Marta Robles

Crímenes sin pasión

La Razón
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Hace no demasiado tiempo a la violencia contra las mujeres se la llamaba «crimen pasional». Ya saben, el hombre, incapaz de soportar humillación o abandono, se dejaba llevar por sus instintos –y su «hombría»– y le calzaba dos tiros a su señora. Con el paso de los años, la «denominación de origen» de este tipo de violencia se cambió, sin mucho acierto, por la de «violencia de género»; y finalmente derivó en lo que hoy es «violencia machista». Y tiene más sentido, porque la suelen ejercer quienes creen que su superioridad sobre las mujeres exige que se comporten como ellos desean o, si no, que desaparezcan. Esa clase de hijos de su madre, a la que pertenece el presunto asesino de las chicas de Cuenca, no es que esté poseída por los diablos o la enfermedad. Esa clase de gentuza, sencillamente, es perversa. Y además cobarde. Y como no tiene bemoles para afrontar que en las relaciones ya no se consigue nada por la fuerza, prefiere ver muertas a las «desobedientes» que aceptar la realidad. El asesino, posiblemente, solo quería matar a su ex novia. Pero llegó acompañada, y él no iba a alterar sus planes premeditados y alevosos de criminal de libro, que para eso ya tenía comprada hasta la cal viva en la que deshacer el cadáver y el plan de fuga diseñado... Por suerte esa huida resultó fallida. Pero, por desgracia, su asesinato perfectamente planificado se llevó a cabo, y resultó doble. Un asesinato sin el calor de la pasión, tan frío como el hielo. Tan espeluznante como cualquier otro, pero más terrible, porque alguien, quizás el asesino, pretenderá justificarlo a partir de un amor que después fue desamor.