...) yo podía hacerlo todo y decirlo todo. Todavía no teníamos Constitución y yo había heredado todos los poderes de Franco, que eran inmensos».

Aquella frase –ser el Rey de todos los españoles– no era una cuestión menor. A su padre, Don Juan de Borbón, decir algo parecido le había apartado de la sucesión y le había forzado al exilio. Y Don Juan Carlos tuvo que renunciar a su padre a la vista de que éste nunca podría hacer lo que él mismo si podía y se aprestaba a llevar a cabo. «El Ejército no le hubiera prestado jamás el apoyo de que yo me he beneficiado». Pero la ausencia de los condes de Barcelona en la proclamación sería algo más que un gesto: era también la posibilidad de que si aquella nueva monarquía franquista e instaurada no funcionaba, quedara la opción de otra que quizá pudiera ser alternativa algún día. Pero la clase era la que el Rey sabía. De hecho, mirando hoy con perspectiva aquellos sucesos, no deja de extrañar la tranquilidad con que se llevó a cabo aquel proceso. No cabe duda de que el propio Don Juan Calos se empeñó en convencer a los españoles con sus palabras y con los hechos, pero nada se hubiera podido hacer sin el concurso de los partidos políticos de la oposición: el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Comunista. Los partidos y otros actores fundamentales como el ya citado Torcuato, pero también Adolfo Suárez, o Tarancón –entonces arzobispo de Madrid– y la cautela de los países de Europa. Y recordemos que, para complicarlo todo, la organización terrorista ETA ya estaba matando y provocando al Ejército. Es decir, había actores a favor, pero también en contra. Y el pueblo expectante frente a un Rey que determinada propaganda presentaba como escasamente preparado y dotado para gobernar un país.

¿Qué había cambiado en los españoles para permitir aquello y no lazarse de nuevo a las eternas peleas de unos contra otros? «Yo heredé un país que había conocido cuarenta años de paz, y, durante esos cuarenta años, se formó una clase media poderosa y próspera, una clase que prácticamente no existía al final de la Guerra Civil. Una clase social que, en poco tiempo, se convirtió en la columna vertebral de mi país».

Sin ninguna duda, aquella fue la clave. Lo que vino después no sería fácil. Hubo incluso golpes de Estado y, en un primer momento, inmovilistas como Carlos Arias que querían perpetuar un régimen, pero las cosas se fueron desmontando porque un Rey con poderes excepcionales, pudo hacerlo. La diferencia es que ahora son los partidos políticos los que tendrían que ganarse esos nuevos cuarenta años. Es la medida temporal a la que la historia nos viene acostumbrado. El reto tampoco es ajeno a aquellos momentos. Recuerda Don Juan Carlos que, las últimas palabras que escuchó a Franco, pocos días antes de su muerte, «fueron referida a la unidad de España. Más que sus palabras, lo que me sorprendió sobre todo fue la fuerza con que sus manos apretaron las mías para decirme que lo único que me pedía era que preservara la unidad de España». Y es que la historia cambia a los protagonistas, pero hace que otras cuestiones perduren, sobre todo para aquellos que se empeñan en desconocer su propio pasado.