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El presidente que quiere ser Pepe por Paco Reyero

El presidente que quiere ser Pepe por Paco Reyero
El presidente que quiere ser Pepe por Paco Reyerolarazon

Griñán se salió con la suya. Quiso separar las elecciones andaluzas de las generales y el resultado le ha dado la razón. Luego los de la Historia, que no están urgidos a escribir con el temblor de los diarios, analizarán en qué condiciones se mantiene este «ancien regimen» socialista. Régimen, como todos, de carencias, ensoñaciones y dislates. Un periodo «longo» que, llevemos el coro de Julio Pardo al plural, ha sido de «cachondeos muy serios». Total, 32 años, y, su tabaco, gracias. Ni santo ni demonio, ni inútil ni capaz, ni capitán de fragata ni polizón, ni liberal ni socialdemócrata, ni director de orquesta ni solista. Este fino mandamás tiene el respaldo sentimental de un partido y de lo que el partido representa. Volutas de pensamientos y genialidades para la intimidad de los suyos. El mundo ideal de la educación, la rectitud, el desarrollo económico y la meritocracia habitaban en su cabeza. En esto, Griñán, brillante, memorión y disperso, resultó hegeliano: llegó a creer que en su cráneo estaba la realidad andaluza y que para producir cambios bastaba con ordenarlos en sus pensamientos. Menguado el productivo y mendaz aparato propagandístico de Chaves (Zarrías y sus cuates), las encuestas señalaban el fracaso de Griñán. Incluso, entre los suyos, lo dieron por irremediable tras acabar (1)divorciándose de su mentor, (2) ocupando la secretaria general del PSOE andaluz con precipitación, (3)dibujando tres gobiernos en tres años y, (4) últimamente, apostando por el evanescente chaconismo. Nada de todo eso cuenta porque el PSOE andaluz resiste, incluso cuando a él se le ha ninguneado. Nacido en la madrileña Glorieta de San Bernardo en 1946, pasionalmente andaluz, los camareros del Bar Minber –allá donde Márquez Reviriego apuntó a Indalecio Prieto tomando café– lo recuerdan charlando con su madre, que vivía en el piso de arriba. En aquel bar de barrio especializado en sándwiches y hamburguesas dejó su impronta: reflexivo, cortés, conversador. Fue brillante opositor a la inspección del trabajo. Socialista de primera hora, padre de tres hijos, casado con una sevillana, la ETA mató a su tío materno en 1997, Martínez Emperador, magistrado del Supremo. Amante de la música clásica y del cine, se le acumulan los libros en la mesilla de noche. El favorito es «Guerra y paz», que es lo que le toca. Cuando dejó el Ministerio de Trabajo en 1996 –relevado por Arenas– no sufrió síndrome de abstinencia al volver al metrobús. Esta modestia material contrasta con su hybris. Estalla como teórico de casino machadiano al que la realidad le resulta una maleducada porque le lleva la contraria. Llegó en Domingo de Ramos –2009– y ahora, en Domingo de Pasión, se encuentra en manos de IULV-CA para continuar en el Palacio de San Telmo, sede de la Presidencia de la Junta. Despertó expectativas, que se desvanecieron en semanas. Quiso ser Pepe y ha acabado siéndolo con todas sus consecuencias. Con él, los socialistas, después de una campaña lastrada por el escándalo de los ERES, los índices de paro y el relevo de Chaves y Zarrías, se topan con un ganador inesperado, sorpresivo e incluso a deshoras. Sin resultados visibles de su gestión, obtiene el Gobierno de la región en las peores circunstancias económicas. El PSOE es una marca que cotiza inmutable en Andalucía y Griñán es, tras la noche de ayer, su líder.