Carlos Rodríguez Braun

De discursos y reacciones

La Razón
La RazónLa Razón

Martin Luther King había hablado del «sueño» antes del discurso que lo haría famoso. Había aludido al «sueño americano» en 1960, denunciando el racismo como su violación. Y había empleado las palabras exactas «I have a dream» en varios discursos antes del que todos recordamos, el del Lincoln Memorial del 28 de agosto de 1963. Incluso en junio de ese mismo año las pronunció en Detroit, sin que provocaran sensación.

Además, en el discurso que se volvería «viral», como se dice ahora, la frase «I have a dream» está al final, porque King no la había incorporado esa vez en sus notas, y la recogió improvisando, quizá cuando la famosa cantante de góspel Mahalia Jackson le gritó: «¡Háblales del sueño, Martin!».

Un conjunto de circunstancias no previstas, por tanto, convirtió a una expresión en un paradigma. Por cierto, todo en ese discurso apuntaba a la convivencia y a la paz, en ningún caso al odio y a la violencia. El sueño de Martin Luther King era que «los niños negros y las niñas negras unan sus manos con las niñas blancas y los niños blancos, como hermanas y hermanos».

Otro discurso célebre fue el de Ronald Reagan en la puerta de Brandemburgo el 12 junio de 1987. Lo recordamos como un hito en la historia de la libertad, como uno de los últimos capítulos de la Guerra Fría, como un anticipo de la feliz caída del muro que entonces dividía Berlín en dos. Y cada vez que recordamos su derribo recordamos las palabras de Reagan: «Mr Gorvachev, tear down this Wall!».

Sin embargo, no hubo entonces demasiada repercusión en los medios y, sobre todo, no hubo elogios al presidente americano por ese discurso y esa frase. La prensa políticamente correcta en todo el mundo tenía poco aprecio por Reagan, y había comprado el mensaje comunista de que en realidad apenas era un vaquero ignorante y matón. «El País» devaluó el acto: «Reagan hablaba ante unas 30.000 personas especialmente invitadas y escogidas que poco tenían que ver con los verdaderos berlineses a los que afirmó dirigirse, y protegido por excepcionales medidas de seguridad». Y así lo censuró en un editorial: «El viaje del presidente Ronald Reagan a Berlín Oeste ha sido un ejemplo perfecto de instrumentalización del problema del muro para objetivos que no tienen nada que ver ni con esa ciudad, ni con Alemania, ni con las exigencias de una política internacional responsable. Esa visita ha sido un montaje para la televisión, con el muro y la Puerta de Brandemburgo para dar garra a la propaganda del presidente».

Dos años y medio después cayó el Muro, y alguien pensó que igual Reagan había tenido algo que ver. Su discurso empezó a divulgarse a gran velocidad. Y hubo algunos que incluso sospecharon que cuando el presidente americano había hablado del comunismo como «el imperio del mal» igual acertaba.