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Un presidente reconducible

La Razón
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La memoria es flaca hasta para quienes le votaron no hace mucho más de cien días, ese teórico periodo de gracia que se concede a todo mandatario sea cual fuere su mochila política o intelectual. Se trata de una costumbre confianzuda y bienintencionada de las que adoquinan el infierno en el supuesto de que el Poder modera a los individuos cuando ningún sátrapa ha sido atemperado por su propio poderío. Donald Trump estuvo 16 años tonteando con la Casa Blanca, con aquel Partido Reformista, presentando y retirando su candidatura, hasta su lanzada en tromba como verso suelto de un Partido Republicano dividido, pero sobre todo escandalizado ante el fondo y las formas de este especulador inmobiliario, propietario de concursos de belleza, gran publicista de sí mismo, eje de espectáculos televisivos, quebrantador de Atlantic City y de miles de pequeñas jubilaciones y sin experiencia en la administración ni en las Cámaras. Cien días no dan para el advenimiento de una discreción adquirida con el cargo, pero sí para confiar en la división de Poderes y en que el Congreso y el Senado (incluidos los republicanos), a más de jueces y fiscales, le sujeten como han hecho con sus extravagantes cautelas migratorias o el remiendo sanitario de Obama. Mantiene hacia Europa un proteccionismo comercial en el que coincide plenamente con la ultraizquierda del continente, y todo apunta a que con quien desea entenderse es con los chinos y los rusos si estos no expanden su Eurasia y aquellos ponen el reloj en hora a Corea del Norte y aportan tranquilidad al norte del Pacífico. Le sobra razón exigiendo el coste equitativo de la OTAN, pero parece que le interesan más los primos ingleses que una Unión Europea cuyos valores acaso no entienda. Es presidente de una América real que solo vemos por el catalejo invertido de California y la Costa Este. Ha echado su suerte a los bajos impuestos, el trabajo de los expulsados y al «made in usa», y puede encontrarse con limpiabotas «WASP». No quería intervención exterior y ha entrado en el avispero del Califato. Al menos ha rebajado su procacidad contra las mujeres y el periodismo y aplaza el muro inservible para después de los Presupuestos, aunque mantiene el Despacho Oval como plató televisivo para lucimiento de la hija y ha trocado el histórico Camp David por el más hortera de sus hoteles en Florida. El Presidente Trump necesita más de cien días para conseguir el empaque del peor de sus predecesores. Quizá es que en todo el mundo se ha bajado el listón.