Asamblea de Madrid

Cifuentes, hostelera

La Razón
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Cristina Cifuentes, quintaesencia del «liberalismo» patrio, pretende reformar el artículo 9 de la Ley 8/2012 de Medidas Fiscales y Administrativas. Semejante precepto autoriza a las fincas rurales a que organicen «actos sociales y eventos familiares de especial singularidad», como por ejemplo las bodas y sus ulteriores banquetes. La reforma que ambiciona la muy «liberal» Cifuentes pretende revocar semejante autorización: bajo la nueva redacción legislativa, tales actos sociales y eventos familiares sólo podrán continuar celebrándose en aquellas fincas que contengan edificios catalogados como bienes de interés cultural o patrimonial y que, además, cuenten con el visto bueno de la Dirección General de Arquitectura. Es decir, sólo en aquellas fincas que a Cifuentes y a su gobierno les dé la muy real y arbitraria gana. El resto tendrán forzosamente que dejar de ofrecer sus servicios: no porque tales servicios sean deficientes, sino porque Cifuentes ha decidido laminarlos con su apisonadora antiempresarial. Pero, ¿por qué? ¿Qué ha llevado a la presidenta de la Comunidad de Madrid a promover un cambio legislativo tan innecesario, extemporáneo, absurdo y bochornoso? La razón tiene bien poco que ver con el «interés general» y mucho con el «interés particular» del lobby de hoteleros y hosteleros, los cuales llevan años clamando por que el Estado elimine a tan molestos competidores. Si no puedes ofrecer un servicio mejor y más asequible que el de tus rivales, monta un grupo de presión que persuada a los políticos liberticidas para que expulsen del mercado a esos rivales imbatibles. Y eso ha hecho Cifuentes. Por desgracia, no es la primera vez que la presidenta de la Comunidad de Madrid legisla a golpe de lobby: en el ámbito educativo, también se ha encamado con los rectores de las universidades públicas para cerrar el paso a nuevos proyectos empresariales que buscan ofrecer a los estudiantes alternativas formativas distintas de la esclerotizada enseñanza estatal. A los políticos y a los mentirosos (valga la redundancia) se los conoce por sus actos: y a Cifuentes, claro, también la estamos conociendo por sus actos. Ante la disyuntiva entre defender, por un lado, la libertad económica y la competencia o, por otro, los intereses de aquellos lobbies que pueden ayudarla a seguir medrando políticamente, Cifuentes se decanta siempre por los lobbies. Siempre. No son principios: son intereses.