Venezuela

Objetivo de vida: buscar comida

La inflación está devorando los salarios y los ahorros y ya no da para comprar alimentos a precios exorbitantes

Aglomeraciones. Varios venezolanos hacen cola en un establecimiento de Caracas
Aglomeraciones. Varios venezolanos hacen cola en un establecimiento de Caracaslarazon

En los últimos años, los venezolanos han estado sumergidos en el debate polarizante de temas políticos y jurídicos. Socialismo al estilo cubano frente a una economía abierta, refundación del Estado, chavismo y oposición, Derechos Humanos, libertad de expresión, controles del Gobierno. Visiones encontradas sobre una forma de vida.

Pero el desgaste natural del liderazgo oficialista, comenzando por el del propio presidente Nicolás Maduro, unido a la caída pronunciada de los precios petroleros, han colocado nuevos elementos en el tránsito cotidiano de la gente. Se entró en la etapa del «no hay», en la era en la que ciertamente la población convive directamente con la escasez, el desabastecimiento, la inflación, la falta de medicamentos. Pobreza, pura y dura. Y por tanto, nuevas formas de llevar la vida más cercana a la supervivencia que a la normalidad del hombre organizado en sociedad.

En Venezuela todo el mundo, más allá de su trabajo habitual, tiene que dedicarle al menos unas tres horas diarias a la búsqueda de alimentos en diferentes modalidades. El Gobierno mantiene un férreo control de precios que amarra a una buena cantidad de productos básicos a precios que, se puede decir, son razonables para el consumidor, pero inconvenientes para la gran industria, obligada a vender a pérdida o con márgenes de ganancia mínimos. Además, para completar el cuadro, la agroindustria no tiene materia prima para producir suficientemente. La ecuación es sencilla: hay muy poca producción nacional y no hay divisas para importar, el resultado es el desabastecimiento.

Cruda realidad

La gente hace largas colas para comprar el producto que llegue a los abastos de las cadenas oficiales o a precios regulares en establecimientos privados. Eso no garantiza que pueda comprar, a pesar de que las ventas se hacen determinadas por el número de cédula de identidad y el día asignado para tal fin. Una fila de consumidores, organizados frente a los establecimientos desde horas de la madrugada puede alcanzar más de 100 metros y en algún momento de la mañana recibir la mala noticia: se acabó, no hay más.

La gente recurre a otra opción para poder comer. Adquiere directamente de unos proveedores informales llamados «bachaqueros» que, con buenos contactos en el Gobierno, compran productos regulados y los revenden con ganancias de hasta el 5.000%. Pero esta modalidad más cómoda y de raíces delictivas, comienza a perder efectividad. La inflación se está comiendo los salarios y ahorros de la gente y ya no da para comprar alimentos a precios exorbitantes y fuera del ámbito de las colas y restricciones. No alcanza la plata, en pocas palabras. Y, en consecuencia, el hambre es notoria en plena calle.

Personas que antes almorzaban en pequeños restaurantes cercanos a los sitios de trabajo, ahora se ven obligadas a llevar mínimas porciones de alimentos, casi siempre pastas y salsas, para comer en las calles, después de pagar alguna cantidad para que les calienten la comida en hornos o microondas. Cada vez es más usual ver a niños y jóvenes sacando restos de comida de la basura, con mucha regularidad alrededor de restaurantes y zonas de comercio. Las ventas informales son cada vez más populares y masivas. Importa muy poco la higiene y la salubridad. De hecho, recientemente el alcalde de Chacao, del área metropolitana de Caracas, Ramón Muchacho, denunció que se están registrando casos de gente que mata perros, gatos y palomas para alimentarse.

Gatos y palomas en el menú

El mismo cuadro general de la economía es aplicable a cualquier sector y siempre se encontrará, en lo particular, una situación de entrampamiento en el que el perjudicado es el ciudadano. En el sector de medicamentos y salud no ocurre nada diferente. La producción nacional es casi inexistente por falta de divisas y de materia prima. Una deuda de más de 6.000 millones de dólares del Gobierno con los grandes laboratorios, producto de operaciones hechas con dólares preferenciales no honrados, interrumpió las importaciones o las llevó a rangos mínimos. Otra vez el resultado es inapelable: escasez de medicamentos o ausencia total.

Es normal que los medios reseñen muertes súbitas de personas sometidas a tratamientos que no han podido cumplir. Las personas recurren a gastar ahorros en divisas para que sus familiares les traigan los productos del exterior o, en su defecto, a las cadenas de solidaridad en redes sociales solicitando ayuda para los casos más insólitos. Desde gravísimas enfermedades hasta medicamentos de uso común pasan por la ayuda del resto que, con toda seguridad y por algún desenlace fatal, ya no necesitan el producto.

Alimentos y medicinas. Elementos indispensables para vivir, son los verdaderos y reales misiles que han impactado contra una popularidad que parecía blindada a punta de populismo y petrodólares. Elementos ligados a la supervivencia y no al debate ideológico o a los derechos fundamentales son, sin duda, los aspectos fundamentales del descontento. Y no es para menos, más allá de los números oficiales hay una realidad que sufre la población y tiene un nombre terrible: pobreza.

La vida del venezolano se reduce a trabajar, en cada vez peores empleos y con salarios carcomidos por la inflación, y a buscar alimentos. No hay una visión más allá de esto. El futuro se fue muy lejos. Y el presente es pesado y con muchas posibilidades de quedarse largo tiempo.

Por lo pronto, a día de hoy encontrar la comida es prácticamente el único objetivo de vida.

Periodismo asediado

Elides J. Rojas L.; Vicepte. de información «El Universal»

Licenciado en Periodismo por la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas en 1977 y posteriormente en Derecho por la misma universidad en 1985, ha ejercido su profesión durante casi 40 años en varios diarios de Venezuela. Actualmente, en «El Universal», asegura que «estos tiempos, sin duda, han afectado a la normalidad de los venezolanos, sin distinguir entre profesiones u oficios». Considera que «con el favor de Dios vendrán mejores tiempos».