José María Marco

Ejercicios de surfismo: Podemos y el terrorismo etarra

La Razón
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En su ya célebre entrevista a la revista británica «New Left Review», Pablo Iglesias declaraba que «el terrorismo sigue siendo un problema político trágico». La frase ha desatado una tormenta que un personaje tan experimentado en la comunicación política habría debido prever. La respuesta no se ha hecho esperar y Pablo Iglesias ha intentado luego precisar el auténtico sentido de sus declaraciones. El esfuerzo ha dado sus frutos, aunque a medias. Ha quedado claro que sería irresponsable afirmar que el líder de Podemos, y la propia formación, plantean una posición favorable a la ETA. Ya antes de este episodio comunicativo, el propio Pablo Iglesias se había esforzado por demostrarlo.

Quedan, aun así, hechos no del todo claros. Podemos ha respaldado al candidato de Bildu a la alcaldía de Pamplona y, aunque lo ha hecho en contra del parecer de Pablo Iglesias, ahí está, gracias a su organización, un proetarra en la alcaldía de una capital importante. En Vitoria, la marca de Podemos forma parte de la coalición que ha sacado al Partido Popular de la alcaldía. En esta coalición figuran el PNV y –ya lo habrá adivinado el lector– Bildu. Y volviendo al terreno de las declaraciones, tampoco ayuda a despejar el panorama el hecho de que Iglesias se empeñe en considerar la política de dispersión de los presos etarras como una fuente de sufrimiento para las familias de los condenados, sin tomar en consideración ni el sufrimiento de las víctimas ni, sobre todo, las razones prácticas que la justifican.

Las ambigüedades de la izquierda española ante el terrorismo no son nuevas. La izquierda nacionalista catalana ha mantenido vínculos con la izquierda abertzale, es decir pro terrorista, y nunca ha hecho una crítica explícita de los actos violentos de Terra Lliure. En más de una ocasión los ha considerado luchadores de la construcción de la nación catalana. El nacionalismo gallego se mueve en ambientes próximos a la extrema izquierda y la violencia no ha estado nunca excluida del todo de los medios aceptables. Tampoco en el PSOE han faltado gestos y actitudes de comprensión, incluso antes de Rodríguez Zapatero. Con este último de presidente del Gobierno, se llegó al pacto político que está en la base de la desaparición del terrorismo y la compleja situación actual.

Aun así, la posición de Podemos es original. Como suele ocurrir con esta organización, sus dirigentes, casi todos procedentes de la universidad, han elaborado una gran cantidad de material de reflexión ideológica que permite comprender sus decisiones y, también, el origen y el significado de sus ambigüedades.

Una idea característica, explicada en reiteradas ocasiones por Pablo Iglesias, es la de que la Transición fue todo un éxito, con independencia de la opinión que se tenga sobre ella. Claro que el éxito no es completo. La Transición no resolvió la cuestión nacional, que ha seguido «sangrando» en estos 40 años de democracia española. Es una idea que muchos pueden (o podemos) compartir, aunque no todo el mundo sacará las mismas conclusiones. Al hablar del fracaso de la cuestión de la nación, se abre, efectivamente, una vía para la comprensión del terrorismo etarra. Se entiende éste como un fenómeno político, que ha requerido, por tanto, medidas políticas para su resolución. Es lo que hicieron, según explica sin tregua Pablo Iglesias, Felipe González y José María Aznar. La crítica a la política de dispersión de presos etarras cobra así un sentido propio.

Por otro lado, para los dirigentes de Podemos, la crisis económica ha abierto otra, que afecta al régimen. El consenso de la Transición ha acabado revelándose al fin como lo que es: una ideología que legitima la falsificación permanente de la voluntad popular, y al servicio de la «casta» que ha hecho de la corrupción el núcleo mismo –podrido– del sistema. Gracias a la crisis, se ha abierto un proceso constituyente. Una de las cuestiones que este proceso tendrá que solventar será la inserción de las diversas nacionalidades, o naciones, o pueblos de los que se compone el país en una nueva realidad que les ofrezca mayores comodidades, sea lo que sea lo que signifique esto. Aunque esta consecuencia no se haga explícita, es difícil imaginar que en este proceso no tengan nada que decir quienes en todos estos años han apoyado a los terroristas, a los que Pablo Iglesias y su círculo han dotado, previamente, de dignidad política. Finalmente, los dirigentes de Podemos han comprendido que vivimos un período convulso en cuanto a las identidades colectivas. Postulan, con sus compañeros de Syriza, una refundación de la Unión Europea que tenga en cuenta y supere –exacerbándola, claro está, como la propia crisis económica– la lucha de clases que separa y enfrenta el norte y el sur.

También están sujetas a revisión las identidades nacionales, en particular la española, marcada, según el discurso de Pablo Iglesias, por un centralismo rancio y carpetovetónico. En este punto, los postulados post-nacionales, a los que el PSOE de Rodríguez Zapatero se sumó en su tiempo con entusiasmo, se conjugan con un marxismo duro y con la tradición, nacionalista y falangista, de crítica a la nación liberal española, entendida como un fracaso, una falsificación, una chapuza grosera y torpe. De esta reflexión sobre la reinvención en curso de las identidades colectivas parte también una reflexión sobre el pueblo y el Estado palestinos, que abre la vía a un antisionismo no siempre fácil de distinguir del antisemitismo, por mucho que Pablo Iglesias se esfuerce por deslindar posiciones con gestos como su visita al Muro de las Lamentaciones, criticada por algunos de los suyos. (Ni siquiera Pablo Iglesias está siempre a la altura de su empeño de sofisticación intelectual).

Estas tres grandes líneas de reflexión pueden plasmarse en una posición sobre el terrorismo porque en Podemos están convencidos de éste está superado. Superado del todo y para siempre. En este punto, el optimismo e incluso un cierto esfuerzo por idealizar una realidad más dramática van reforzados por una consideración maquiavélica. Así como una Constitución es un pacto dictado por los vencedores en la lucha política, los terroristas, si ganan, pasan a ser héroes fundadores de la patria. Se entiende que de la Patria vasca y –no dejaría de ser lógico, aunque esto queda sin desarrollar, como es natural– de la nueva Patria española.

Como los profesores de Podemos quieren gobernar España, y a ser posible la Unión Europea, la reflexión ideológica y estratégica debe tener en cuenta la realidad política. Y esta se materializa en un calendario estricto, aunque todavía no perfilado del todo. El punto de inflexión: las próximas elecciones legislativas. Cualquier gesto, cualquier declaración, vendrán determinados por la voluntad de ganar estas elecciones. En términos «podemitas», ganar quiere decir sobrepasar al PSOE para alcanzar la hegemonía en la izquierda.

Aquí las ambigüedades se multiplican, porque Pablo Iglesias y sus compañeros saben que cualquier movimiento que pueda ser interpretado como comprensión hacia el terrorismo tiene efectos devastadores en sus posibilidades de éxito. De ahí la salida en tromba de Pablo Iglesias para aclarar el significado de sus declaraciones a la revista británica y, más de fondo, el cultivo de una cierta idea del patriotismo –patriotismo español–, particularmente presente en su personal aportación al Debate sobre el Estado de la Nación de este mismo año.

Al mismo tiempo, los dirigentes de Podemos no pueden desconocer que el trabajo del nacionalismo en estos cuarenta años ha debilitado la vigencia y la legitimidad de la nación española en algunas zonas del país, como Cataluña y País Vasco, pero también Galicia. Además, ha contribuido a generar con especial intensidad movimientos sociales a los que Podemos aspira a dotar de significado político, es decir a hegemonizar. Aquí habrá Mareas de diversos colores, grupos contra los desahucios, movimientos estudiantiles, «artistas» en busca de subvención y sensibilidades nacionalistas que, como el propio Pablo Iglesias, vean en el terrorismo etarra una forma de lucha que en su momento, aunque no fuera legítima, traducía un conflicto de orden político. Por emplear una imagen que parece gustar al propio Iglesias, en política, además de correr, hay que surfear muchas olas, a veces muy contradictorias.